Vladimir Putin parece estar ganando en Ucrania, pero Rusia puede retroceder en los países del Sahel.
«Los regímenes africanos que han apostado por la protección de Moscú no se sienten seguros tras lo que acaban de ver en Siria», ha declarado Nina Wilen, directora del programa africano del Institut Egmont (equivalente belga del español Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos).
Desde la perspectiva de los gobiernos del Sahel, que han sustituido la presencia de tropas francesas (y de otros países europeos) por la protección de unidades oficiosas rusas (exWagner), la extrema rapidez con la que se ha hundido el régimen de Bashar Al-Ássad –sin que hubiera una reacción suficiente de las bases rusas en Siria– contribuye a alimentar una cierta imagen de debilidad estratégica del Kremlin.
Esa imagen no resulta tranquilizadora para las juntas militares que –tras una sucesión de golpes de Estado- predominan en los países que han negociado en el último quinquenio la presencia de tropas paramilitares rusas en sus países respectivos.
En Siria, la base aérea de Lataquia y las instalaciones aeronavales de Tartús, apenas fueron utilizadas para unos (escasos, ineficaces) bombardeos aéreos contra la ofensiva de los grupos armados antiAssad. Fueron un inconveniente mínimo para las fuerzas que se han impuesto en Damasco y apenas han servido como vía de escape para el mismo Al-Ássad, su familia y su clique de funcionarios más cercanos. Suena casi a impotencia absoluta, ante una ofensiva inesperada.
Y ese desenlace resulta poco tranquilizador para las juntas que han ido tomando el poder en varios países del Sahel. Porque el previo fracaso (relativo) de las fuerzas francesas (a la hora de acabar con los grupos yihadistas allí implantados durante años) no alivia esa nueva inquietud.
Despliegue militar y desinformación
Desde hace algunos años, la opción rusa ha avanzado allí asentándose en el despliegue militar de los paramilitares Wagner, renombrados en el continente africano como Africa Corps o Cuerpo Expedicionario Ruso (CER). También ha cabalgado a lomos de amplias campañas de desinformación impulsadas por el Kremlin.
Sin embargo, hoy los hombres fuertes de Chad o Mali, por ejemplo, quizá intuyen (o comprueban) que el comportamiento de las tropas rusas sobre el terreno quizá no representa (desde el punto de vista de esos dirigentes africanos) una posibilidad menos neocolonial que el desprestigiado conglomerado llamado Françafrique.
Diversas informaciones de los medios internacionales confirman que ese CER (exWagner) se hace pagar con concesiones y contratos de explotación minera, que sencillamente tratan de desplazar a las empresas occidentales del ramo allí implantadas. Ni más, ni menos.
Además, el Africa Corps ruso no ha podido presentar tampoco unos resultados decisivos contra la actividad bélica de los distintos grupos rebeldes tuaregs y de las distintas facciones yihadistas próximas a Al Qaeda.
Con mayor visibilidad en algunos lugares que en otros, los paramilitares del Kremlin están presentes también en otros estados divididos (o frágiles) del continente africano, como Libia, Sudán o Mozambique. Y su implicación en distintas masacres de civiles, pasando por algunos reveses militares, no auguran nada bueno.
En 2023, las Naciones Unidas y distintas oenegés denunciaron la masacre de medio millar de civiles en Mora, una población de Mali cercana a la frontera con Burkina Faso. Amnistía Internacional señaló ejecuciones extrajudiciales, saqueos y violaciones por parte de tropas malienses encuadradas por los exWagner.
El desprestigio acumulado por Francia y la desinformación promovida por Rusia no podrán llenar ese hueco de manera indefinida.
Modelo neocolonial reconocible
El despliegue militar ruso en África ha sido paralelo a la retirada progresiva de las unidades francesas y a los movimientos de sustitución de las empresas mineras occidentales.
Según medios franceses, en la República Centroafricana, compañías ligadas a Rusia «explotan directamente yacimientos» de oro o diamantes que grosso modo son el pago por los servicios prestados por los paramilitares del CER.
De algún modo, los parámetros de comportamiento rusos en África, sobre todo en el Sahel, no difieren sustancialmente de los occidentales desde la descolonización, cuando –por ejemplo– merceenarios y unidades militares privadas agravaron las guerras de Katanga (Congo) y Biafra (Nigeria).
En África, ha seguido habiendo una línea contínua de actividad paramilitar (hoy sigue también en el Congo y otras áreas de África central). Y esa línea se entrecruza con la cruda explotación de los recursos de varios países, trátese de petróleo, maderas preciosas, tierras raras, metales o minerales estratégicos.
El Kremlin gestiona su despliegue africano siguiendo un modelo (más o menos) similar al occidental: ofrece la subcontrata de grupos militares cercanos a cambio de la acaparación de los recursos naturales. Eso se llama de nuevo necolonialismo y privatización de la guerra.
Sin olvidar, otros puntos como que Rusia negocia el establecimiento de una base estable en Sudán, un país que se desangra en una guerra civil que enfrenta al ejército oficial dirigido por un general contra su antiguo número dos, a su vez líder de las llamadas Fuerzas de Apoyo Rápido (exfuerza auxiliar del mismo ejército sudanés).
En Burkina Faso, Mali, Chad y en la República Centroafricana, pero también en Senegal, la presencia militar y la influencia de Francia bajan inevitablemente.
Hace apenas cinco años, había unos diez mil soldados franceses, bases aéreas y medios militares. Hoy éstos van retirándose del Sahel por exigencias políticas africanas. Justificables exigencias.
En poco tiempo, esa presencia militar ha quedado reducida a una quinta parte. El 28 de noviembre, Chad anunció la ruptura de los acuerdos que permitían la presencia de soldados franceses en su territorio. Senegal anunció el principio de un proceso similar.
Rusia, China, Turquía
Fue en 2017, cuando Rusia movió sus peones en la República Centroafricana, que fue el primer país en vivir la quiebra de sus acuerdos de cooperación militarcon París. «La propia Francia había emprendido había emprendido un plan de disminución de sus tropas en el continente», escribe José Naranjo en El País (12 de diciembre de 2024).
Otros estados, Turquía y China sobre todo, intentan obtener también los beneficios de una cierta cooperación creciente en la vieja Françafrique; aunque por el momento sin la visible cooperación militar impulsada por el Kremlin.
Es notable, como Ankara mantiene una política de acción inmediata en Siria, por interés múltiple y directo, mientras sus empresarios viajan por África y el mismo Recept Tayip Erdogan, triunfa como mediador en las disputas que hay entre Etiopía y Somalia (reconocimiento de Somalilandia, salida al mar para los etíopes, por ejemplo).
Por el momento, parece que el modelo de implantación comercial turco y chino parecen menos problemáticos y más seguros que el recurso miltar que representa el Africa Corps ruso, revestido además con las maneras del decreciente neocolonialismo francés.
Los franceses mantienen (simbólicamente) tropas en países como Gabón o Costa de Marfil, mientras París redefine su política para intentar dejar atrás la clara impopularidad de la Françafrique.
El Elíseo es consciente de que tiene una nueva oportunidad africana, ante el repentino revés del Kremlin en Siria, donde la falta de impulso y la floja reacción de las fuerzas rusas en Siria representan un claro revés para Putin. Un golpe del que han tomado buena nota la mayoría de los países del Sahel.
Así que el revés en Damasco daña (muy evidentemente) el crédito de Vladimir Putin, que puso todo su empeño en convertir al régimen de Bachar Al-Assad en su mejor peón en Oriente Medio fuera del ámbito de los antiguos espacios soviéticos.
Ahora, ese serio traspiés siembra la duda entre sus recientes aliados africanos. Recuperar el prestigio ganado en el Sahel es posible, pero no parece que pueda ser algo evidente para el Kremlin.