Hay personas que comunican contigo tan solo con una mirada, sin apenas inmutarse, con un intento sereno y sencillo. Te relatan algo con tanta naturalidad que, sin conocerlas, hasta las crees. Incluso acontece a menudo, sin que adviertas el motivo, que te caen bien. Son transparentes, suaves como el viento, y te dan lo que son, ni más ni menos.
Proponen con sus actos paz, y consiguen que el equilibrio asome en forma de paciencia, de dicha, de bondad y de buenos criterios, que comparten, y por eso se expanden. Es una gracia tenerlas en el entorno.
Hay, por ende, que mimarlas. Es más que un consejo. Con ellas cerca, o ellos, no debemos consentir que reviertan y se nos escapen los intereses basados en la lealtad. Si nos la ofrecen, hemos de cogerla. Siempre que podamos busquemos buenos compromisos con lo que nos circunda.
Fermentemos, además, los espacios que nos permiten liderar la felicidad, a la que tenemos derecho. No lo olvidemos. Los propósitos han de venir con enmiendas en positivo.
Por lo tanto, las diversiones se deben mancomunar con experiencias que nos inviten a aletear con empeño y sin despechos. Podemos llegar lejos, pero tengamos en cuenta que lo importante no es medir la cantidad, sino la calidad de la existencia.
Las aventuras basadas únicamente en lo material no suelen acabar bien, aunque durante el trayecto pensemos lo contrario.