Nos explicamos a menudo con esas dosis de atrevimiento que nos llevan a perder o a ganar. Es ese aquí y ahora que nos aconsejamos, pero que no siempre desarrollamos.
Nos abordamos recurrentemente con dudas que no terminan de sanar porque no las resolvemos, aunque sea desde el equívoco. Las presencias nos deben permitir olvidar aquello que no aporta, que no sana.
Hemos de cumplimentarnos en tramos de felicidad. Nos debemos acostumbrar a los buenos ratos. A veces vienen, pero parece que no queremos otearlos por si pasa algo.
No suframos por un sí poco auténtico. Tampoco por un mal no intencionado. Hemos de vislumbrar lo que nos dicen los corazones y sus porqués. Los que no quieran aportar decididamente, incluso antes de conocernos convenientemente, han de quedar atrás o a un lado.
No nos mintamos experimentando con quien no conviene. Las obligaciones, las justas, las que marcan las leyes de la convivencia desde el respeto a lo individual. Empleemos tiempo en conocernos y en saber de los demás para implicarnos en el camino maravilloso que tanto anhelamos tener o conservar a lo largo de nuestras historias.
Platiquemos con quienes aportan buenas vibraciones y no hagamos caso a los chismosos y envidiosos que se esfuerzan a fondo, demasiado, por conseguir lo que seguramente ya albergan, aunque sea de otro modo.
Nada es un fracaso rotundo, como tampoco es un éxito total. Saquemos el zumo de la vida como si ésta se acabara y conservando un poco de jovialidad para que no falte en el comienzo de un nuevo día. Que así sea incluso para los que se consideran adversarios.
[…] Juan Tomás Frutos […]