Mi amigo Félix murió el pasado otoño con 64 años en la ciudad de Palencia. Murió de neumonía cuando todavía no se hablaba del «corona».
Una neumonía oportunista que se complicó. ¿Se complicó con qué? Ni idea, pero así lo dijeron los médicos, con esa indefinición del verbo «complicar» que daría lugar más tarde, ya metidos de hoz y coz en la pandemia, al adjetivo «complicado», el más socorrido «en estas circunstancias tan complicadas», ya digo, cada dos por tres, lo nunca visto.
Y al lado de este adjetivo tan útil para nada, surgió pronto otro no menos sutil, «vulnerable». Los vulnerables eran los que tenían la situación más complicada.
«Está complicado» decían también del enterrar a los muertos con «corona», aunque éstos ya no fueran vulnerables. Daba igual, el adjetivo complicado les perseguía hasta más allá de la muerte y ya no se sabía si eran ellos, los vulnerables, los que le perseguían a él.
Pero esto no llegaría a conocerlo Félix, quien nunca oyó hablar del «corona» ni de coronarse ni mucho menos de confinarse. Él era un pajarillo libertario que nunca llevó bien someterse a mandatos.
Pues bien, el mismo día en que empezó la cuarentena por el COVID-19 soñé con él, con Félix: era una fiesta al lado de un río, un río pequeño y provinciano. Tal vez un reguero o riachuelo de esos que se agotan en verano y reviven en primavera. No era en ningún caso el río Carrión, el cual, a su paso por Palencia, desborda vitalidad.
Yo le vi a él y él me vio a mí. O mejor dicho, él me estaba mirando ya cuando reparé en él, y era inconfundible su mirada de inspector de policía miope, siempre mirando de reojo detrás de sus gafas doradas.
Pero en cuanto fui hacia él, en cuanto eché a andar en su dirección con toda la expresión de extrañamiento en la cara, él levantó un brazo y tapándose la cabeza con la americana del traje azul, un gesto muy suyo de cuando todavía bromeaba, desapareció entre la gente.
Allí se acabó Félix y me gustaría que alguno de sus amigos me dijera si a él se le ha aparecido con alguna demanda de manera similar.
Porque no sé qué me quiso decir al meterme en medio de toda aquella concurrencia para dejarme allí plantada. A lo mejor que dejara de pensar en él y que me mezcle con la gente, que me relacione, vamos, pero aquí abajo acabábamos de empezar la cuarentena.
Teresa
También soñé con el hombre que dejó obnubilada a mi amiga Teresa, pero esto solo pudo suceder para bien porque Teresa, mi amiga, siendo como es, hubiera caído muerta si sigue viéndolo bailar con otra.
Aquel hombre bailaba siempre con Teresa hasta que un día… Un día yo no sé qué pasó.
Inútil preguntar por qué, porque aquel hombre no era de hablar.
Llegaba a la discoteca Golden Gran Vía y bajaba las escaleras con los brazos colgando y la media sonrisa triste. Como un autómata, se dirigía hacia el rincón donde nos sentábamos Teresa y yo con nuestras consumiciones. Tendía la mano y Teresa se alzaba como por resorte para dejarse enlazar. No hablaban, tampoco se achuchaban más de lo normal, sólo bailar agarrados y en silencio, sin mirar a nadie ni a nada, pues nada más existía hasta el fin de la noche.
Luego nos íbamos las dos juntas, como de costumbre, con la música en la cabeza, despidiendo la vida hasta el día siguiente.
Así pasaron semanas y algún mes.
Un día como otro aquel hombre bajó de idéntica manera las escaleras de Golden, pasó por delante de las dos y su mano señaló a otra. Otra mujer hasta entonces invisible, una desconocida sentada un poco más allá, se alzó igual que hacía siempre Teresa para bailar con él. Bailaron juntos toda la noche, igualito que antes hacía con Teresa, sin mirarse ni mirar a nada.
Teresa no podía dar crédito. Fue un golpe inesperado ante el que la vi romperse como un junco seco. No dijo nada pero se quedó sin sonrisa y lo peor vendría en días sucesivos, al empeñarse en seguir viéndolo. A su anonadamiento sólo igualaba su insistencia en acudir cada día a Golden por verlo bailar con la otra sin que nada en él denotara que la echaba de menos a ella.
Aquello tenía que ser una broma, una broma de muy mala estampa que bien sabría entender ella cuando él se explicara.
Y en esto llegó el corona. Y con él se acabó el baile. Ni suelto ni agarrao. La discoteca cerró como todo y a saber si las cosas volverán a su ser. Pero yo siempre, y hasta en el sueño, me sigo preguntando qué tendría aquel hombre que cautivó a Teresa.