Carlos Alzugaray¹
Con la elección del demócrata Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos, una vez más, un cambio de signo político en la Casa Blanca provoca especulaciones sobre posibles transformaciones en la política hacia Cuba y en las relaciones bilaterales.
En sus enfoques sobre Cuba, Joe Biden es legatario de la política de Barack Obama, a quien acompañó como vicepresidente en sus dos mandatos. Para volver a esa política, tendrá como obstáculo las acciones totalmente opuestas que ha seguido el presidente Donald Trump.
Hay una diferencia abismal entre una y otra política. Obama optó por el acercamiento, la normalización y el abandono formal del cambio de régimen como objetivo primario y único, mientras que Trump lo abrazó con particular ensañamiento.
Las concepciones de arrancada de Obama sobre Cuba partían de que la política basada en el bloqueo económico, comercial y financiero había fracasado y debía ser reemplazada por el acercamiento, para lo cual la diplomacia era el instrumento idóneo. Fue así como en el 2012 inició negociaciones secretas con el presidente Raúl Castro.
Después de dos años, el 17 de diciembre de 2014, se produjo el anuncio simultáneo de ambos presidentes de que habían llegado a un acuerdo por el cual convinieron iniciar un proceso de normalización de relaciones basado en el restablecimiento de los nexos diplomáticos.
El entendimiento incluyó la liberación de prisioneros y la promesa del presidente norteamericano de usar sus facultades ejecutivas para retirar a Cuba de la lista de estados promotores del terrorismo (lo que sí cumplió) y para aliviar las sanciones que pesaban sobre el pueblo cubano.
No pudo, sin embargo, comprometerse a levantar el bloqueo (llamado engañosamente embargo por sucesivos gobiernos en Washington), aunque desde 2004 y en varias ocasiones reiteró, incluso ante el Congreso de su país en el 2016, que debía ser levantado incondicionalmente.
Entre esa fecha y enero del 2017 hubo una intensa actividad de intercambio que tuvo dos vertientes, una económico-comercial y otra de carácter diplomático-consular (incluyendo en esta última la actividad científica, cultural y académica).
La esfera económico-comercial fue la que más atención recabó pues significó que, sin que se levantaran las restricciones que impiden a ciudadanos norteamericanos visitar Cuba como turistas, se restableciera el servicio de transporte aéreo comercial y se permitiera la inclusión de puertos de la isla en cruceros por el Caribe. Esto favoreció el incremento en el número de visitantes.
Las medidas también beneficiaron a la emigración cubana pues eliminaron restricciones a viajes en ambas direcciones y al envío de remesas, con consecuencias económicas adicionales.
La dimensión diplomático-consular, incluyendo en ella los intercambios culturales, científicos y académicos, se reflejó, sobre todo, en el restablecimiento de relaciones diplomáticas, la reapertura de las embajadas y la firma de veintidós instrumentos bilaterales de intercambio en las más disímiles esferas. Estos acuerdos comenzaron a implementarse mediante la creación de grupos de trabajo.
No cabe duda de que beneficiaban a ambos países.
Suele exagerarse la magnitud de la flexibilización económica, que fue realmente limitada. Se mantuvo prácticamente intacto el complejo y abarcador entramado de sanciones impuestas a Cuba, a pesar de que han sido calificadas de ilegales en sucesivas Asambleas Generales de la ONU comenzando en 1992.
Washington, por su parte, restableció su presencia formal en Cuba a través de una Embajada, lo cual le permite, no sólo proteger y defender mejor sus extensos intereses, sino llevar a cabo trabajo de influencia o de diplomacia pública.
En Cuba, hay quien critica esta actividad por considerarla inevitablemente subversiva, otros la ven como algo normal intrínseco a la actividad diplomática típica siempre que se respete el legítimo propósito de fomentar la buena voluntad, la cooperación, y beneficio mutuo.
En marzo de 2016, la visita a La Habana de Obama y su discurso en el Gran Teatro Alicia Alonso, televisado a todo el país, dio argumentos a ambas posiciones. Unos lo consideran una intromisión en los asuntos internos cubanos, otros apuntan que el presidente afirmó por primera vez que EU abandonaba el propósito de cambio de régimen y respetaba el camino que siguiera el pueblo cubano.
Esta última posición fue reiterada en la Directiva Presidencial de Política hacia Cuba emitida en octubre del 2016.
La apertura o deshielo tuvo una vida efímera. En menos de seis meses el sucesor de Obama, Donald Trump, decidió cancelarla, emitiendo una nueva Directiva con tal propósito. No había justificación alguna para ello.
Tuvo su origen en la forma arbitraria de hacer política de Trump: su obsesión con revertir todo lo hecho por su predecesor; su desprecio por la diplomacia y creencia en el uso de la coacción y el miedo contra enemigos, reales o percibidos; y consideraciones de tipo doméstico materializadas en una frase: «On Cuba, make Marco Rubio happy» (Sobre Cuba, hagan feliz a Marco Rubio), en referencia al senador partidario de una línea dura.
Trump no solo ha recrudecido las sanciones con medidas de castigo adicionales y continuado el financiamiento de opositores, sino que ha añadido dos elementos nuevos: una campaña contra la cooperación médica internacional cubana y la autorización para que se ponga en vigor el título tres de la Ley Helms Burton, dirigido a afectar las inversiones extranjeras en Cuba.
Por otra parte, explotó políticamente un extraño incidente cuyo origen no está nada claro tres años después, en que Estados Unidos reclama, sin presentar evidencias, que sus funcionarios diplomáticos han sufrido lesiones cerebrales de cierta importancia atribuidos a supuestos ataques con armas sónicas.
No llegó a la ruptura de las relaciones diplomáticas, pero se tomaron medidas que prácticamente anularon y redujeron a su mínima expresión el personal en ambas embajadas, incluyendo el cierre de la actividad consular, que tanto daño ha hecho a las visitas familiares de cubanos a sus parientes en territorio norteamericano.
Lo que los candidatos presidenciales y vicepresidenciales dicen en las campañas electorales no siempre debe tomarse al pie de la letra, pero algo queda claro de las declaraciones de Biden, su vicepresidenta Kamala Harris y sus asesores: habrá cambios en la política hacia Cuba y esos cambios van dirigidos a eliminar, si no todas, al menos buena parte de las sanciones impuestas por Donald Trump, y a retornar a la política de acercamiento intentada por Obama, lo que presupone reanudar el camino de la normalización.
Una de las declaraciones más llamativas de Biden sobre el curso que seguirá con Cuba las reprodujo el sitio web del Cuba Study Group, una organización cubano-americana que apoya retomar el proceso de normalización.
Fueron las siguientes: La situación en la Cuba de hoy no es la misma que la situación hace cuatro años y yo seguiré políticas que reconozcan las circunstancias actuales, comenzando por la eliminación de las restricciones de Trump sobre remesas y viajes, que dañan al pueblo cubano y mantienen las familias separadas. También me ocuparé del retraso en más de veinte mil solicitudes de visa que ha aumentado bajo la administración, demandaré la liberación de presos políticos y defenderé los derechos humanos en Cuba, tal y como hice cuando fui vicepresidente.
Si se hacen a un lado los usuales giros retóricos sobre derechos humanos, presos políticos, y demás, es obvio que el presidente electo tiene como punto de partida volver a la política tal y como fue diseñada trabajosamente en la administración de la cual fue vicepresidente.
Ese objetivo puede ser complejo dada la envergadura de los retrocesos impuestos unilateral y arbitrariamente por el señor Trump, pero hay algo que reconocer, la Cuba de hoy no es la de hace cuatro años. Valdría la pena apuntar algunos elementos clave:
- Es una Cuba satisfecha de haber resistido exitosamente las acciones agresivas de la administración Trump. No se ha podido ocultar la alegría popular con su derrota.
- Es un país con un nuevo presidente, Miguel Díaz-Canel, perteneciente a la generación nacida con la Revolución.
- Cuba cuenta con una nueva Constitución ratificada en consulta y referendo popular masivo.
- Expertos reconocen avances en temas de derechos humanos.
- La sociedad cubana está mucho más conectada a la Red que en el 2016.
- Probablemente lo más importante, el país está en proceso de vencer la covid-19 utilizando políticas muy similares a las que pretende implantar Biden en Estados Unidos.
- Y, por último, el gobierno ha relanzado con ahínco el programa de reformas económicas aprobado con una renovada importancia al sector no estatal y a la descentralización.
Cualquiera que sea el enfoque del presidente electo Biden sobre Cuba, sería bueno tener en cuenta estas realidades.
Le facilita el camino que el gobierno cubano ha reiterado su disposición a retomar el proceso de normalización.
Pero hay algo que no ha cambiado: la determinación de pueblo y gobierno a seguir resistiendo si se persiste en la coerción.
- Este es un artículo de opinión para IPS de Carlos Alzugaray, exdiplomático y profesor universitario; ensayista y analista político.