El Museo Thyssen‐Bornemisza acaba de presentar la octava edición de la serie Miradas cruzadas, esta vez dedicada a la historia del paisaje nocturno. Diez obras de las colecciones Permanente y Carmen Thyssen Bornemisza, ponen el énfasis en escenas tanto de noche cerrada como de las horas fronterizas del crepúsculo y el alba, reunidas en el balcón mirador de la primera planta, con acceso directo y gratuito desde el hall central.
La noche ha planteado siempre un desafío a los pintores: ¿puede ser la oscuridad un tema visual atractivo? Desde siempre, la noche ha sido clasificada como espacio de ladrones y asesinos, brujas, fantasmas, demonios e incluso como imagen de la muerte.
La evolución del nocturno en la pintura, como en la poesía y la música, es la historia de los esfuerzos de los artistas por atenuar esos terrores, embelleciendo la oscuridad con una luz tranquilizadora, como la que piden los niños para conciliar el sueño. Por eso el nocturno ha sido tantas veces sinónimo del claro de luna, que transfigura el paisaje con su magia. Aert van der Neer fue el gran especialista en lunas en la pintura holandesa del siglo XVII.
Los pintores van evolucionando hacia el descubrimiento de los colores de la noche, tan diferentes a los del día, a veces ganando en intensidad. En una escena de pescadores napolitanos, Vernet combina el resplandor frío de la luna con los fuegos de la orilla, como símbolos de la muerte y la vida. De lo pintoresco de Vernet a lo sublime de Friedrich. La luna reina aún en lo alto del cielo, pero en el horizonte despunta ya el alba. Los árboles, aunque todavía desnudos, tienen yemas que anuncian la primavera, el renacer de la vida. Como Friedrich, el inglés Grimshaw acentuará mucho más tarde el efecto de los árboles esqueléticos a contraluz.
El crepúsculo es la agonía del día, con su combate final entre luz y tinieblas, creador de grandes espectáculos cromáticos. Para Bierstadt, uno de los primeros pintores del Oeste americano, el ocaso es un grandioso incendio en el cielo. Algo de ese drama vuelve a encontrarse en el Atardecer de otoño de Nolde. Las franjas fluidas de color arriba y abajo parecen comprimir el pueblo en el horizonte, como aplastado entre el cielo y la tierra.
Desde finales del siglo XIX, el nocturno se centra en los nuevos medios de iluminación, el gas y la electricidad. En la Fiesta bretona de Puigaudeau, con farolillos y fuegos artificiales, la noche estalla en colores fantásticos. Pero la noche moderna es urbana. Georgia O’Keeffe nos revela una Nueva York insólita. La luna, la farola con halo y el disco rojo del semáforo forman, con el rascacielos y la aguja de la iglesia, una composición casi abstracta, pero de profundo simbolismo romántico. La noche es el tiempo de la imaginación y de los sueños. El surrealista Delvaux combina las luces de la calle y del interior (la farola y la lámpara en el espejo) para crear un inquietante escenario de inconfundible carácter onírico.
Ficha de la exposición:
- Título: Miradas cruzadas 8: Nocturnos
- Fechas: Del 24 de marzo al 25 de mayo de 2014
- Organiza: Museo Thyssen‐Bornemisza
- Comisario: Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen‐Bornemisza.
- Número de obras: 10
- Lugar: Museo Thyssen‐Bornemisza, Paseo del Prado, 8. Madrid. Balcón‐mirador de la primera planta, acceso directo desde el hall.
- Acceso gratuito