Lo que podía haber sido una marcha triunfal del islamismo turco hacia un radical cambio de sociedad, hacia la cancelación de la herencia y los vestigios del kemalismo, se está convirtiendo en un sinuoso camino de espinas para el presidente Erdogan.
Consciente de que los cambios estructurales contemplados por su agrupación política – el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) – tropezarán con fuertes reticencias por parte de Occidente, aunque también, de un gran porcentaje de la población de su país, el sultán no dudó en dosificar su ofensiva ideológica. No se trataba de hacer borrón y cuenta nueva del legado de Mustafá Kemal Atatürk, el fundador del Estado moderno idolatrado por la mayoría de los habitantes de Anatolia, sino de introducir medidas aparentemente anodinas destinadas a transformar paulatinamente el tejido social de Turquía.
Mas los anodinos cambios desembocaron, en el verano de 2016, en una intentona de golpe de Estado. A Erdogan le salvó un soplo procedente de… los servicios de inteligencia rusos, lo únicos que se molestaron en advertirle sobre el peligro de la conjura. Las consecuencias de la intervención del Kremlin son harto conocidas: militares, policías, jueces, catedráticos y servidores públicos fueron arrestados, investigados, encarcelados o depurados.
Pero, ¿en realidad hubo decenas de miles de culpables, de cómplices del golpe? ¿Quiénes fueron los cabecillas del movimiento sedicioso? Erdogan acusó al afamado predicador islámico Fetullah Gülen, antiguo compañero de camino suyo, de haber urdido el complot. Gülen desmiente, por activas y pasivas, estas acusaciones. En las capitales occidentales, planea la duda. ¿Fuimos nosotros? ¿Los… o los…? Como la transparencia no es el fuerte de las instituciones heredadas de los otomanos…
Lo cierto es que Erdogan decidió vengarse de los oficiales turcos destinados al cuartel general de la OTAN; de allí surgieron algunas complicaciones políticas. ¿Intento de socavar el prestigio de la Alianza Atlántica? ¿Coartada para distanciarse de Occidente?
La respuesta de Ankara es, invariablemente, la misma: Somos aliados fieles de la OTAN. Sin embargo, la compra de material militar de origen ruso levantó nuevas sospechas. ¿Cómo compaginar la instalación de sistemas de defensa enemigos con el sofisticado arsenal de misiles de fabricación estadounidense?
Las quejas de los atlantistas empezaron a llover. Al igual que las advertencias, las inevitables sanciones del socio norteamericano. El distanciamiento – ficticio o real – coincidió con el incremento de las relaciones estratégicas y comerciales con la Federación Rusa. Y, curiosamente, con el operativo bélico de Ucrania.
Erdogan siempre presumió de la capacidad de persuasión de Turquía, de la habilidad de su diplomacia a la hora de ofrecer sus buenos oficios como mediador en conflictos internacionales. En el caso concreto de Ucrania, los emisarios turcos lograron organizar varios encuentros entre dignatarios de Moscú y de Kiev.
A mediados de esta semana, Ankara hizo correr la voz de que el desenlace del conflicto era inminente; el equipo de Erdogan estaba preparando la alfombra roja para la cumbre de los jefes de Estado. Poco tardó en llegar el mentís, el efecto de la jarra de agua fría.
La guerra sigue, al igual que las presiones ejercidas desde el primer momento por la Administración estadounidense, poco propensa a aceptar la zigzagueante postura del fiel aliado turco, que decidió no sumarse a las sanciones impuestas a Rusia. Erdogan optó por desempeñar el papel de líder de una potencia regional independiente y soberana. Ello implica, forzosamente, no aceptar las sacrosantas reglas dictadas por el Imperio.
Joe Biden no dudó en llamar a Erdogan. Sin embargo, fracasó en el intento de razonar al Gran Turco. No, Turquía no se sumará a las sanciones impuestas por Washington y Bruselas; Ankara tiene su propia política, sus prioridades. El inquilino de la Casa Blanca encargó a sus fieles escuderos transatlánticos, Charles Michel y Ursula von der Leyen, presidentes del Consejo y la Comisión Europea respectivamente, a proseguir la labor de zapa. Misión imposible para quienes trataron de persuadir a Erdogan de que, de momento, Turquía no podrá ocupar el ansiado lugar en el club cristiano de Bruselas.
Tocó el turno de la OTAN. El noruego Stoltenberg se llevó a su vez la poco agradable sorpresa de tropezar con la negativa de Erdogan. Y también, con la advertencia: Ankara vetará el ingreso de Suecia y Finlandia, nidos de terroristas kurdos, en la Alianza. Este turco es más inflexible que los comunistas, manifestó uno de los asesores escandinavos del secretario general de la OTAN.
Quedaba, pues, otra opción; la última. Advertir a los empresarios turcos que el comercio con Rusia, fomentado por Ankara, podría acarrear sanciones por parte del Tesoro estadounidense. El subsecretario de Hacienda, Adewale Adeyemo, advirtió por carta a las empresas e instituciones turcas que comercian con Rusia sobre el riesgo de seguir las pautas del Gobierno Erdogan. El mensaje fue publicado también por el rotativo Wall Street Journal. La respuesta de Ankara no tardó en llegar.
La carta (del Tesoro de EE. UU.) enviada a los círculos empresariales turcos no debería causar ansiedad. Nuestros empresarios deberían sentir que el poder del Estado los acompaña, manifestó el ministro de Finanzas turco, Nurettin Nebati, quien añadió: Estamos decididos a desarrollar nuestras relaciones económicas y comerciales con nuestros vecinos (rusos) en varios sectores.
Según las estadísticas oficiales, entre los meses de mayo a julio de este año las exportaciones de Turquía a Rusia aumentaron casi un cincuenta por ciento en comparación con el mismo período de 2021.
Más aun; Ankara anunció también que pagará los suministros de gas ruso parcialmente en rublos y potenciará la introducción del nuevo sistema de pago Mir – equivalente y competidor del SWIFT- a Turquía.
Comentando la interrupción del flujo de gas natural ruso a Europa en represalia por las sanciones impuestas por Occidente, Erdogan afirmó que Europa está cosechando lo que sembró. Más claro, imposible. Para los eurócratas de Bruselas, el sultán se había convertido en un agente del Kremlin. Sin embargo…
En clave europea, el presidente turco tendrá que decidir si da luz verde al anunciado enfrentamiento bélico con Grecia, ideado ante todo para reavivar los sentimientos nacionalistas de su pueblo en vísperas de las elecciones generales del año próximo. Sabido es que el nacionalismo y el chovinismo venden…
Siguiendo por la senda de espinas, Erdogan también logró defraudar a su amigo Putin. A finales de julio, el presidente turco comunicó a los miembros del Gabinete que su homólogo ruso le había pedido, durante la reunión tripartita celebrada en Teherán, autorizar la creación en Rusia de una fábrica de drones de combate Bayraktar. Los aparatos, utilizados por el ejército ucranio, se habían convertido en la pesadilla del cuerpo expedicionario ruso. Pero Erdogan ha dejado muy claro que Turquía no venderá los Bayraktar TB2 a Moscú.
El dueño de la empresa Baykar, que fabrica los drones, se apresuró en poner los puntos sobre las íes. «Para nosotros, el dinero no es una prioridad. El dinero y los recursos materiales nunca han sido el objetivo de nuestro negocio. Nuestra amistad y cooperación con Ucrania viene de muy antiguo. No importa cuánto dinero nos ofrezca Moscú, seremos honestos; los drones TB2 no se venderán a Rusia», manifestó Haluk Bayraktar, director ejecutivo de Baykar y… yerno de Erdogan.
Al final, Rusia tuvo que recurrir a drones de fabricación iraní, más voluminosos y menos fiables que los turcos. A Putin no le queda, pues, más remedio que recorrer parte del camino de espinas de su cambiante socio y amigo Erdogan.