500 años de Occidente

María Eugenia Eyras

mapa 500 años de OccidenteDesde que comenzó la crisis económica global se escuchan voces que pronostican el fin de la supremacía occidental, después de cinco siglos de dominación.

Occidente y Oriente se enfrentaron desde sus diferentes posturas ante el mundo ya durante las Guerras Médicas entre Grecia y Persia, en el siglo V a.C.

Grecia defendía las libertades individuales, el arte y la democracia; Persia imperaba a través de la tiranía, la guerra y el sometimiento de las masas a un único poder: el Rey de Reyes. A partir de allí, Occidente y Oriente se desarrollaron de manera divergente.

En la actualidad, Occidente flaquea, con su hegemonía económica amenazada por China y su seguridad quebrada por el fanatismo islamista. Ha perdido la confianza en sí mismo y se ha replegado en espera de tiempos mejores.

¿Cuándo comenzó la supremacía occidental, que se justificaba en la quimera de la superioridad de la raza blanca? En el siglo XV, con la primer carabela que emprendió la conquista de América, coincidiendo con la expulsión de judíos y musulmanes de España.

Según la escritora tunecina Sophie Bessis en su libro Occidente y los otros, a partir de allí, bajo este doble signo de una apropiación y una expulsión, Occidente, utilizando de ariete la inteligencia del Renacimiento, construyó una identidad colectiva de superioridad y supremacía en base a mitos y universalidades.

Con el triunfo de la Razón, dice Bessis en su crítica implacable, comenzó una lectura sesgada de la historia que ignoraba intencionadamente la presencia de Oriente en el pensamiento europeo.

Por ejemplo, inventando el mito del origen exclusivamente grecorromano de Occidente, para lo que borró las influencias babilónicas, caldeas, egipcias e indias asimiladas por la Grecia presocrática hasta Alejandro Magno.

España, por su parte, tan interracial y multicultural, renegó de sus raíces mediterráneas para obsesionarse con el etnocentrismo y la “limpieza de sangre” hasta 1865.

La creencia en la supremacía blanca, que comenzó a extenderse a partir del “descubrimiento” de América, justificó ideológicamente tanto la conquista de poblaciones indígenas como la trata de esclavos africanos, basándose en el supuesto carácter infrahumano de esas razas.

Aunque se hable del Siglo de Oro de poetas, artistas y sabios, lo real es que fue entonces cuando Europa comenzó a aplicar la ley de la selva, la del más fuerte.

Las herramientas ideológicas de su dominación fueron la deshumanización del ‘otro’ y la construcción de una identidad cerrada, ambas presentes todavía en el subsconsciente de la Europa de hoy.

La cristiandad y la raza sirvieron para legitimar no sólo la conquista de América sino también todas las demás colonizaciones. Justo es destacar que España aceptó la mezcla racial desde el principio, a condición de que el americano aceptase ser cristiano, lo que fue el origen de la actual población mestiza en toda Hispanoamérica.

Las colonias británicas, en cambio, optaron por una férrea separación de razas y hasta por el genocidio de las tribus indias. ¡El matrimonio interracial estuvo prohibido en algunos estados norteamericanos hasta 1967!

Niall Ferguson, profesor en Harvard y un historiador muy influyente, en su ensayo Civilización:Occidente y el resto, defiende en cambio la cultura occidental y lamenta el ocaso de quinientos años de supremacía de Occidente.

En este trabajo, Ferguson admite las injusticias de esta dominación, la arrogancia y su contradicción entre la proclamación de la igualdad de todos los seres humanos y el rechazo al otro, pero pone en valor aspectos positivos.

Afirma que Occidente triunfó gracias a sus killer apps (aplicaciones demoledoras): competencia, ciencia, propiedad privada, medicina, sociedad de consumo y ética del trabajo.

El punto clave es, para Niall Ferguson, que las instituciones sociales que permitieron la supremacía de Occidente ahora están siendo adoptadas por Oriente, lo que explica su ascenso en las últimas décadas.

Según Ferguson, el progresivo declive de Occidente se debe a la pérdida de confianza en sí mismo causada por su ácida autocrítica en lo que respecta a su historia de esclavitud e imperialismo, su presunta adicción a la guerra y la exclusión de minorías raciales en derechos y privilegios.

El muy weberiano y harvardiano Ferguson también achaca este deterioro a la secularización de la sociedad y al reemplazo de la cultura del trabajo por el hedonismo consumista.

Al demoledor ataque a Occidente de Sophie Bessis y a la indulgente defensa neoliberal de Niall Ferguson se suma una tercera voz, ésta conciliadora.

El historiador Felipe Fernández-Armesto, catedrático de la Universidad de Notre Dame, en su nuevo libro 1492: el nacimiento de la modernidad expone que desde esa fecha los lazos de interdependencia económica y de intercambio cultural que hoy se extienden por todo el mundo han ido multiplicándose. Fue, explica, el inicio de las grandes transferencias ecológicas que llevaron plantas, animales, gentes y microbios, desde Eurasia y África hacia el Nuevo Mundo y al revés.

Desde la prehistoria, hombres y culturas se habían separado “en un proceso divergente”. Pero desde 1492 “de forma asombrosa y repentina, surgió un nuevo modelo convergente. Nunca antes, ni nunca después en la historia de la evolución en este planeta, sucedió tal cosa dentro de un solo año», afirma Fernández-Armesto. Para él, Cristóbal Colón no fue el único protagonista de este milagro. También lo fueron los judíos sefardíes, el Extremo Oriente, el Índico, Rusia y las sociedades indígenas precolombinas.

Y todo gracias a China, para el historiador, el gran motor del mundo…

“De allí nos llegaron todos los ingredientes de nuestro armario de ideas y tecnologías por los cuales solemos felicitarnos. Sin la pólvora, no hubiéramos experimentado una revolución militar. Sin el papel, no se habría dado nuestra forma moderna de gobernar burocráticamente. Sin papel moneda, no habría nacido nuestro capitalismo que amamos tanto. Sin los altos hornos de carbón, jamás habría surgido la revolución industrial. Todos son inventos chinos».

¿Será la comunidad mundial capaz de organizarse en el mundo multipolar al que aspiran China y otras potencias emergentes? ¿O continuará la pugna de superpotencias rivales?

Sin embargo, no sólo es el auge de estas economías lo que amenaza la supremacía occidental sino algo que la corroe por dentro: el fracaso progresivo de un sistema liberal basado en un capitalismo financiero, cuya principal equivocación ha sido olvidar el valor de lo humano.

La opinión pública occidental aspira a un desarrollo más equilibrado e igualitario, que ojalá coincida con la búsqueda de una sociedad más armoniosa por parte de los chinos.

Hace poco, el embajador norteamericano Chas W. Freeeman jr., explicaba: “Los emblemas actuales de Estados Unidos son los bombarderos, las tropas terrestres, los aviones no tripulados cargados de armas letales; China evoca, cada vez más, torres y multitud de grúas, ingenieros, contenedores cargados de bienes de consumo… Los chinos pagan cash, entregan mercaderías a cambio de dinero y no exigen de sus socios comerciales que se adapten a sus preferencias políticas o les ayuden a promover su agenda imperial, como lo hacía Estados Unidos.”

Mientras tanto, Occidente expía sus pecados…

Hace poco el museo Quai Branlyde París ofrecía la muestra Exhibiciones: la invención del salvaje, una vasta exposición de 600 obras, documentos de época y filmes de archivo que hurgan en una herida todavía sin cicatrizar: la ignominiosa locura colectiva que vivió Occidente entre aproximadamente 1850 y 1940.

Fue entonces, cuando, en las “exposiciones universales” de las principales ciudades, desde Chicago a París y desde Londres a Berlín, se exhibían en zoos humanos a “salvajes”, “negroides” e “indígenas”, junto con mujeres barbudas, enanos y personas contrahechas, en un verdadero atentado a la dignidad humana.

Hasta que toda esta paranoia de superioridad de la raza blanca explotó en forma de nazismo en Alemania, fascismo en Italia y franquismo en España.

Y, con tristeza y un estremecimiento de repulsa, recuerdo también al más cercano “negro de Bagnoles”, un africano disecado que se exhibió en el museo de esa localidad catalana hasta que, hace bien pocos años, alguien se apiadó de él y lo devolvió para ser enterrado en su bosquimana aldea natal…

2 COMENTARIOS

  1. Es un recorrido histórico brillante y hecho con elegancia; aunque yo sigo siendo escéptico sobre el principio o el fin de las supremacías. Y pienso que no hay que olvidar nunca las debilidades estructurales de algunas de las potencias en ascenso, sobre todo de China. Sus quiebras internas, sus diferencias sociales y desigualdades territoriales, siguen siendo un punto débil con demasiadas incógnitas futuras. Hablamos de Occidente, pero siempre ha habido varios que se sustituían entre sí. Esa ha sido históricamente su verdadera fortaleza: su multiplicidad cultural. Hay que aprender chino, sí, pero quizá antes hay que volver a hablar portugués en los mares (Brasil). Sobre el porvenir, no todo está escrito.

  2. Reflexiones analíticas para comenzar a una revisión profunda acerca del destino de la cultura de Occidente, aunque creo que «una golondrina no hace verano». Ha tenido altos y bajos, pero hasta hoy ha sido sistémicamente más eficiente; y para varios aspectos se nutrió en los inicios de la racionalidad y sentido científico que en la Edad Media avanzó mucho más en el Oriente.
    Incluso los logros de China, hoy, basados en lo económico es por adoptar un sistema capitalista neoliberal, en medio del anacronismo político de un sistema comunista ortodoxo. Si llega a ser más que el «paladín» del modelo económico occidental (EE.UU.) será gracias a un aporte de la cultura de occidente, algo así como un discípulo que supera a su inspirador.
    A través de la historia, de todas formas, ningún imperio ha tenido supremacía por siempre. A todo aquel que se ha creído eterno, le ha llegado su «hora» histórica.
    Ya en su momento, Japón, bajo el modelo de EE.UU., adaptado a la cultura oriental, más refinada y perfeccionista, se convirtió en modelo de potencia económica, hoy eclipsado por el gran gigante asiático.
    Creo que me voy a poner a estudiar el idioma chino mandarín.

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