Roberto Cataldi[1]
En los días que vivimos, el reclamo de transparencia se ha vuelto imperativo. En efecto, la transparencia es un sustantivo al que se recurre con insistencia en los discursos. No me referiré al significante de la palabra o sea la composición, sino al significado, al concepto que define la idea a la que se refiere, es decir, la claridad, la evidencia, que no da lugar a duda o ambigüedad.
La transparencia es una condición esperable cuando no exigible en muchos aspectos de la vida pública. Y es cierto que no pocas personas en su forma de conducirse actúan con total trasparencia, situación que les genera respeto. Una persona trasparente se muestra tal cual es.
Ahora bien, hoy existe un reclamo globalizado que exige transparencia de los actos y hechos de gobierno como condición necesaria de la moral y ética republicanas.
Daniel Innerarity sostiene que la trasparencia está sobrevalorada y que frente a esta situación los políticos se tornan demasiado previsibles y terminan por no decir nada. Es más, en ocasiones se confunde transparencia con exhibición (el exhibicionismo está de moda), y por caso procuran mostrar aspectos de su vida privada mientras ocultan otros que son trascendentes de su vida pública.
Pero Innerarity ve en la exaltación de la transparencia la posibilidad de que se condene la «discreción» y se imposibiliten ciertos acuerdos.
Es posible, pero reparemos en lo que sucede a nivel de la gobernanza global y la geopolítica por falta de transparencia… La narrativa apócrifa de los dictadores y la comunicación asertiva de sus cómplices a cargo de las principales instituciones del Estado, terminan por tornar innecesaria la transparencia, por caso actual Venezuela, donde no es necesario mostrar públicamente las actas de votación (que los dan por perdedores), ya que es suficiente con el relato de quienes están en el poder, controlan el país, y castigan con la cárcel hasta a los incrédulos que no se atreven a hablar.
Cuando brindamos información, por ejemplo información periodística, y procuramos ser transparentes, hay que ser claros, sencillos, comprensibles, para evitar dudas.
De la misma manera, cuando uno va a contar la historia tiene que contar toda la historia, no una parte… Y no olvidemos que así como la ciencia se autocorrige ante la aparición de nuevas evidencias, la historia también se autocorrige cuando aparecen nuevos datos, de allí que algunos «héroes» sean bajados del pedestal y a otros les derriben sus estatuas y monumentos gloriosos.
A Galileo el tribunal eclesiástico que lo juzgo le obligó a desistir de sus conclusiones experimentales, y desde entonces venimos luchando (en realidad desde mucho antes) con las narrativas oscurantistas Hoy por hoy el rechazo a las vacunas, la fabulación del coronavirus pandémico, la condena de los transgénicos, la negación del cambio climático, entre otras tantas teorías conspirativas, son una nueva versión de la irracionalidad, por cierto globalizada, que declara su abierta enemistad con la ciencia, la lógica y la verdad.
Como cualidad la transparencia tiene el valor de asegurar que no se produzcan actos y hechos relacionados con la corrupción. De ahí que los que reclaman transparencia no solo se opongan a los secretos del Estado (muchos de ellos inconfesables) sino que solicitan que no haya corrupción estatal, tanto en la esfera administrativa como en la gestión o toma de decisiones políticas.
Byung-Chul Han habla de la «sociedad de la transparencia», que sería un «infierno de lo igual». En esta sociedad anida la desconfianza y la sospecha, porque sin duda se esfumó la confianza, y se basa en el control. En verdad, no habría otro tema que en la actualidad domine el escenario discursivo, y no solo se trata de la corrupción y de la libertad de información.
Han deja en claro que transparencia y verdad no son idénticas. Google y las redes sociales, que se presentan como espacios de libertad, serían un gran panóptico, recordando aquel centro penitenciario imaginado por Jeremías Bentham en el siglo dieciocho, donde el vigilante puede observar ocultamente a todos los prisioneros sin ser él observado (en este panóptico se inspiró Orwell para su obra «1984» y Foucault para su libro «Vigilar y Castigar»).
Al parecer se trata de una coacción sistémica, un imperativo económico y no moral o biopolítico según Han. Pues bien, de esta manera las cosas se tornan transparentes cuando se expresan en el precio y se despojan de su singularidad. Y para el filósofo coreano, el capitalismo actual es pornográfico, ya que todo lo expone como mercancía.
Algunos ven la transparencia como una virtud, también a la honestidad, y se trata de un error muy difundido. Transparencia y honestidad no son virtudes. Uno puede ser transparente y no necesariamente ser una buena persona, del mismo modo uno puede ser honesto y quizá lo sea por miedo a ser descubierto y tener que asumir el castigo del delito.
En fin, no quiero seguir teorizando, pero dicen que debemos cuidarnos de las teorías sin hechos, y de los estudios con hechos que no tienen teoría. La realidad es que necesitamos de la teoría y de la praxis.
La teoría y lo abstracto están bien en tanto y en cuanto se refieran a los problemas concretos, a las situaciones prácticas que nos convocan.
La madre Teresa de Calcuta sostenía que la honestidad y la transparencia lo hacen a uno vulnerable, lo que es absolutamente cierto, pero aconsejaba ser honesto y transparente de todos modos. Estoy de acuerdo.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)