Biden y el genocidio armenio: un acierto y una humillación

La Casa Blanca reconoció oficialmente esta semana el genocidio armenio, una masacre perpetrada hace más de un siglo – entre 1915 y 1917 – por el Ejercito del Imperio Otomano. Un reconocimiento tardío, que pone en tela de juicio la clarividencia del presidente Joe Biden a la hora de abordar cuestiones clave para el equilibrio estratégico global.

En efecto, tras haber tratado al gigante chino de peligro para los intereses de los Estados Unidos y al presidente ruso, Vladimir Putin, de asesino, el actual inquilino de la Casa Blanca pegó una patada diplomática (¡y moral!) al régimen de Ankara, afirmando que, si la decisión de emplear la palabra genocidio le desagradaba, podía retirarse de la OTAN o hacer lo que le plazca.

Finalizada, pues, la era del apaciguamiento, de la política de guante blanco en las relaciones con los gobernantes turcos. El estilo Biden es/será, completamente distinto. ¿Reminiscencia de la etapa Trump? Quizás, aunque Joe Biden se comprometió a abandonar los modales de su predecesor.

En realidad, se esperaba que Biden informara al presidente Erdogan antes de anunciar públicamente la decisión de reconocer el genocidio armenio. Sin embargo, la llamada telefónica con Ankara se produjo mucho después. Huelga decir que el ministro de Relaciones Exteriores de Turquía, Mevlut Cavusoglu, advirtió que cualquier medida de esta índole supondría un nuevo golpe a los ya de por sí frágiles relaciones de Washington con su aliado de la OTAN. Los altos funcionarios turcos llamaron la atención sobre el hecho de que el reconocimiento del genocidio por parte de Biden descarrilaría los esfuerzos de reconciliación entre Turquía y los representantes del pueblo armenio.

Al parecer, muchos armenios prefieren olvidar la humillante derrota infligida en noviembre por Azerbaiyán, gracias a los drones y los asesores militares turcos y los mercenarios sirios en el disputado enclave de Nagorno-Karabaj.

Durante los combates, que se prolongaron 44 días, fallecieron 3360 soldados armenios y 2855 militares azerbaiyanos. También murieron cientos de combatientes sirios y decenas de civiles.

¿De qué reconciliación nos hablan? El sentimiento predominante entre los armenios es que hace cien años los turcos querían exterminar nuestro pueblo, hacernos desaparecer de la faz de la tierra; hoy quieren hacer lo mismo, matarnos a todos, aseguran los armenios de la diáspora.

La decisión de Estados Unidos de reconocer el genocidio armenio se produce después de décadas en las que Turquía y sus lobistas de Washington chantajearon a Estados Unidos. Aparentemente, las amenazas de Ankara eran muy sencillas: si Washington usara el término  genocidio para un crimen perpetrado hace 106 años por un gobierno anterior al de la Turquía moderna, Ankara tomaría sanciones contra los Estados Unidos, cerrando sus bases militares, amenazando la seguridad de los ciudadanos norteamericanos, fortaleciendo los lazos con Irán, China y Rusia, enemigos de Washington.

Esta extraña amenaza es la que utilizó Teherán con respecto al acuerdo nuclear. Los países no occidentales aprendieron que la forma de tratar con los occidentales era aprovecharse de sus miedos. El intento de Ankara de mantener a los países del primer mundo como rehenes en relación con el genocidio armenio funcionó durante años, véase décadas. Evitó que muchos Gobiernos ofendan a Ankara al mencionar la palabra genocidio. Turquía fue mimada durante muchos años porque se vendió como clave para ayudar a Occidente en su enfrentamiento con la URSS. Cuando la Unión Soviética se desintegró, Turquía cambió su estrategia negociadora, afirmando que deseaba formar parte de la Unión Europea, de convertirse en puente entre Occidente y Asia, que al más mínimo enfado podría favorecer los designios del extremismo islámico.

De hecho, el AKP, partido capitaneado por Erdogan, que tiene sus raíces en el pensamiento islamista, podría haber culpado de las atrocidades a los gobiernos turcos anteriores. Pero no lo hizo; Occidente no comprende la mentalidad de los gobernantes de Ankara.

Conviene señalar que en Turquía hay varias versiones del holocausto: distintas, contradictorias, complementarias.

La versión oficial, defendida por todos los Gobiernos del Estado moderno, se limita a la total negación de los hechos. El genocidio armenio jamás ha existido. Los operativos de mantenimiento del orden llevados a cabo a partir de 1915 se limitaron a acabar con grupos terroristas (cristianos, léase armenios) infiltrados a través de la frontera con el Imperio Ruso. El número de bajas causadas por el Ejército otomano jamás superó la cifra de ciento cincuenta mil.

Otra versión, exhibida por algunos catedrático e investigadores, se remite a los hechos sin facilitar cifras concretas de las bajas. Las teorías varían: algunos afirman que no se trataba de una operación planeada, sino más bien de castigos ordenados por un comandante polaco ¡cristiano! convertido al Islam.

La tercera versión, vehiculada por los propagandistas negacionistas, niega la veracidad de los documentos elaborados por la Secretaría de la Sociedad de las Naciones, acusándola de parcialidad, al defender solo y únicamente los intereses de Gran Bretaña y Francia, principales beneficiarias del desmantelamiento del Imperio Otomano. La presencia en Anatolia de una misión de analistas y politólogos ingleses durante el inicio de los enfrentamientos está debidamente documentada.

Durante décadas, la exigua comunidad armenia residente en Anatolia tuvo que hacer frente, al igual de las demás agrupaciones étnicas o religiosas existentes en el país, a medidas discriminatorias de toda índole. Sin embargo, resulta muy difícil, por no decir, imposible, identificar la procedencia real de dichas medidas.

Entre 1985 y 2015, hubo un periodo de acercamiento, cuando armenios de la diáspora o de la recién proclamada República de Armenia regresaron a Turquía para tratar de encontrar sus raíces. Pero la situación experimentó un notable deterioro tras la intentona de golpe de Estado de 2016. La comunidad armenia abandonó la esperanza de la normalización de las relaciones con Turquía. Por su parte, el presidente Erdogan optó por engrosar – junto con Vladimir Putin, Viktor Orban y Nicolás Maduro – la lista de los autócratas.

No, el innombrable genocidio no volverá a repetirse. Pero las viejas heridas permanecen abiertas.

Adrian Mac Liman
Fue el primer corresponsal de "El País" en los Estados Unidos (1976). Trabajó en varios medios de comunicación internacionales "ANSA" (Italia), "AMEX" (México), "Gráfica" (EE.UU.). Colaborador habitual del vespertino madrileño "Informaciones" (1970 – 1975) y de la revista "Cambio 16"(1972 – 1975), fue corresponsal de guerra en Chipre (1974), testigo de la caída del Sha de Irán (1978) y enviado especial del diario "La Vanguardia" durante la invasión del Líbano por las tropas israelíes (1982). Entre 1987 y 1989, residió en Jerusalén como corresponsal del semanario "El Independiente". Comentarista de política internacional del rotativo Diario 16 (1999 2001) y del diario La Razón (2001 – 2004). Intervino en calidad de analista, en los programas del Canal 24 Horas (TVE). Autor de varios libros sobre Oriente Medio y el Islam radical.

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