Según estadísticas oficiales, el día 14 de mayo fueron detectados 326.098 casos de COVID-19 en la India, país con una población aproximada de 1.400 millones de habitantes. Un relativo alivio porque la media de la semana previa fue de casi treinta mil casos más.
En la India, los primeros casos de ciudadanos enfermos de coronavirus fueron revelados en febrero de 2020: tres estudiantes de medicina que acababan de regresar a Kerala (estado costero suroccidental), provenientes de Wuhan (China). Más de un año después, el desarrollo en espiral de la pandemia constituye un indudable revés para el Primer Ministro (PM), Narendra Modi, quien a pesar de su gestión contradictoria pretende seguir cabalgando sobre sus obsesiones de hinduismo nacionalista.
Las contradicciones con las que ha afrontado la expansión del coronavirus tienen un sombrío reflejo estadístico: unos 25 millones de enfermos de Covid y en torno a 270.000 fallecidos. Más de cinco millones de contagiados en las últimas dos semanas. Además, durante estos días, medios indios cuestionan las cifras de fallecidos en Delhi, que podrían ocultar a una parte de las víctimas mortales del coronavirus. Se interrogan también sobre la realidad pandémica de amplias zonas rurales, donde no hay siempre datos verdaderamente fiables. Por todo ello, quizá a estas alturas merece la pena considerar si esa catástrofe sanitaria tiene algún tipo de relación con la ideología política del gobierno y con el culto a la personalidad que fomenta Modi respecto a sí mismo. Su prestigio entre parte de la opinión más nacionalista está en quiebra.
En el último Foro de Davos Modi afirmó que su país -el segundo más poblado del mundo- había contenido la pandemia. En un principio, en 2020, y ante los primeros impactos serios, Modi decretó el confinamiento. También ordenó la salida de millones de miles de trabajadores pobres de los grandes centros urbanos hacia sus lugares de origen. Una expulsión repentina, masiva, inhumana y trágica. Dejó así sin medios de vida a un número incalculable, entre los más débiles, y contribuyó a extender la pandemia por toda la India.
Basándose en el impacto visiblemente menor de aquella primera oleada de coronavirus en su país, Modi enfatizó su triunfalismo en Davos : « La India ha salvado a la humanidad de una catástrofe mayúscula ». Era el 28 de enero de 2021.
Aquella semana, la media oficial de enfermos detectados era de 13.500 casos por semana. Meses más tarde, la espiral de COVID-19 queda clara si recordamos que el 8 de mayo de 2021 se detectó el coronavirus en 414.000 personas de la Unión India. Las declaraciones de Davos, donde Modi aseguró que no había que temer ningún « tsunami de infecciones » en la India, fueron parelelas a las de su partido. Los dirigentes del derechista Bharatiya Janata Party (BJP) repetían entonces el mismo mantra político de su jefe: « Tenemos un gobierno competente, sensato, comprometido y visionario, con un primer ministro llamado Modi ». El salto pandémico se produjo tras esas declaraciones autoengañosas y tras una sorprendente falta de prevención del gobierno en un subcontiente hiperboblado, donde resultaba evidente que los contagios podían multiplicarse -en cualquier momento- a velocidad sideral.
En 2020, las primeras medidas del confinamiento ordenadas por Modi y la salida furibunda de las grandes ciudades de masas de trabajadores que viven hacinados parecieron funcionar, aunque el impacto económico resultara brutal y castigara claramente más a los ya desposeídos. Pero la extensión posterior de la pandemia fue evidente de inmediato. Sin embargo, el 7 de marzo del año pasado, Harsh Vardhan, ministro de Sanidad, tuvo el atrevimiento anunciar –nada menos- que la India había vencido al coronavirus.
Pandemia e hindutva
El aumento del COVID-19 ha tenido también que ver con la tolerancia gubernamental ante diversas concentraciones masivas tradicionales. No sólo de signo hindú, también de otras religiones. Como mensaje público, Modi se limitó a sugerir a través de Twitter que no asistiría a las peregrinaciones mayores. Quizá en el fondo, para él y para los dirigentes del BJP, vinculados a la ideología conservadora del hindutva (de la « hinduidad »), restringir o bloquear del todo las grandes manifestaciones de signo religioso -sobre todo las hindúes- resultaba impensable. No se trata únicamente de sus convicciones íntimas, afecta al conglomerado de grupos politico-religiosos que los apoyan y que les resultan afines.
En 2021, con la epidemia ya extendida hasta cifras muy elevadas, las autoridades tampoco han sido efectivas a la hora de impedir (o al menos reducir al mínimo) la asistencia a la Kumbhamela (o Kumbh Mela), la mayor peregrinación religiosa del planeta: tres millones de participantes este año. Entre los asistentes a ese gran acontecimiento que dura varios días, el 12 de abril, día cumbre, se registraron 168.000 casos en 24 horas.
Desde septiembre hasta abril, el número de casos creció en la India un 65 por ciento. Un millar de muertos sólo entre los participantes en esa festividad hindú, en la que los fieles se concentran en puntos señalados del Ganges para darse un baño colectivo ritual. La Kumbhamela se convirtió esta vez en una fábrica de contagios colectivos, en una centrifugadora de la pandemia.
Todo ello a pesar de que muchos expertos y miles de ciudadanos indios en los medios de comunicación y en las redes sociales habían advertido de cuales podían ser las consecuencias de la última Kumbhamela que -en otras ocasiones- ha congregado hasta doce millones de personas. Determinados sadhus y santones, por el contrario, difundían la idea de que las aguas del Ganges los inmunizarían al bañarse en el gran río sagrado.
Ha sido días después, cuando los telespectadores de todo el mundo han podido ver escenas apocalípticas, con cremaciones improvisadas en descampados o aparcamientos. Con enfermos muriendo a las puertas de los hospitales, mientras sus familiares trataban de obtener bombonas de oxígeno a cualquier precio en un creciente mercado negro. Una imagen de caos que Modi querría olvidar.
Sorprende por ello también que el primer ministro y líder del BJP haya mantenido hace poco las citas de las elecciones regionales en importantes estados indios (Bengala Occidental, Kerala, Assam y Tamil Nadu), además de en el enclave federal de Pondicherry (Puducherry). Durante las campañas electorales correspondiente, Modi -que deja crecer ahora su barba canosa para parecer un gurú- celebró mítines multitudinarios generadores de más coronavirus. Los resultados de las urnas, además, fueron negativos para el BJP: de los estados citados, el BJP únicamente ha conservado el poder en Assam (noreste del país). Un golpe para Narendra Modi, una figura que se pretende ya históricamente legendaria.
Conflictos exteriores y diplomacia de las vacunas
En otro terreno, para ilustrar frente a China su carácter de potencia solidaria, hay que señalar que la India ha ido entregando a algunos países vecinos millones de dosis de la vacuna. Sin tener en cuenta que en su propio país otros morían en sus casas o en las calles por falta de oxígeno o de asistencia, durante una segunda ola de COVID-19 especialmente terrorífica. El gobierno de Modi ha justificado su precipitada diplomacia de la vacuna -que se pretende heredera de la vieja diplomacia benigna inspirada por Nehru- porque la producción de vacunas de la India supera a sus propias capacidades de inyectarlas por parte de su sistema sanitario.
La posibilidad de que el segundo país más poblado del planeta pudiera desequilibrar la lucha común contra el coronavirus ha desencadenado un impulso urgente de ayudas exteriores. Plantas enteras para producir oxígeno, ventiladores, equipos médicos, han llegado a la India no sólo desde los Estados Unidos y Europa, sino también desde otros países asiáticos. « No lo llamen ayuda, llámenlo amistad », afirmaba un mensaje optimista del ministerio de Exteriores desde Nueva Delhi.
En 2020 y 2021, Modi se ha enfrentado también a un potentísimo movimiento de protestas campesinas, ante las que ha reaccionado con los reflejos propios de su formación personal y de las primeras fases de su trayectoria política. Esa protesta masiva del campo ha llegado a movilizar a unos 250 millones de agricultores: la mayor huelga de la historia, contra la que Modi ha desencadenado recursos de la represión a gran escala.
Recordemos su pertenencia juvenil a los grupos RSS (Rashtriya Swayamsevak Sangh, extremistas hindúes de ideología parafascista) y su tolerancia ante los disturbios antimusulmanes de 2003 en el estado de Gujarat, donde él era el jefe del gobierno regional. Hubo entonces dos mil víctimas mortales, la mayoría musulmanas, sin que nunca se llegara a esclarecer su responsabilidad política por aquella matanza. Ya en el gobierno central, ha promovido leyes sobre la nacionalidad que discriminan a los musulmanes.
La imagen de esos otros Modis precedentes resurge hoy y no ha sido enterrada del todo. Para contrarrestarla, no basta la difusión masiva de su promoción mundial del yoga, utilizando los grandes medios y las estructuras de la ONU. En ese sentido, quizá Narendra Modi se mira todos los días en el espejo con su barba blanca para convencerse a sí mismo de que es un líder espiritual e imprescindible del siglo XXI.
En el exterior, y no sólo en la línea de control de la disputada Cachemira, tampoco han faltado choques militares fronterizos -con muertos- en áreas en las que China sigue sin reconocer la soberanía india. De modo que el traje de santificación nacionalista con el que Modi se viste se hace jirones poco a poco.
Atrás empiezan a quedar sus discursos triunfales en mítines electorales modernos en los que su figura aparecía en forma de holograma. Seguramente, en algunos aspectos, el culto a la personalidad de Modi tiene que ver con la ideología ultra del culto al jefe de los RSS. Recuerda asimismo a la propaganda de Putin, como cuando utiliza su canal de Youtube o una serie de dibujos animados que lo presenta como un hombre fuerte y con un tórax de 142 centímetros [sic].
Mientras, no faltan los intentos de restringir la secular libertad de la prensa y de los medios de comunicación indios. Amnistía Internacional ha tenido que cerrar su oficina en Delhi, al mismo tiempo que denuncia « métodos brutales contra los activistas civiles que el gobierno indio quiere acallar para silenciar voces críticas ».
A principios de febrero, fue detenida en su domicilio la joven activista climática, Disha Ravi, considerada la Greta Thunberg de la India, por publicar un manual relacionado con la resistencia de los campesinos huelguistas.
El Tribunal Supremo indio ha tenido que reafirmar los principios democráticos en una sentencia de razonamiento jurídico impecable : « Debe haber siempre un libre flujo de la información para que puedan oirse las voces de la ciudadanía, sobre todo en esta crisis nacional. No puede apoyarse [el gobierno] en la presunción de que las quejas que surgen en internet son siempre falsas ».
Fabricación de vacunas y vacunación
A mediados de mayo, el ritmo de vacunación de la sociedad india parece haberse reforzado. Más de 180 millones de dosis de distintas vacunas han sido inyectadas ; unos cuarenta millones de personas ya han recibido dos dosis. Pero esas cifras resultan comparativamente bajas teniendo en cuenta el censo de sus habitantes y que la India dispone de una estimable industria farmacéutica, que incluye laboratorios y fábricas de las vacunas Astra Zeneca, Sputnik (más recientemente) y de la nacional Covaxin, desarrollada por investigadores indio.
El nepotismo tradicional, el enchufismo, la corrupción y la extensión de los sobornos para obtener privilegios sanitarios, siguen causando víctimas entre las capas bajas. En menor medida, también entre las clases medias. Lo denuncian activistas -decenas de ellos detenidos esta semana- que impulsan una campaña en la que reclaman medidas contra los privilegios de la clase política y de los más ricos. A mediados de mayo de 2021, en carteles escritos en hindi pegados en las paredes de diversos barrios de Delhi, se formula esta pregunta : « ¿Por qué estáis enviando a vuestros hijos a otros países para que se vacunen allí ? »
Aunque la situación parece mejorar un poco, India, ahogada por la pandemia, nos duele. Sin olvidar que ahora empieza la temporada de los monzones y que Narendra Modi no tendrá que enfrentarse a nuevas elecciones generales hasta 2024. Desde Delhi, nos recuerdan el dicho en inglés que dice « it never rains but it pours ». En la India, no llueve nunca. Diluvia, literalmente. Las desgracias nunca vienen solas.