Libia se abocaría a un modelo «afgano» en cuanto a los derechos de la población femenina, si no se imponen cambios inmediatos, aseguró en una entrevista con IPS la escritora y activista feminista Aicha Almagrabi, informa Karlos Zurutuza (IPS) desde Trípoli.
Las mujeres «que reclaman sus derechos son constantemente insultadas, hostigadas y amenazadas», dijo esta escritora y profesora universitaria de 57 años, que también preside la Organización para la Defensa de la Libertad de Pensamiento, en la entrevista celebrada en su residencia de Trípoli.
Almagrabi, quien estudió filosofía en este país y en Francia, es autora de cuatro libros de poesía, una novela y una obra de teatro, solo publicadas en árabe. Actualmente trabaja en otros tres libros, tarea que compagina con su activismo y las clases que dicta sobre filosofía de las artes plásticas.
IPS: En octubre se cumplieron dos años del asesinato de Muammar Gadafi. ¿Qué ha cambiado para las mujeres libias desde entonces?
Aicha Almagrabi: Las cosas indudablemente cambiaron, pero no para mejor. Hemos perdido los pocos derechos que teníamos. A modo de ejemplo, la poligamia sigue siendo habitual en Libia pero, al menos, el hombre necesitaba la aprobación de su esposa para casarse una segunda vez durante el mandato de Gadafi.
Ahora eso ya no se requiere. En realidad, Mahmud Jibril (primer ministro del Consejo Nacional de Transición en 2011), en su famoso discurso tras el final de la guerra, mencionó la revisión de la ley sobre la poligamia, incluso antes de hablar de la reconstrucción del país y de su sociedad civil. ¿Cambios? Hoy las mujeres libias no somos más que un botín de guerra.
A nivel de la calle, aquellas que reclaman sus derechos son constantemente insultadas, hostigadas y amenazadas. Fuimos parte de la revolución, tuvimos nuestras propias mártires pero, a diferencia de los hombres, no hemos conseguido ningún beneficio político de todo ello.
IPS: Pero varios cargos del gobierno son ocupados por mujeres…
AA: Es cierto, pero también lo es que apenas pueden conservar sus puestos porque fueron utilizadas como meros reclamos electorales. Sin ir más lejos, en el llamado «Comité de los 60» (encargado de redactar la nueva Constitución) solo hay seis puestos reservados a mujeres.
Incluso un miembro del (legislativo) Congreso General de la Nación pidió medidas para evitar que hombres y mujeres compartan el mismo espacio durante las reuniones. Algunas cifras también son elocuentes: 90 por ciento del profesorado en Libia son mujeres pero solo dos por ciento de ellas participan en la toma de decisiones.
IPS: Pareciera que ahora en Libia el gran muftí Sadek al Ghariani, la máxima autoridad religiosa, pesa más que los dirigentes políticos, ¿no le parece?
AA: El muftí ostenta la autoridad religiosa, pero en Libia esta es respaldada por el aparato político y el militar. Se busca que la shariá (ley islámica) sea el núcleo del código penal y de la futura Constitución.
Lo que persiguen es institucionalizar su propia interpretación del Corán, algo que resulta mucho más peligroso que ese libro en sí mismo. Además, existe un debate sobre la shariá, pero a menudo olvidamos que hay muchas versiones de la misma. ¿Queremos la iraní?, ¿quizás la afgana? o ¿tal vez la marroquí?
Uno de sus objetivos principales es controlar a las mujeres a través de su propia visión del Corán. No me canso de insistir en que es prioritario separar la religión de la política. Desgraciadamente, las niñas en la escuela ya son obligadas a usar el «hijab» (velo islámico), y el muftí también está impulsando una campaña para que el resto de las mujeres cubran siempre su cabello.
Soy profesora en la Universidad de Zaytuna (de Trípoli) y soy la única que no cubre su cabello. El resto de mis colegas utiliza el hijab, o incluso el «niqab» (un paño que cubre la cara). Su número no crece por la ley, sino que es la propia presión del grupo la que se encarga de ello.
IPS: ¿Qué sabe sobre los rumores sobre una nueva «fatwa» (edicto islámico), que entraría en vigor en enero y que prohibiría a las mujeres desplazarse por el país sin un «muharram» (acompañante masculino)?
AA: No me sorprende en absoluto. Vivo fuera de la ciudad y el 13 de febrero fui retenida durante una hora y media por un grupo de hombres armados, cuando iba al trabajo, porque no tenía un muharram a mi lado.
Llevé el asunto a los medios de comunicación y el 14 de marzo organizamos una protesta que denominamos «la marcha por la dignidad de la mujer.» Como de costumbre, nos insultaron y amenazaron, y algunas de mis compañeras fueron incluso golpeadas.
IPS: ¿La creciente violencia es el problema más acuciante para las mujeres libias?
AA: Solo es uno entre muchos. Las mujeres en Libia soportamos la carga familiar en toda su dimensión, las calles son inseguras para nosotras y sufrimos muchos asaltos e incluso secuestros.
Por otra parte, todavía no hay voluntad de garantizar los derechos de las mujeres en la próxima Constitución. La cada vez menor participación en la sociedad civil es también muy preocupante.
Empezamos muy fuertes, pero la creciente presión ha hecho disminuir nuestra presencia progresivamente. Hoy en día contemplamos con estupor cómo intentan transformar nuestros ideales de libertad y justicia a través de fatwas y discursos religiosos que tienen una fuerte influencia en las nuevas generaciones.
Incluso Gadafi cambió su discurso hacia uno más religioso en los años 80, cuando se dio cuenta de que el Islam podía ser una herramienta eficaz para obtener una mayor influencia sobre el pueblo. Sin embargo, la falta de derechos y libertades durante su gobierno impulsó a muchos a posiciones más extremas, como las de los Hermanos Musulmanes o los yihadistas.
IPS: ¿Qué puede ayudar a desbloquear una coyuntura tan difícil para las mujeres libias?
AA: Incluso en el improbable caso de que, finalmente, tengamos una Constitución basada en los derechos humanos, todavía será necesario realizar otra revolución para cambiar la mentalidad de las mujeres libias.
Pero antes de redactar la Constitución es clave acabar con la impunidad de las milicias, así como la de todos los grupos armados que actúan al margen del ejército y la policía. De no producirse cambios de forma inmediata, nos veremos abocadas a enfrentarnos a un modelo «afgano» en lo que respecta a los derechos de la mujer.