Uno en su ignorancia alucinada se pregunta: ¿pero de dónde ha salido esta actriz, esta cupletista, esta mujer llena de glamour y seducción de la que no había oído hablar hasta ayer mismo al recibir la convocatoria?
La sorpresa no ha hecho más que empezar y se prolongará a lo largo de toda la noche, la noche que pasé en La casa de la cupletista. Ella ha transformado por completo el espacio habitual del teatro en este camarín de artista todo corazón en el que se exhiben, ya por tierra, ya colgados del alto techo, todos sus recuerdos.
Pedacitos de su corazón inmenso que son girones de una vida que es toda corazón. Y no uno solo y entero, que no ha tenido la suerte esta mujer de conservar así de intacto el suyo, sino uno muy grande y hecho pedazos, pues una mujer así no puede amar solo a un hombre, o a una sola mujer, o lugar, o vestido, o carta o recuerdo, sino que ha tenido que partirse en miles de pedazos a fuerza de prodigalidad. Y eso duele.
Tan es así, tan grande es la verdad que encierra esta hipérbole, que todos los allí presentes nos sentimos amados por ella, acogidos y confortados por sus entretelas desbordadas (y desabrochadas) de tanto alojar grandes afectos, y hasta el último de los rezagados, aquel que no ha querido levantarse de la butaca y venir a ella cuando ella amorosamente lo llama, siente que cabe, como cabemos todos nosotros, en su sensible corazón de pantera lastimada.
Sus preciosos vestidos, ligeros de peso a fuerza de entregarse en amores y que ella descolgará hábilmente en el momento oportuno, sola o en compañía de sus fieles ayudantes, la van transformando en los diferentes personajes que encarnaron sus sueños de amor. De ahí que la llamaran Frivolina en sus días de gloria, la Bella Frivolina, título muy bien ganado, ay, como los renombres de los toreros y los santos que llenan su camarín de devoción y fragancias por medio de exvotos y postales antiguas que ella venera y besa.
Muchos de esos vestidos son regalos de amantes de los que aún conserva joyas, recuerdos variados y valiosos, pero sobre todo cartas. Cartas cuya lectura es hoy tan dolorosa que ha de romper en pedazos para seguir viviendo. Porque una cosa es Frivolina, la de los múltiples amantes, y otra cosa es Francisca, que ése es y ha sido siempre su verdadero nombre. Ella es la cupletista cuya casa ocupamos, transformada por una noche de nuevo y sólo para nosotros, en Frivolina, la amada por tantos y tantas. Ella nos ha invitado para despedirse de su público, y uno tras otro desgrana ante nosotros los hitos de su repertorio triunfal (Nena, La regadera, Polichinela, La chica del 17), haciéndonos captar, picarona ella, los dobles sentidos de las letras del cuplé.
Abandona, se va, su pródigo corazón no aguanta más. Se desmayaría, pero no, su voz es un susurro que, sin embargo, nunca pierde su cualidad inteligible, ella es pura claridad en todo, sus expresiones suenan argentinas, sólo quiere que nos acerquemos más para oírla mejor. Es así como su inmenso corazón, que pugna por salírsele del pecho dispuesto a ahogarla, se recupera poco a poco y todo pronostica que no es un adiós definitivo sino un hasta luego, hasta la vista. Porque el cuplé, esa maravilla de ingenio y picardía capaz de saltarse la censura más férrea, que ha creado figuras como Frivolina, no puede morir.
Por suerte, tiene consigo a su fiel Adela, cantante de menor corazón que nunca le hará sombra, y a su pianista Federico, tan fiel y tan calvo. Lo dice ella.
Nota: Estrella Blanco tiene un amplio currículo y una sólida formación de cantante lírica.
- Título: La casa de la cupletista
- Compañía: Katum Teatro
- Autores: Ana Santos-Olmo y Didier Otaola
- Actores: Estrella Blanco (la Bella Frivolina), Joan Salas y Ana Santos Olmo
- Al piano: Joan Salas
- Teatro del Arte (San Cosme y San Damián 3, Madrid)
- Fecha: Sábado 11 de enero (sábados de enero a las 22 horas)