La Guerra Fría del pacifista Biden

¿Es Joe Biden el presidente pacifista llamado a subsanar los errores de Donald Trump, a hacernos olvidar los exabruptos del multimillonario convertido en estadista autodidacta? Esta fue, por lo menos, la imagen que nos proyectaron durante la campaña presidencial de 2020 los asesores del partido Demócrata, empeñados en presentar a un candidato capaz de acabar los todos los males que aquejaban una América conmocionada por el inusual estilo del intruso Trump.

Cierto es que Donald Trump revolucionó el panorama político estadounidense. Mejor dicho, lo desajustó, logrando acabar con la alternancia de las dos corrientes dominantes –republicana y demócrata– con una fraseología carente de contenido y la capacidad de amoldarse a inverosímiles compromisos. Sin embargo, tras la salida de Trump de la Casa Blanca, asistimos a una especie de retorno a los viejos modales.

Trato de recordar: el eslogan de Trump fue: América primero; el de su sucesor: América ha vuelto. ¿La vieja América, la tradicional, la conservadora? Biden no tardó en facilitarnos la respuesta: su América es la del poderío militar, de la confrontación entre grandes potencias, de las guerras comerciales, de las famosas listas negras ideadas por políticos anglosajones. El pacifista instalado en la Casa Blanca no dudó de tildar a su archirrival, Vladimir Putin, de… asesino, reservando un trato más benévolo al líder chino, Xi Jinping.

Joe Biden no tuvo inconveniente en tensar la cuerda de las relaciones con el Kremlin, acercándose cada vez más a los azarosos confines de la Guerra Fría. En los últimos meses, la presencia naval estadounidense en las inmediaciones de las aguas territoriales de Rusia se ha ido acentuando. Vladimir Putin lanzó el grito de alarma, al evidenciar la instalación de sistemas balísticos de la OTAN en Rumanía y Polonia, así como la intensificación de las actividades militares de la Alianza Atlántica en Europa oriental y septentrional, así como en la región del Mar Negro.

Las quejas no son nuevas. Reflejan, sin embargo, el creciente malestar del Kremlin ante el avance estratégico de Washington y sus aliados en la frontera con la Federación rusa. Esta semana, el ministro de defensa ruso, Serguei Shoigu, ha revelado un simulacro de ataque nuclear contra Rusia, llevado a cabo a comienzos de noviembre por bombarderos estadounidenses, que se acercaron a unos 20 kilómetros de la frontera con Rusia. ¿Se trataba realmente de una especie de tenaza nuclear, como pretenden los estrategas militares rusos?  ¿De una advertencia de Occidente ante la movilización de 94.000 soldados en los confines con Ucrania? Lo cierto es que el tono entre Washington y Moscú sube.

A finales de esta semana, la televisión oficial moscovita ha anunciado que Rusia podría destruir –con sus nuevos misiles ASAT– 34 satélites militares de la OTAN, neutralizando por completo los sistemas GPS de los misiles, aviones, barcos y unidades terrestres de la Alianza.

Los ASAT fueron ensayados recientemente al procederse a la destrucción en el espacio de un satélite soviético obsoleto. La metralla resultante de la explosión rebotó en las inmediaciones de la Estación Espacial Internacional, provocando la indignación de Washington y de los expertos de la NASA.

Pocas horas después de este inusual episodio, el jefe de Estado Mayor ruso, Valeri Guerasimov, y su homólogo norteamericano, Mark Milley, sostuvieron una larga conversación telefónica en la que se abordaron asuntos de seguridad relacionados con la tensión en Ucrania, la presencia de efectivos estadounidenses en Europa y la crisis en la frontera entre Bielorrusia y Polonia.  Escasas horas antes de la conversación con Guerasimov, el general Milley conversó con el jefe del Estado Mayor de Ucrania, Valeri Zalujni, reiterando el compromiso de la Administración estadounidense de enviar asesores militares y material bélico al Gobierno de Kiev. Un anuncio que bien valía ciertos esclarecimientos…

Adrian Mac Liman
Fue el primer corresponsal de "El País" en los Estados Unidos (1976). Trabajó en varios medios de comunicación internacionales "ANSA" (Italia), "AMEX" (México), "Gráfica" (EE.UU.). Colaborador habitual del vespertino madrileño "Informaciones" (1970 – 1975) y de la revista "Cambio 16"(1972 – 1975), fue corresponsal de guerra en Chipre (1974), testigo de la caída del Sha de Irán (1978) y enviado especial del diario "La Vanguardia" durante la invasión del Líbano por las tropas israelíes (1982). Entre 1987 y 1989, residió en Jerusalén como corresponsal del semanario "El Independiente". Comentarista de política internacional del rotativo Diario 16 (1999 2001) y del diario La Razón (2001 – 2004). Intervino en calidad de analista, en los programas del Canal 24 Horas (TVE). Autor de varios libros sobre Oriente Medio y el Islam radical.

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