Décimo cuarto día del décimo mes de 2023. Mientras se decide a cuál de las dos Españas se le va a helar el corazón, nosotros hemos podido huir de tanto ruido, de tanta gente gritando, de tanto silencio, de tanta gente que no conoce el pudor.
Si no fuera por el calor que está haciendo, si no fuera porque no llueve, pudiera parecer que nos hubiéramos trasladado al escenario de Blade runner, la película de Ridley Scott de 1982.
Las calles de Tokio no son las de Osaka pero en el primer paseo nocturno sentimos que estábamos inmersos en pleno rodaje y pareciera que por cualquier esquina aparecería corriendo Pris (Daryl Hannah) huyendo de Deckard, (Harrison Ford, que lo bordó).
La sensación de replicantes la teníamos nosotros venidos de otros mundos, extraños en esta ciudad deslumbrante, llena de sonidos incomprensibles, de miradas huidizas y a la vez amables.
Los restaurantes a pie de calle y puestos callejeros nos servían la deliciosa comida japonesa, ramen, gyozas, yakitori, takoyaki, tempuras de pescado o verdura, arroz, sopas, pollo y cerdos fritos y especiados,…
Desde el piso treinta y dos de nuestro acristalado hotel nos parecía estar volando sobre la ciudad salpicada de luz como si estuviéramos en el centro de una galaxia mirando alrededor, mientras parecía sonar la embriagante música que Vangelis creó para la banda sonora de esta película.
El día nos devuelve al pasado de la historia milenaria de este país mientras visitábamos los templos y santuarios que se encuentran en los parques y bosques de la ciudad, un retiro espiritual tan necesario en estos tiempos de tanta locura política y de incertidumbre por los conflictos bélicos en estas guerras que no cesan y que no son fruto de la imaginación de nadie sino de la cruda realidad.
Nuestras lágrimas, siempre por los más débiles, por las víctimas, también se perderán como gotas de agua en esta lluvia inexistente.