Roberto M. Cataldi Amatriain[1]
En la vida real, cuando un producto comercial tiene éxito surgen rápidamente las paternidades, como sucede con las hamburguesas, si bien tengo entendido que las primeras versiones tienen varios siglos: los patricios romanos, las tribus de mongoles y turcos, los tártaros, aunque el nombre proviene del puerto alemán de Hamburgo y, habrían sido los inmigrantes alemanes quienes introdujeron este sándwich de carne picada o molida en los Estados Unidos (hamburger, burger) acompañado de papas fritas. Ahora bien, cada local de comida rápida se atribuye la capacidad de hacer las mejores para así captar comensales.
Lo inaudito aconteció hace poco, pues, me enteré por una nota periodística de que en un fast food de la provincia de Santa Fe (Argentina), un «creativo» puso el nombre de Ana Frank a unas hamburguesas suculentas con aros de cebolla, lechuga y tomate, y a las papas fritas el nombre de Adolf.
Los medios locales difundieron el hecho y, entidades judías reaccionaron ante lo que consideraron un agravio a su memoria, con lo cual el creativo de marras no tuvo mejor idea que cambiar la denominación por el de Ana Bolena, y enseguida provocó la reacción de medios feministas que juzgaron la nueva denominación como una afrenta a la mujer.
Todos conocemos la triste historia de Ana Frank quien dejó para la posteridad su diario íntimo y murió en un campo de concentración, también el de Ana Bolena, quien fue decapitada por orden de su esposo Enrique VIII bajo pruebas falsas de adulterio.
Entiendo la indignación que provocó. Estas dos mujeres que ingresaron en distintas épocas a la historia universal son símbolos que representan valores, y su agresión o falta de respeto lógicamente genera repudio. Pero como si esto fuese poco, según la nota periodística, en el frente del local hay un gran cartel que dice ¿why not? o ¿por qué no?
Daría la impresión que en los tiempos que corren todo estaría permitido, no solo el mal gusto, la cancelación o censura, la falta de respeto, también el agravio. Y estimo que si realmente nos interesa la defensa de los derechos humanos, no podemos aceptar que se ofenda gratuitamente a quien piensa distinto, se injurie a los que pertenecen a otras etnias, religiones o estigmatice a quienes son extranjeros.
Sin embargo vemos en las redes sociales que es algo bastante frecuente. No pocos energúmenos aprovechan los medios digitales para ofender a quienes no son de su agrado, más allá del discurso discriminatorio o peyorativo a menudo sustentado en prejuicios, preconceptos y estereotipos.
Hoy por hoy parece estar de moda lo «políticamente incorrecto», y muchos consideran que se trata de un acto de valentía, una acción de rebeldía por faltar el respeto o transgredir aquellas normas que socialmente están aceptadas, aunque de ninguna manera significa que esas normas sean realmente éticas…
La cara opuesta sería lo políticamente correcto, que literalmente nos conduciría a la perfección política o al menos a la política sin errores ni faltas, algo que cada vez resulta más quimérico. Los políticos de distintas agrupaciones no pierden oportunidad de agredirse con falsas acusaciones, insultos, hasta en ocasiones recurren a la agresión física en medio de una sesión parlamentaria, siendo la gente testigo de esos actos que nada tienen de ejemplaridad gracias a la televisión.
La política tiene mucho de espectáculo y muy poco de solidaridad. En fin, me gusta el circo, pero cuando su calidad forma parte del arte escénico.
Los humanos somos «seres hermenéuticos», vivimos interpretando, por lo tanto estamos sujetos a los malentendidos y a las equivocaciones. Lacan solía decir, usted sabe lo que dijo pero no lo que el otro entendió. Estoy de acuerdo, a veces decimos algo con la mejor intención pero somos mal interpretados. Y en lo que atañe al respeto, lo considero no como un acto de sometimiento o quizá de temor reverencial, sino como un acto de dignidad y que merece tolerancia. Quien nació en una familia donde el respeto es fundamental, lo incorpora desde niño y lo considera algo natural, no necesita intelectualizarlo.
El respeto por el otro debería ser un soporte educativo ineludible desde la infancia, es decir, comenzando por el hogar, siguiendo en la escuela y finalmente la sociedad. No hay duda que si inculcásemos a todos los individuos desde temprano el respeto por el otro se solucionaría gran parte de los problemas que tiene el mundo. Asimismo, cualquier forma de maltrato debe ser condenada, pues, pienso que el que está habituado a faltarle el respeto a los otros en el fondo no se respeta a sí mismo, y justamente aquí reside lo que llamamos dignidad.
También he notado que algunos equiparan todas estas situaciones con la provocación. No estoy de acuerdo. Como ser, en varias oportunidades amigos de las lides intelectuales me han dicho que soy un provocador. Confieso que a menudo suelo provocar, pero no con la intención de despertar la hostilidad del otro, al contrario, más bien la utilizo para estimular a se que piense o reflexione sobre determinada situación, o quizá como hacía el tábano de Sócrates (según Platón), aguijonear o sacar al otro de su comodidad para que pensando halle por sí mismo la respuesta, digamos la correcta.
Pero, volviendo a las hamburguesas y las papas fritas, nuestro idioma es dinámico y rico, aunque lamentablemente desde hace bastante tiempo venimos perdiendo palabras. En efecto, estamos empobreciendo el idioma a la vez que nos empobrecemos en todos los sentidos, incluso andamos a tientas por el mundo haciendo mal uso de los símbolos.
- Roberto M. Cataldi Amatriain, es presidente de la Academia Argentina de Ética en Medicina