Brasil: nueva oportunidad para los biocombustibles destinados a la aviación

Brasil cuenta con sus biocombustibles para afirmarse como potencia energética en el futuro próximo, como ser determinante proveedor del combustible de bajo carbono para los aviones, una exigencia de la crisis climática, informa Mario Osava (IPS) desde Río de Janeiro.

La electrificación de los automóviles tiende a jaquear la fuerte agroindustria del etanol y el biodiésel, desarrollada en el país desde los años setenta. Pero el llamado combustible sostenible de la aviación (SAF, en inglés) le ofrece ahora una posibilidad de nueva y fuerte expansión por muchas décadas.

Aviones impulsados a electricidad no son viables con la tecnología actual, y por un largo tiempo. «Las baterías son muy pesadas y almacenan poca energía», observó Arnaldo Walter, ingeniero mecánico y profesor de la Universidad de Campinas.

Tampoco el hidrógeno verde, el combustible ecológico de moda, es una alternativa para la aviación, por la dificultad de almacenaje y la necesidad de temperaturas negativas de más de 250 grados centígrados para tenerlo en la forma líquida utilizable. Además habría que cambiar todo el diseño de los aviones, un proceso que solo podría concretarse a largo plazo.

Brasil tiene todo para ser un importante productor de hidrógeno verde, que se genera por electrólisis del agua, pero exige mucha electricidad de fuentes renovables. Es el caso de este país, especialmente de su región de Nordeste, con gigantesca potencialidad en energía eólica y solar, además de puertos más cercanos a Europa que los de otros competidores.
La solución es el combustible derivado de biomasa, que no exige alterar el formato de los aviones ni sus turbinas, al sustituir naturalmente el queroseno de aviación, cuyo uso genera dos por ciento de las emisiones globales de gases del efecto invernadero.

Exigencias climáticas

«No sirve cualquier biocombustible, tiene que cumplir los requerimientos para obtener la certificación de sostenibilidad ambiental, social y económica», destacó Walter a IPS, por teléfono desde la sureña Campinas, una ciudad de 1,1 millones de habitantes a noventa kilómetros de São Paulo.

La deforestación, por ejemplo, es un talón de Aquiles de Brasil, ante las denuncias de bosques eliminados para el cultivo de la soja, cuyo aceite será probablemente una de las principales materias primas del SAF. No basta descarbonizar el combustible, sino también todo el proceso de su producción.

Se trata de cumplir la meta fijada por la Organización de Aviación Civil Internacional (Oaci), de emisiones netas cero de gases del efecto invernadero hasta 2050.

«El SAF es la única alternativa viable económicamente y disponible, pese a sus desafíos de sostenibilidad», acentuó Amanda Ohara, ingeniera química y especialista en combustibles del no gubernamental Instituto Clima y Sociedad, en entrevista con IPS en Río de Janeiro.

Soja y caña, abundantes pero disputadas

Brasil es el mayor productor mundial de soja, con 154 millones de toneladas en 2023, cerca de la mitad exportada a China. Su aceite es la principal materia prima del biodiésel, que se mezcla al diésel fósil en una proporción actual de catorce por ciento. El legislativo  Congreso Nacional discute la posibilidad de elevarla a veinticinco por ciento en el futuro.

Además de su próspera agricultura, de oleaginosas y caña de azúcar, que puede abastecer las plantas de SAF, el país cuenta con amplia posibilidad de expandirlas.

«Brasil dispone de condiciones favorables para los biocombustibles, como tierras disponibles, clima y lluvias, aunque ahora más inciertas que antes», sostuvo Walter. Decenas de millones de hectáreas de tierras degradadas por la ganadería extensiva en el pasado pueden servir a una recuperación productiva.

En el país más extenso de América Latina, con 850 millones de hectáreas del territorio, solo 61 millones estaban dedicados a la agricultura y 164 millones a pastizales ganaderos en 2022, según el MapBiomas, una plataforma de monitoreo de una red de organizaciones volcadas al cambio climático.

El gobierno fijó como meta recuperar cuarenta millones de hectáreas de tierras degradadas en diez años, casi lo mismo del área cultivada de soja hoy, 44,6 millones de hectáreas.

La soja ya tiene un mercado y consumidores establecidos. Destinar parte de su aceite al SAF compite con esos usos y exigirá gran expansión de su cultivo, es decir nuevas tierras y el riesgo de deforestación que junto a cambios en el uso del suelo constituyen la gran fuente de gases invernadero en el país.

Representan costos económicos y ambientales que estimulan alternativas.

La macauba, una palmera tropical cuyo nombre científico es Acrocomia aculeata, es atractiva por su gran productividad de aceite y estar presente en casi todo el territorio brasileño, además de otros países latinoamericanos con variados nombres, como cocoyol, tamaca, corozo, grugru o totaí.

Aún no tiene producción comercial, ni tan siquiera ha sido domesticada, es una apuesta a largo plazo y de riesgo.

Pero Acelen, una empresa controlada por la Compañía de Inversión Mubadala, de los Emiratos Árabes Unidos, impulsa un proyecto para cultivar la macauba en doscientas mil hectáreas de tierras en noreste de Brasil para producir SAF a partir de 2026.

Para ese objetivo cuenta con una refinería de petróleo en Mataripe, a setenta kilómetros de Salvador, capital del nororiental estado de Bahia, adquirida en 2019 a la estatal petrolera Petrobras.

El etanol es otra alternativa de materia prima, que como el aceite de soja, tiene la ventaja de una producción en gran escala, pero compite con otros usos. En Brasil la caña de azúcar es la principal fuente del etanol, cuyo consumo como combustible casi alcanza el de la gasolina.

En su forma anhidra compone hoy 27 por ciento de la gasolina vendida, una mezcla que se piensa elevar a 30 por ciento o incluso 35 por ciento. Pero también se usa el etanol solo, en su forma hidratada. Actualmente en Brasil casi todos los automóviles tienen motor flexible, impulsado por gasolina o etanol o incluso por una mezcla de cualquier proporción.

Etanol de caña y de maíz

El etanol lleva un rezago en relación a los aceites vegetales para la producción del SAF, pero se beneficia de un boom productivo esperado para los próximos años. Podrá triplicar su producción anual, que superó los treinta mil millones de litros en 2023, sin necesidad de expandir mucho el área cultivada, según dirigentes del sector.

Brasil ya es el país que más cultiva caña en el mundo, lo que le permite liderar el mercado de azúcar y ocupar el segundo lugar en etanol, superado solo por Estados Unidos, donde el maíz es la principal fuente.

Raízen, una empresa conjunta de la transnacional petrolera británica Shell y la brasileña Cosan, estudia el nuevo biocombustible, incluso en asociación con universidades, mientras amplía su producción de etanol, de que es líder nacional.

Es pionera en etanol de segunda generación, extraído del bagazo de la caña y otros desechos con celulosa. Eso asegura hasta cincuenta por ciento más de etanol, sin necesidad de nuevas siembras. La empresa ya puso en marcha ocho plantas de esa modalidad y prevé tener veinte en operación hacia 2030, pese a que tienen un costo superior al de las convencionales.

La productividad de la caña también debe aumentar en los próximos años, según investigadores agronómicos, que esperan doblar la producción principalmente por la siembra de nuevas variedades con mejoras genéticas.

Además el maíz de segunda cosecha, en general sembrado después de la soja en la misma área, permitió una producción creciente de etanol especialmente en la región Centro-Oeste de Brasil. Ya representan diecisiete por ciento del total nacional.

Hay otras alternativas, como derivados fósiles pero con emisiones reducidas de gases invernadero, la madera que de árboles que crecen más rápidamente en países tropicales como Brasil, aceites de origen animal, incluso aceites usados en las cocinas.

Cada una exige tecnologías distintas, con costos, tiempos de maturación y efectos ambientales propios, señaló Walter. También las condiciones logísticas, dispersión o facilidades de recolección de las materias primas, pueden determinar las alternativas más prometedoras.

«No hay una solución única, una bala de plata. Habrá que combinar alternativas variadas, según la escala pretendida o posible», matizó Ohara. La elección ya no es puramente económica, responde también a la emergencia climática, porque «las emisiones de gases tienen que bajar con urgencia», acotó.

La expansión de los monocultivos será inevitable en un país que, como Brasil, pretende asegurar un suministro sostenible, pero se puede mitigar sus daños con los sistemas agroforestales, combinando oleaginosas con otros cultivos, que diversifican la vegetación y conservan el suelo, propuso la química y ambientalista que por seis años trabajó con biocombustibles en el consorcio estatal Petrobras.

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