India frente a la confluencia de China y Pakistán, todas potencias atómicas. Estamos pendientes y angustiados por lo que sucede en Gaza y Ucrania, pero no sabemos casi nada de que Pakistán y la India mantengan en suspenso su enfrentamiento histórico, que surge en 1947 de la partición organizada por el Imperio Británico.
Ahí quedaron varias guerras bien descritas por los ensayos de los politólogos, choques intermitentes más bien ignorados por la mayor parte de la opinión pública mundial.
Y en ese tremendo enredo histórico interviene siempre China, que sigue reclamando territorios en el Himalaya, que controla una parte de la vieja Cachemira (la región de Aksai Chin, el desierto de las piedras blancas), desde la guerra chino-india de 1962. Aquel choque de Mao frente a Nehru, figuras mayores del viejo anticolonialismo de dos grandes naciones entonces tercermundistas y hoy potencias planetarias, ahora bajo los gobiernos de Xi Jinping y Narendra Modi.
Pekín ha protestado hoy (martes, 12 de febrero de 2024) ante Nueva Delhi por la visita ayer de Modi, primer ministro indio, a su estado nororiental de Arunachal Pradesh. China no ha reconocido nunca la llamada línea McMahon, acordada por Tibet y el Reino Unido a principios del siglo XX. Los chinos denuncian la línea McMahon como una imposición colonial, teniendo en cuenta además que ocupan Tibet y no lo reconocen históricamente como una nación separada de ellos mismos.
En ese hilo de disputas, no sólo debemos contar con Arunachal Pradesh, sino también con otras fracturas chinoindias que pasan por el estado de Sikkim (que China acepta de facto como indio a cambio de que la India olvide su vieja idea sobre el Tibet independiente) y, desde luego, por Cachemira, donde Pakistán figura en primer lugar de los antagonismos potencialmente más peligrosos del planeta.
De modo que Modi ha pasado el fin de semana en Arunachal Pradesh para ratificar que ese territorio montañoso (igual de extenso que Andalucía y con la misma población que Extremadura) para ratificar que sigue siendo considerado por Nueva Delhi como «una parte integral e inalienable de la India».
Según un despacho de la agencia Reuters, ese comentario de Narendra Modi respondía a un portavoz del gobierno chino, Wang Wenbin, quien expresó la víspera una protesta oficial de China por el citado viaje de fin de semana. El sábado 9 de marzo, Modi inauguró varias infraestructuras y proyectos que se vinculan a la movilidad y a la defensa estratégica de Arunachal Pradesh.
Desde hace décadas, los contenidos estallidos bélicos entre China y la India suelen pasar por la construcción de carreteras y otras infraestructuras similares en zonas disputadas por ambas superpotencias. Sus estrategas respectivos piensan siempre en facilitar el movimiento de sus tropas y ejércitos en lugares apartados, donde hay –de manera permanente– un enorme despliegue militar para mirarse mutuamente a los ojos sin que nunca decaiga la idea del desafío mutuo.
Según Reuters, entre lo inaugurado por Modi figura un largo tunel localizado «en el área fronteriza de Tawang». Está en una línea que se alarga durante unos tres mil kilómetros de frontera irregular que los viejos tratados no lograron fijar nunca. Esas demarcaciones fronterizas no estuvieron –ni lo están hoy– bien establecidas, ni tampoco mutuamente reconocidas por los gobiernos respectivos.
En 2020, un enfrentamiento de soldados indios y chinos en esas áreas himalayas dejó un saldo público de dos docenas de muertos, la mayor parte indios.
Ambos ejércitos refuerzan periódicamente sus posiciones y equipos militares, como si se prepararan cada día a reanudar los choques militares de Aksai Chin en 1962 (que también giraron en torno a la construcción de una carretera nueva por parte de China).
El año pasado, China dispuso que once localidades de Arunachal Pradesh recibirían una nueva denominación de estirpe china, lo que despertó todas las suspicacias de Nueva Delhi.
Desde luego, el nacionalista que es Narendra Modi –hindú ferviente– aspira a un tercer mandato y su viaje de fin de semana es también un guiño a su electorado más fiel a él mismo y a la ‘ideología de la hinduidad’ (hindutva) en la que basa su poder político. Las elecciones legislativas para escoger a los 543 parlamentarios de la Lokh Sabha (cámara baja del parlamento indio) están previstas entre abril y mayo de 2024.
Modi, del frente exterior al interno
En el frente interno, el gobierno Modi ha empezado a implementar la controvertida y nueva Citizenship Amendment Act (CAA, ley de enmienda a la ciudadanía), que facilita la nacionalidad a todos los hindúes, sijs (sikhs), parsis, budistas, cristianos u otros, que estén establecidos en la India por haber huido en el pasado –antes de 2015– de los países musulmanes de su entorno (Pakistán, Bangla Desh y Afganistán).
Por contra, la CAA ha despertado e impulsado todo tipo de acciones de protesta y violencias, con enfrentamientos periódicos, muertos y cientos de heridos, desde su génesis anunciada electoralmente en 2019. Después, hasta la pandemia, Modi sufrió numerosas protestas sociales, entre ellas, la mayor huelga de agricultores y campesinos de su recorrido político. Ese fue entonces el trasfondo interno.
Ahora, grupos de activistas defensores de los derechos humanos y por la democracia en sentido amplio, junto a organizaciones y figuras políticas, sobre todo de los musulmanes indios pero no sólo de ellos, han denunciado el carácter discriminatorio de esa ley y de otras decisiones de los sucesivos gobiernos de Modi.
Entre los doscientos millones de musulmanes de la India, persiste la idea de que el objetivo a largo plazo es desposeer de su nacionalidad a una parte de los musulmanes, sobre todo a quienes viven en aquellos estados fronterizos en disputa con otras potencias.
No hay nada sorprendente en todo ello, teniendo en cuenta los orígenes y antecedentes políticos del primer ministro indio.
«Recordemos su pertenencia juvenil a los grupos RSS (Rashtriya Swayamsevak Sangh, extremistas hindúes de ideología parafascista) y su tolerancia ante los disturbios antimusulmanes de 2003 en el estado de Gujarat, donde él era el jefe del gobierno regional. Hubo entonces dos mil víctimas mortales, la mayoría musulmanas, sin que nunca se llegara a esclarecer su responsabilidad política por aquella matanza», según cita de un texto publicado en Periodistas en español en 2021.
Desde el partido gubernamental (Bharatiya Janata Party, BJP), recuerdan que la CAA formaba parte del programa electoral de Narendra Modi en 2019. Según el BJP, su aplicación sólo fue aplazada por el impacto de la pandemia en la India. Se trata, reiteran, de ofrecer una «vida digna» a personas que han sufrido durante décadas por «persecuciones que han durado años y que no tienen otro lugar donde acogerse en el mundo excepto en la India».
Modi niega ser antimusulmán, pero mantiene su discurso sobre las persecuciones padecidas por otros –hindúes, sobre todo– en las naciones islámicas de su entorno geográfico. Promete, eso sí, no utilizar la ley para desposeer de su nacionalidad a ningún ciudadano indio.
Quienes se oponen a la política de nacionalidad promovida por el partido BJP (hinduista y conservador) protestan también contra el establecimiento de un registro de ciudadanía (National Register of Citizens, NRC) que juzgan destinado a favorecer a algunos y discriminatorio para los musulmanes. Según esa perspectiva, se trataría de favorecer la adquisición de nacionalidad mediante un trámite más leve para unos y casi imposible para otros (los refugiados de origen musulmán, que son millones de personas).
«El derecho de asilo no puede basarse en los orígenes nacionales o religiosos», afirman los críticos.
Mamata Banerjee, jefa del Gobierno regional del estado de Bengala Occidental –incluida dos veces por la revista Time en su lista anual de las cien personas más influyentes del mundo– ha prometido no desarrollar el NRC en su propio estado y desaconseja a los afectados intentar regularizar su situación mediante el uso de ese registro oficial. Banerjee acaba de calificar a la CAA como ley «discriminatoria e inconstitucional».
Los movimientos de protesta contra los proyectos políticos de Modi – programados y estratégicos, pero también electoralistas– podrían reanudarse pronto en el interior de la India, al mismo tiempo que se reavivan ciertos roces diplomáticos y/o fronterizos con potencias vecinas, como China o Pakistán. Desde Nehru, el tercer mandato de un primer ministro sería extraordinario en la India, pero Narendra Modi quiere figurar así en los libros de historia.
Está claro que sus gestos son además grandielocuentes actos electorales. El problema es que contienen cargas políticamente explosivas, que no parecen destinadas a tranquilizar ni a los suyos, ni a los demás. Porque Narendra Modi dirige una gran potencia atómica, una enorme nación llena de contradicciones sociales y políticas, con varios puntos sensibles de tensión geopolítica y estratégica, y él no se ha despegado lo suficiente de sus orígenes políticos más extremistas.
A mediados de diciembre de 2023, logró el apoyo del Tribunal Supremo a la supresión de la autonomía de Cachemira –o de su mayor parte, la que controla Nueva Delhi–, que Modi ha llevado a cabo en la región más conflictiva de la Unión India, donde los musulmanes son mayoría. Narendra Modi también ha dividido el territorio en dos partes, para –además– administrarlo directamente desde la capital del país. Diversos observadores recibieron esa decisión del Tribunal Supremo indio como la confirmación de que Modi está reforzando su control sobre las máximas instancias de un poder judicial históricamente independiente (En Inde, la mainmise de Modi sur la Cour suprême, Le Monde, 24-25 de diciembre de 2023).
Y para que no le falten otros detalles inquietantes a la salsa cocinada por Modi, al día siguiente de su regreso de Arunachal Pradesh, las fuerzas armadas de la India llevaron a cabo la prueba de un misil (tecnología MIRV, multiple independently targetable reentry vehicle), capaz de transportar varias cabezas nucleares que podrían alcanzar objetivos dispersos. No obstante, según el despacho de la agencia AFP (France Presse), que informa brevemente de esa prueba del misil indio, Nueva Delhi ha vuelto a reiterar que su programa armamentístico sigue siendo únicamente disuasivo y defensivo.
Al mundo no le faltan ya Gaza, el Sahel y Ucrania para tener –además– que mirar de reojo y con desconfianza hacia el futuro inmediato, tal como pueden concebirlo dirigentes de las potencias más diversas. Eso incluye también a los dirigentes chinos y pakistaníes y al primer ministro indio, Narendra Modi.