Este mes de octubre se estrena en Francia con copia restaurada “La caza” del director español Carlos Saura, 48 años después de su proyección en el Festival de Berlín, en donde fue galardonada con el Oso de Plata al mejor director.
Un clásico indiscutible de nuestro cine nacional y película emblemática de ese Nuevo cine español, que buscaba escapar a los carcanes de la censura en aquella España franquista que festejaba en 1965 sus tristes y esperpénticos “25 años de paz”. Un cine, que reclamaba a gritos la libertad de expresión, del que Carlos Saura fue destacado representante.
Casi medio siglo después, “La caza” ha aguantado bien el paso del tiempo, y su lectura sobre el poder y la violencia, sigue siendo universal y al mismo tiempo bien anclada y representativa de aquella época de la dictadura en la que Carlos Saura y su coguionista Angelino Fons tuvieron que hacer malabarismos para escapar a los cortes de los censores. Cortes hubo algunos, en las escenas en que se veian revistas con chicas desnudas, o en alusiones demasiado directas a la guerra civil, pero el lenguaje simbólico y metafórico de Saura consiguió pasar a través de las redes del oscurantismo franquista.
El premio en Berlín lanzó a Carlos Saura en el ambito internacional y su éxito fue grande en el mundo entero, muy superior al que tuvo en España, en donde por cierto tuve ocasión de verla, en aquellos años sesenta en un cine de la Gran vía madrileña. En círculos muy cinefilos y gracias a la revista Nuestro cine, “la caza” tuvo mucha repercusión y alimentaba los debates en el medio universitario, al analizar esa simbología que arrastra el ajuste de cuentas entre tres viejos amigos que salen de cacería en la sofocante sierra castellana.
Don José, Paco y Luis son tres amigos cincuentones que deciden ir a cazar conejos a la finca del primero, en un “buen lugar para matar” , como dirá uno de ellos al recordar que en esos mismos parajes se mató a mucha gente durante la guerra civil. A ellos se añade Quique,un joven veinteañero, sobrino de Paco, que representa la ignorancia y la inocencia de la juventud, frente a esos excombatientes que se deben favores y tienen secretos entre si. La única presencia femenina en la película es la de Carmén, una niña adolescente, sobrina de Juan el guarda de la finca, un hombre lisiado, claro exponente de esa España derrotada y humillada que perdió la guerra. Los deseos de unos y otros son expresados en sus miradas a la niña, y Maribel, la amante de Paco la veremos tan solo en una fotografía. Ausencia femenina que acentua el caracter machista de sus personajes en esta historia “entre hombres”.
Rodada en la región de Toledo y casi en su totalidad en exteriores, “La caza” logra sin embargo por su construcción dramática y su puesta en escena, una atmósfera de claustrofóbica tensión. Con abundancia de primeros planos cerca de sus personajes, y un acertado montaje, Saura hace sentir al espectador el calor axfisiante, el sudor, la tensión que va creciendo entre ellos, a través de sus pensamientos, evocados por una voz en off, y por diálogos breves pero eficaces y suficientes para ir comprendiendo sus frustraciones y los motivos de su quebrada amistad.
Sus discusiones sobre la amistad y el dinero, sobre las mujeres, sobre el poder del más fuerte, sobre la caza de conejos organizada como si se tratara de una operación militar, la crueldad en el trato de los humanos y de los animales, las alusiones a adulterios y separaciones, los libros de ciencia ficción que lee Luis, donde se habla de un mundo futuro en el que no existirá la lucha de clases, las alusiones directas a la ausencia de parcelas cultivadas en ese inmenso coto de caza, el esqueleto de un muerto en una cueva que data de la guerra civil, la muerte de un hurón, al que dispara Paco para humillar al guarda lisiado. Múltiples y bien precisos son los elementos simbólicos que van dibujando esa España de vencedores frustrados, que van a terminar matandóse entre ellos, mientras que el joven Quique sale corriendo espantado ante tal desenlace.
La dirección de fotografía a cargo de Luis Cuadrado, que utilizaba una película ultrarápida y un macroobjetivo para ciertas escenas, da una una brillante imágen en blanco y negro y crea una atmósfera inquietante, apoyada por los latidos de la música adicional del film. La onírica siesta de sus personajes y algunas escenas muy concretas como un primer plano del ojo de uno de ellos, o la escena del maniquí con un insecto clavado, son elementos de la puesta en escena de Saura que evidentemente nos hacen pensar en un explícito homenaje a Luis Buñuel.
“La caza –decía con razón el crítico de cine francés Marcel Oms en 1966- marca un giro decisivo en la carrera de Carlos Saura y en la historia del cine español”. Diez años después de las célebres conversaciones de Salamanca una nueva generación de cineastas y profesionales del cine había nacido de entre las cenizas de la España negra de los años cuarenta. Sin lugar a dudas Carlos Saura fue con “la caza” su principal abanderado a nivel internacional. Una película que marca su encuentro y fructuosa colaboración con otro gran profesional de nuestro cine: el productor vasco Elias Querejeta, recientemente fallecido. “La caza” un clásico de nuestro cine que vale la pena ver y volver a ver.