En estos tiempos convulsos nos dejamos llevar por demasiados intereses. Ello es no malo ni bueno: depende de las asimetrías que alimentemos y de los desequilibrios que sustentemos, que no suelen ser convenientes. Hemos de darnos siempre la oportunidad de amarnos y de estimar a los demás, por este orden, para dar con la fuente de la sabiduría y con un resquicio suficiente de serenidad y de sensatez.
Nada ha de permanecer en la desidia, en el resquemor, en el dolor, o en la falta de pericia o de querencia respecto de quienes somos. Las habilidades surgen de la constancia. Nada de valor nos roza por casualidad, y, si nos lo parece, es porque no tenemos en cuenta el tiempo y el empeño que hemos imprimido en otras cuestiones que nos pueden parecer colaterales, pero que suelen contribuir a una óptima cima cuando hay sacrificio para salir adelante con pasión.
Por ende, no consintamos vivir en el odio, en la apariencia fingida, en la prestación sin servicio. Hemos de ganar la partida con impresiones de amor que consolidaremos dándoles agua y trigo, sentimientos y razón.
Cada día es una joya que hemos de multiplicar en sus magníficos aspectos hasta dar con los anhelos más mágicos. No aparentemos lo que no somos, y procuremos el tesoro más fantástico. Digamos que somos poderosos con hechos reales. Hemos de insistir con registros de paciencia y de tolerancia en los demás. No nos cansemos a la mínima. Podemos llegar muy lejos. Es cuestión de querer, de ilusionarnos.
Las percepciones han de estar motivadas por un destino no fugaz. Podemos brindarnos esa respiración que nos oxigena y nos rinde los mejores tributos. Nos apañamos bien cuando salimos a gusto del punto de origen y sabemos hacia dónde marchamos, esto es, cuando somos conscientes de nuestra meta. Ahorramos mucho tiempo y bastante energía cuando nos exponemos con los deberes ejecutados. En realidad, de eso se trata, de saber lo que queremos. Si no siempre, una parte importante de nuestras vidas. Eso.