Los nuevos «illuminatti» de América Latina

Roberto Cataldi[1]

Las sociedades de América Latina están cada vez más expuestas a las crecientes olas de inestabilidad. Y estimo que tiene que ver con la «cultura del slogan», los núcleos duros que siguen con sentido dogmático a un candidato populista, y la irrupción invasiva de los algoritmos tendenciosos.

En efecto, la cultura eslogámica procura que el individuo llegue a creer que lo que repite de manera automática lo ha pensado cuando no es así; los núcleos duros están compuestos por fanáticos y es imposible mantener con ellos un diálogo abierto e inteligente; las redes, como dice George Saunders, no quieren que uno piense por sí mismo, pero además es evidente que son como «zonas liberadas», donde vale todo, ya que los delincuentes operan sin dificultades.

En fin, todo apunta a controlar la mente de los seres humanos, y allí reside el nudo gordiano de los sujetos controladores, quienes también saben cómo crear nuevas realidades, desencadenar conflictos innecesarios e infundir miedo para imponer su relato.

Muchos políticos, incluyendo presidentes, toman sus decisiones trascendentes ateniéndose solo a las encuestas y las redes sociales, como si allí estuviese la representación de toda la realidad que por consiguiente es universal.

trump-milei-25feb2024 Los nuevos «illuminatti» de América Latina
Encuentro entre Donald Trump y Javier Milei el 25FEB2024

Según los medios, Javier Milei luego de su participación en Davos, tuiteó más de quinientos veces con enojo. En muchos aspectos es un seguidor de Donald Trump, que según dicen, no comenzaba a trabajar hasta las once de la mañana y solía pasar entre seis y ocho horas al día viendo TV y Twitter (ahora X).

Confieso que me sorprende, ya que se espera que un presidente dedique la mayor parte de su tiempo a gestionar e intentar solucionar los problemas de la gente, pues, esa es su responsabilidad… Pero recuerdo que siendo niño, mi abuela decía que los malos ejemplos se aprenden rápido.

En efecto, me hubiese gustado que tomara como ejemplos a Ángela Merkel o Jacinta Ardern, pero evidentemente son modelos lejanos para varios de los mandatarios latinoamericanos empeñados en crear sus propias realidades.

En fin, lo conveniente y prudente es hacer un uso moderado de las redes, frente al peligro de la adicción o la intoxicación, y en relación a las encuestas, no suelo darles mayor valor, porque me despiertan desconfianza, dada la gran cantidad de ellas que están amañadas, sin embargo presto atención a algunas que provienen de organizaciones serias porque sé que pueden acercarse a la realidad o darnos una orientación sobre el problema, conflicto o dilema que se trate.

Una de ellas es: «Riesgo político en América Latina 2024», (CEILIC- Centro de Estudios Internacionales de la Universidad Católica de Chile) y, los diez puntos que subraya son los diez riesgos políticos principales que serán de naturaleza transnacional, nacional o social.

Claro que yo le agregaría otros que también desde mi punto de vista considero de vital importancia (pobreza, desigualdad, contaminación ambiental, pérdida de la biodiversidad, marginaciones, falta de desarrollo económico, ausencia de entendimiento entre los gobiernos latinoamericanos, etc.).

El primero de ellos es el aumento de la violencia (la inseguridad, el crimen organizado y el narcotráfico), tema fundamental en la agenda regional y, según la Oficina de las Naciones Unidas para la Droga y el Delito (ONUDD), el crimen organizado es responsable de cerca de la mitad de los homicidios en Latinoamérica y el Caribe: ocho de cada diez países con las más altas tasas de homicidios del mundo están en Latinoamérica y el Caribe.

Otros puntos que consigna son: el aumento de la corrupción y la impunidad; la desafección con la democracia y el avance del populismo y del autoritarismo; la débil gobernabilidad y la rápida pérdida de apoyo popular de los presidentes; el aumento de los flujos migratorios; la radicalización de las protestas sociales; la inestabilidad internacional; el deterioro del clima de negocios; el impacto de la tecnología (inteligencia artificial, redes sociales, ciberamenazas) en la política; la vulnerabilidad frente al cambio climático. Cada uno de estos puntos merece un amplio y detallado análisis que nos llevaría mucho tiempo.

Pero cuando se habla de América Latina no se puede ignorar a los Estados Unidos, que siempre se consideró dueño del «patio trasero», y además por tratarse de la potencia más poderosa del planeta, si bien hoy no es la única.

Según el último «Democracy Index by Country 2024» (Unidad de Inteligencia de The Economist), los Estados Unidos, antes «faro de la democracia», ya no participa del grupo de las veinticuatro democracias plenas, por casos Noruega, Uruguay, Costa Rica, sino de las democracias imperfectas, como Chile, Brasil, Argentina, México, entre otros países de Latinoamérica.

Esta calificación resulta de cinco indicadores: proceso electoral y pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política democrática y libertades. Al respecto, siempre me llamó la atención el papel que ejerce el Colegio Electoral en los Estados Unidos, para mí una trampa legalizada, pues Al Gore y Hillary Clinton perdieron la presidencia pese a obtener la mayor cantidad de votos en las elecciones generales. En verdad, no me explico cómo este mecanismo todavía no fue suprimido.

De acuerdo al Pew Research Center (think tank con sede en Washington D. C.), en este año que habrá elecciones en más de cincuenta países que representan prácticamente la mitad de la población mundial, el 74 por ciento no cree que a los funcionarios electos les importe lo que la gente piense de ellos y el 42 por ciento cree que ningún partido político representa sus ideales. No hay duda que estamos frente a una peligrosa falta de conexión entre la gente y aquellos que fueron votados para que sean sus representantes.

Paralelo al deterioro de las democracias por no resolverle a la gente sus problemas existenciales, existe un incremento en el apoyo a gobiernos autoritarios. Según el informe, en ocho de los países encuestados aumentó la idea de un «líder fuerte» que tome decisiones sin interferencia judicial o parlamentaria, e incluye a Brasil, México y Argentina.

En mi opinión, tomar decisiones ignorando los contrapoderes institucionales de la democracia, termina por horadar la democracia misma, que no solo se define por el voto de la mayoría. En la segunda mitad del siglo pasado, Norberto Bobbio consideraba que ante los problemas de la democracia era necesario tener una actitud moderada, pues, los extremismos son esencialmente antidemocráticos, provengan de la izquierda o de la derecha.

América Latina se comporta como esas familias disfuncionales. Pienso que los gobiernos necesitan dejar de lado los dogmas ideológicos, verdaderas cárceles de la mente, y comenzar a dialogar en la búsqueda de políticas que beneficien a todas las partes de la región, para ello tendrían que arribar a «consensos mínimos», estableciendo coordinación y cooperación.

Pues bien, esto exige primero una buena disposición, haciendo a un lado aquellos factores que generarían conflictos evitables. Y ese diálogo constructivo no puede conseguirse sin mutuo respeto y cierta confianza. Estimo que las dificultades para este entendimiento difícilmente las hallaremos en la gran mayoría de los ciudadanos de a pie de cada región, pero estoy convencido que las dificultades rápidamente surgirían en las dirigencias que alimentan teorías conspirativas, que prefieren el statu quo y hacen un culto a la retórica del vacío.

Oscar Oszlak hace mención a las tres grandes cuestiones que tiene la agenda en todo Estado: gobernabilidad, desarrollo y equidad distributiva. Y por lo visto, América Latina tiene problemas en todos.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)

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