Laura Fernández Palomo
Entre los techados de alambrada que acumulan la basura arrojada por los colonos sobre el mercado árabe de Hebrón, se cuela alguna piedra de odio de una menor judía. No se esconde, ni se avergüenza. No es un juego de niños. La lanza a conciencia y desafía a los comerciantes palestinos sin retirarse de la ventana de una de las casas colonizadas del casco histórico. Hebrón es la única ciudad de Cisjordania con asentamientos judíos en el centro de la localidad. Para mantenerlos, soldados israelíes, puestos de control y calles bloqueadas a los palestinos obligan a una convivencia acrobática sobre una permanente tensión. La ocupación en la ciudad más poblada de Cisjordania se toca; la aversión se percibe. Sin embargo y pese a todo pronóstico, cuenta con uno de los movimientos juveniles más activos de lucha no violenta de los territorios palestinos.
“Sobrevivir junto a ellos ya es un reto”. Mientras su vicecoordinador,Badia Dwaik , narra la historia de cómo jóvenes voluntarios armados con cámaras de móviles documentan la presión de una colonización, un grupo de militares merodean por el jardín de una casa colona ilegal, colindante al centro de Jóvenes contra los Asentamientos (شباب ضد الإستيطان – Youth Against Settlements). No se inmuta. Es consciente de que están en la llamada zona H2 bajo mandado militar israelí desde 1997, cuando la ciudad quedó dividida en dos, y 30.000 palestinos se vieron obligados a convivir junto a 500 colonos rodeados por puestos de control y soldados. “Si sales de aquí, entras en Palestina”, indica a modo de peligro un joven militar que vigila uno de los checkpoint y pide la documentación a los transeúntes. No es de extrañar que cuando plantearon impartir cursos de inglés en el centro, la mayoría demandó hebreo como autodefensa. “Querían estar preparados para enfrentarse al ejército israelí cuando intenta ocupar las casas”, explica el coordinador del grupo, Issa Amr.
Ahora enseñan, además de hebreo e inglés, técnicas de periodismo ciudadano de las que se sirven los residentes para denunciar los acosos del ejército y los ataques de colonos que graban en vídeo y difunden a través de YouTube y en su grupo de Facebook. El mensaje ha calado entre los jóvenes que con más o menos honestidad se ofrecen comoguías turísticos a los internacionales. Unos, conscientes de la importancia de que se conozca la agresiva colonización que este 2011 se ha hecho con un 20% más de territorio palestino en Hebrón, según el Comité de Defensa Territorial local (Land Defense Committee); otros comercializando un escenario de guerra, de tiendas y casas abandonadas tras la expulsión de los palestinos, para ganar algunos shekels (moneda oficial israelí utilizada en los territorios palestinos porque al carecer de Estado, carecen también de divisa).
La situación en la que vive esta ciudad milenaria ha trascendido como estigma de la ocupación y, también, de la violencia entre las dos comunidades, marcada por la masacre. La que para los judíos hace referencia al asesinato de 67 de ellos por parte de un grupo de musulmanes en 1929; la que para los musulmanes alude al asesinato de 29 palestinos que fueron tiroteados en la Mezquita de Abraham por un colono en 1994. Es precisamente este lugar, la Tumba de los Patriarcas, un centro sagrado para las dos comunidades – Mezquita y sinagoga de Macpelah, al mismo tiempo – donde radican las tensiones de un territorio que Israel no está dispuesto a devolver. Y que como aseguran los expertos será, junto con Jerusalén, un punto clave para alcanzar una futura resolución del conflicto.
Los atentados suicidas palestinos durante la década de los 90 y la escalada de violencia generada por la segunda Intifada en el año 2000, cuando el ejército israelí entraba en la ciudad para efectuar detenciones y asesinatos extrajudiciales, también permanecen en la memoria. Pero la manera de afrontar la sombra del recuerdo parece ser diferente con las nuevas generaciones. Incluso las predecesoras que van encontrando nuevos métodos de resistencia. Después de estar tres años en la cárcel por militar en el Frente Popular de Liberación de Palestina, considerada una organización terrorista,Badia Dwaik cambió. “Cuando empecé a estar involucrado en activismo, tenía 15 años y solo quería resistir. Después de salir de la cárcel pensé que era mejor encontrar una manera en la que todos participaran, porque no todos quieren coger un arma. Son una minoría”.
2011 fue un punto de inflexión y la idea se revigorizó con la ola de protestas pacíficas que estaba provocando caídas de regímenes dictatoriales en otros países de la región. La resistencia no violenta, en la que no todos confían en un entorno donde han de practicar diariamente el autocontrol, tomaba sentido. Las manifestaciones que llevaban años convocando los Jóvenes contra los Asentamientos pasaron de tener cientos a miles de participantes.
Aunque Badia reconoce que la violencia y la presión del ejército han crecido durante este año, confían en que el espíritu de lucha pacífica que ha impregnado la región se mantenga en Palestina y, más concretamente, resista las provocaciones diarias en Hebrón donde los residentes, según Médicos sin Fronteras, sufren depresión, ansiedad y agresividad por los traumas de la ocupación, las disputas intrapalestinas y las grupos armados.
Dicen que se atisba una tercera intifada, no se sabe si con armas o con los eslóganes que grupos como los de Badia intentan transmitir a las nuevas generaciones, pero para él la historia va dejando mensajes que, al margen de las decisiones políticas, fortalecen la sociedad que debe sobrevivir mientras sigan bloqueando la resolución del conflicto palestino-israelí. “Si decides como método de lucha la violencia se quedará dentro de la sociedad. Eso es lo que ocurre en Gaza. La ocupación en Gaza no ha terminado porque ellos (los israelíes) controlan todo. Pero después de que salieran de Gaza (2005), algunos utilizan las armas contra ellos mismos. La violencia se queda dentro”.