Poco queda ya por decir.
Hablemos de ti,
de cómo te va,
de que ya eres feliz,
de que estás en el hoy sin miedo,
con vuelo,
de que todo está dicho
y de que yo vivo mi hoy.
Emilio Soler¹ quiere salir de su escondite, y lo hace con unos poemas que, sin duda, me sorprenden. Lo debo decir desde ya. Acostumbrado a cuestiones tradicionales, de otro calado, hechas con aires costumbristas, me he sentido atraído por una nueva etapa suya en la que el amor se viste de incertidumbre y le atrapa.
En esa intensidad también se queda en un cajón, en un escondite, el propio lector, que descubre un hondo vocabulario; y asimismo captamos una vitalidad en el autor no exenta de dolor y de fecha de caducidad, como ocurre con la existencia misma.
Es nuestro Emilio un tipo docto, y se percibe en lo que nos escribe. No ha querido atosigar con mucha letra. Prefiere que le interpretemos en una realidad soñada que le golpea y le hiere. Dicen que las fracturas de la mente, del corazón, son las más difíciles de curar. Quizá por eso se desnuda. Puede que por ahí camine la terapia que domina, que quiere, que alimenta.
Hay rojo y cielo en sus vocablos. Detectamos igualmente melancolía en lo que redacta. Le escuece y lo traslada con tormentas, con miedo, con tempestades… Todo se arremolina en su entorno, y reza para que pase. Lo desarrolla a su manera, escribiendo con una hermosura que nos deja tocados completamente.
Es Emilio un ser excepcional. Lo supe en cuanto lo vi, en cuanto hablamos. Es la típica persona que parece que conoces de toda la vida, y, como si así aconteciese, se te abre de par en par. Es transparente.
En esta escritura concretamente lo es un poco más. Se atreve y sale de ese caparazón golpeado por el destino y nos cuenta quién es y para qué. Ha acertado con esos destinos universales en los que todos nos movemos. Él, por desgracia, no ha quedado fuera de la batalla. Particularmente, como amigo, me habría gustado que resultara indemne. Como leal confidente lo intentaría proteger, ¡y voto a Dios que lo haré en ésta y en otras vicisitudes!
Espera un milagro
Recuerda, nuestro escribidor, amores pasados que no volverán en este tiempo que huye. Aún así espera un milagro, como todos. Gozará más adelante, aunque ya sin la inocencia del poeta de antaño.
En este recorrido rítmico toma notas, abraza, y sigue en pos de un objetivo que no siempre sabe traducir. Hay pena, dolor, trenzas con juegos que no quiere o no puede disfrutar… Habla de una mala estrella. No lo creo. No puedo tener en consideración que alguien tan bueno como él no obtenga óptimas cuentas.
Llanto oscuro
El llanto oscuro que mana
de dentro,
de lo más profundo del alma,
no calla
aunque no se oiga;
no clama
aunque crepiten los árboles
y se quiebren las ramas.
¡Me deja roto, regular de ánimo…! Tengo para mí que este texto es, como le sucedió a San Juan de la Cruz, un sortilegio para atajar presagios y coyunturas. Él puede con todo, y con su corazón es capaz de llegar al infinito y más allá.
La parte estimable de lo que aquí relato es que se trata de un conjunto de poemas bellos, extraordinariamente facturados, con las letras justas, cortos, con mensajes, como me encantan a mí. Quizá es de esta guisa por esas sombras que aparto todos los días y por ese laconismo que me despierta en cada amanecer. Es posible que por ello me haya encargado este prólogo que, ciertamente, efectúo con todo mi ser, con mi absoluta devoción. Él sabe que lo quiero. Rubrico este testimonio y me pongo a su entera disposición. Aprendan de Emilio, por favor. Y jueguen sin esconderse. Él en verdad no lo hace.
- A propósito del próximo libro de Emilio Soler, un excelente poemario titulado: “El sueño del escondite”.