Djokovic aparece en la batalla por la vacuna en Brasil

El campeón Novak Djokovic puso el tenis en el centro de la batalla por la vacunación anticovid, involucrando la libertad individual, la credibilidad de la ciencia, las inequidades mundiales y el papel de los ídolos deportivos, informa Mario Osava (IPS) desde Río de Janeiro.

El gobierno australiano rechazó la presencia del tenista en el país para disputar el Abierto de Australia, uno de los cuatro principales torneos mundiales de tenis, que tiene lugar del 17 al 30 de este mes en Melbourne.

Djokovic representaría un riesgo sanitario y atizaría el movimiento antivacuna en desmedro del orden público, al no estar vacunado, justificó el ministro de Inmigración, Alex Hawke, al cancelar su visado de entrada al país y decretar su deportación. La Justicia ratificó tal decisión.

El tenista serbio «eligió la libertad y se hizo hoy un líder mundial en esa área», alabó el diputado brasileño Eduardo Bolsonaro, en un mensaje por redes sociales. Voceó así lo que piensa también su padre, el presidente Jair Bolsonaro, quien rechaza vacunarse pero no logra imponer su postura a la nación.

Brasil, con 68 por ciento de su población completamente vacunada, extendió la campaña a niñas y niños de cinco a once años de edad desde el 16 de este mes, contra la opinión del presidente.

Una encuesta hecha el 12 y 13 por el Instituto Datafolha concluyó que 79 por ciento de los entrevistados en todo el Brasil aprueban la vacunación infantil y 17 por ciento están en contra. La aprobación entre las mujeres, de 83 por ciento, supera a la masculina, de 75 por ciento. El rechazo es mayor entre los más ricos, 28 por ciento.

Una encuesta del mismo instituto, en julio de 2021, constató 94 por ciento de adhesión de los brasileños a la vacunación anticovid, cuando se destinaba solo a los adultos.

Es posible que el permanente boicot del presidente haya contribuido al menor apoyo a la vacunación infantil, así como reduce la eficacia de todas las acciones contra la pandemia.

Bolsonaro incluso acusó a la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria de favorecer «intereses» ocultos al aprobar la vacunación infantil y provocó una oleada de amenazas anónimas a los técnicos de la institución reguladora.

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Un indígena es inmunizado en la aldea Mukuru, en el estado de Amapá, en el extremo noreste de Brasil, frontera con Guayana Francesa. Los indígenas están en el primer grupo de vacunados, como los médicos y enfermeras mayores de sesenta años, debido a su vulnerabilidad a la covid. © DefesaGovBr-Fotos Públicas

La difusión de falsedades sobre daños de las vacunas, que tiene fuentes identificadas entre los bolsonaristas más fieles, contribuyó por ejemplo a que algunos grupos indígenas rehusaran la inmunización, con el consecuente aumento de la mortalidad en esas poblaciones vulnerables.

Celebridades, como Djokovic, también ejercen su influencia, especialmente los deportistas, poco afectados porque son más resistentes al coronavirus. Pero mantener la actitud negativa es más difícil en los deportes colectivos, que dejan en evidencia los límites de la libertad individual.

Joshua Kimmich, conocido futbolista alemán del Bayern de Múnich, decidió vacunarse después de contraer la COVID-19 en fines de noviembre. La enfermedad lo dejó más de un mes sin jugar por «infiltraciones leves pulmonares» que quedaron como secuelas.

En Brasil, el director técnico de la selección nacional, Adenor Bachi, más conocido por el apodo Tite, descartó el lateral izquierdo Renan Lodi del equipo que jugará el 27 de enero y 1 de febrero dos partidos eliminatorios de la Copa Mundial de este año en Qatar, por faltarle la segunda dosis de la vacuna. «Vacunarse es una responsabilidad social», arguyó.

Es una dimensión ignorada por Dobel Macedo, un ingeniero de 72 años quien, junto con su familia, esposa, dos hijos y tres nietos, rechaza la vacunación.

«Las vacunas anticovid aún son experimentales, nada comprueba su eficacia», sostuvo a IPS por teléfono desde Rio de Janeiro. Menciona una que «casi no produjo anticuerpos», otra que solo asegura protección por tres meses.

«¿Como confiar en una vacuna que exige tres dosis en un solo año?», cuestionó. Algunos países ya empiezan a aplicar una cuarta dosis, la segunda de refuerzo, y Portugal, con 90 por ciento de su población vacunada, aún registra cerca de treinta muertes diarias, casi el mismo nivel del período más crítico de 2021, mencionó entre los varios datos que elige para respaldar sus convicciones.

«No soy antivacunas en general, en el pasado tomamos las de sarampión, poliomielitis, pero esas llevan diez años en desarrollo. Ahora las hicieron demasiado rápido, no hay seguridad contra daños colaterales, tenemos miedo», reconoció.

Sus creencias coinciden con las que identifican el «bolsonarismo» durante la pandemia y se comprobaron dañosas. Defiende el tratamiento con cloroquina (medicamento contra la malaria -paludismo-) y la prevención con ivermectina (un antiparasitario), no confía en la protección de las mascarillas y rechaza el «pasaporte» sanitario.

«Las pruebas sí aseguran que alguien no tenga el virus, las vacunas no», lo demuestran las numerosas infecciones actuales de gente completamente vacunada, razonó.

Los llamados «negacionistas» de la vacuna son una pequeña minoría incluso entre los adeptos de Bolsonaro, que se mantienen en cerca de 22 por ciento entre los entrevistados de las últimas encuestas.

Los brasileños siempre adhirieron masivamente a las campañas del Programa Nacional de Inmunización desde la década de los años setenta. Las vacunas ayudaron a erradicar o controlar enfermedades como la poliomielitis, el sarampión, la meningitis, gripes y fiebre amarilla.

Pero ahora, con un gobierno de extrema derecha, la batalla recrudece cuando explota el número de casos, sin precedentes en esta pandemia. Actualmente el promedio de casos en Brasil se multiplica por ocho en comparación con dos semanas atrás, debido a la nueva variante del coronavirus, la ómicron.

Las muertes suben más lentamente, pero los hospitales se acercan al colapso, especialmente porque numerosos médicos y enfermeros están contrayendo la enfermedad.

«Casi todo mi equipo dio positivo a la COVID-19; cada día aparece otro contagiado. Yo acabo de recibir mi resultado positivo», reveló Adriana de Camargo, enfermera del Hospital Municipal de Paulinia, a cien kilómetros de São Paulo, el 13 de este mes.

El hospital tuvo que contratar personal nuevo para sustituir parte de los 53 funcionarios de la «línea de frente», es decir que cuidan enfermos y están agotados por las horas adicionales que están trabajando, dijo por teléfono desde Campinas, la ciudad vecina donde vive.

Una crisis similar viven los sistemas de salud en un tercio de los veintisiete estados brasileños. Diez de sus capitales estaban en situación de alerta, cuatro con más de 80 por ciento de sus Unidades de Cuidados Intensivos ocupadas y seis con más del 60 por ciento, según el Observatorio Covid-19 de la Fundación Oswaldo Cruz, principal institución sanitaria de Brasil, en su informe del 12 de este mes.

En el municipio de Rio de Janeiro, 5500 trabajadores de la salud, cerca de 20 por ciento del total, tuvieron que dejar sus unidades de trabajo entre diciembre y la primera quincena de este mes, porque se enfermaron de COVID-19, según sus sindicatos y hospitales.

Son dramas que podrían mitigarse con una vacunación más rápida de lo que permite el gobierno brasileño y sus adeptos. Pero la extrema derecha, en el poder en Brasil, solo reconoce individuos, no a la sociedad ni los derechos colectivos que la pandemia tiende a realzar.

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