Después de publicar su primera novela, «El ángel que nos mira», que en 1930 obtuvo un éxito considerable para tratarse de un autor entonces desconocido, el escritor norteamericano Thomas Wolfe (1900-1938) tuvo grandes dificultades para terminar la siguiente, «Del tiempo y del río», que tardó más de cinco años en escribir y que había comenzado en Nueva York y resolvió durante largas estancias en varios países de Europa.
Parte de la inseguridad que sentía la provocaba la acogida que los vecinos de su pueblo, Asheville, en Carolina del Norte, habían hecho de aquella primera novela, pues se sentían ridiculizados y retratados de una forma muy crítica, hasta el punto de que, a partir de entonces, al escritor le resultó muy difícil viajar allí para reencontrarse con su familia y con sus amigos.
Este sentimiento y las experiencias que conlleva, los reflejó Wolfe en «No puedes volver a casa», que no vio la luz hasta 1940, después de la muerte del autor, y que ahora publica en España la editorial Piel de Zapa.
Desde el mismo título y a lo largo de la novela Thomas Wolfe reflejó en esta autoficción (mucho antes de que el término existiera) las circunstancias de este alejamiento de Asheville (Libya Hill en la novela). La frase tenía además otros significados para Thomas Wolfe: volver a la familia, volver a la infancia, volver a los primeros amores, a los sueños juveniles, volver «al padre al que has perdido y al que has estado buscando»…
En este texto también expone las dificultades de su trabajo de escritor (George Webber en la ficción), así como las relaciones con su editor Max Perkins (aquí Fox Edwards), quien lo rescató de la depresión y de la situación a la que se había abandonado y a cuyo mérito debe Thomas Wolfe también el éxito en 1935 de la novela «Del tiempo y del río», desde la preparación del texto definitivo a su publicación y promoción.
Además de un padre, Perkins fue para Thomas Wolfe su guía, su crítico, su confidente y su principal apoyo. «No puedes volver a casa» es también un homenaje a este editor, al que dedica varios capítulos de la novela y cuya parte final, escrita en forma de una larga carta que resume las relaciones entre ambos personajes, es al mismo tiempo una reflexión sobre la vida, los sentimientos y las creencias del novelista.
La voluntad de desvelar sin ambages toda su vida y su personalidad la manifiesta el autor mostrándose abierta y profundamente hasta en los detalles más íntimos y escabrosos, con el fin de «exprimir hasta la última gota, hasta que no quede nada…, de verme pintado tal como soy» (p. 350).
En efecto, en la novela, George Webber es un escritor inquieto y de difícil asiento, que decide abandonar su plaza de profesor y también a su amante, una mujer madura de la alta burguesía americana, para dedicar su vida a escribir después de obtener un cierto éxito con su primera novela, que aquí se titula «A nuestro hogar en las montañas». Residente en Nueva York, entre Greenwich Village y Brooklyn, un viaje a su pueblo natal para asistir al funeral de una tía le revela el estado de animadversión de sus convecinos a causa de la interpretación que hacen de las historias que Webber contaba en aquella primera novela. Sus paisanos manipulan los relatos, inventan historias falsas e incluso airean un olvidado escándalo familiar relacionado con su padre.
El escritor percibe la decadencia del pueblo y de sus gentes, dedicadas a la especulación y al enriquecimiento rápido y decide romper definitivamente con sus raíces. Su recorrido por varios países europeos, sobre todo Londres y la Alemania de los primeros años del nazismo, le hace ver realidades por las que nunca se había preocupado, centrado en su ensimismamiento de escritor y en su aislamiento de la vida real que se desplegaba alrededor.
A lo largo de 664 páginas, al hilo de su historia personal, Thomas Wolfe (a través la mirada de su alter ego George Webber) vierte sus opiniones sobre algunos aspectos de las sociedades americana y europea en las que transcurrieron sus 37 años de vida: el racismo, la especulación inmobiliaria y los efectos del crack del 29, la manipulación periodística, la emergente cultura de consumo, el nazismo que comenzaba sus primeras acciones represivas contra los judíos durante la última estancia del escritor en Alemania. Es una mirada crítica y al mismo tiempo melancólica de un hombre sensible que contempla la vida a su alrededor con los ojos de quien descubre su lado oscuro.
En su desbordante e incontrolable producción escrita, Thomas Wolfe acumuló miles de páginas que apilaba desordenadamente en los angostos apartamentos en los que vivía. Su último editor, Edward Aswell, los ordenó y publicó con ellos «La red y la roca» y «No puedes volver a casa», que probablemente formaban parte de un mismo manuscrito y que seguramente recortó para hacerlos más legibles. Sólo así se entiende en «No puedes volver a casa» la aparición de un personaje, Lewel, el editor alemán de Webber, que acude a despedirlo a la estación de Berlín cuando el escritor abandona el país. La relación entre ellos se muestra afable y ambos comentan acontecimientos vividos durante la estancia del americano en Alemania. Pero Lewel nunca antes aparece en la novela.