Francisco Andújar Cruz
Nada más lejos de mi ánimo que el “euroescepticismo”, que otros utilizan para enmascarar su nacionalismo más rancio, o para tratar de justificar la defensa a ultranza de privilegios particulares, cuando no de prejuicios racistas y xenófobos. Mi anhelo es ser ciudadano europeo y sentirme tal, pero esto pasa por haber podido construir una Europa real unida, igualitaria, justa, segura y solidaria y verdaderamente libre para las personas. Por eso, yo no votaré en las elecciones al parlamento europeo.
751 parlamentarios para una población de algo más de 500 millones de ciudadanos (El segundo mayor parlamento del mundo tras el de la India). Esos representantes son los que serán elegidos para componer el Parlamento de la Unión Europea, con un mandato que llegará hasta el año 2019. Las votaciones se producirán en los diferentes países miembros entre los días 22 y 25 de Mayo de este año.
En esta ocasión, tras la aplicación del “Tratado de Lisboa” (13/12/2007) se introduce una novedad, ciertamente importante, pero reveladora de la falta de madurez de la clase política del continente, y de la cerrazón de los nacionalismos, a diluirse en una nueva personalidad nacional de mayor calado y ámbito: la europea. Me refiero al hecho de que el Presidente del Consejo Europeo será elegido directamente por los europarlamentarios que compongan la nueva Eurocámara.
Pero esta figura no es ni mucho menos equiparable a lo que debería ser un Presidente de Europa en comparación con los puestos homólogos de las grandes potencias interlocutoras: EEUU, Rusia, China, como tampoco lo es la figura de Presidente de la Comisión Europea, y es seguro que los pesos pesados de las políticas nacionales: Merkel, Cameron, Hollande, serán los auténticos interlocutores con los líderes de esos países en detrimento del estrenado nuevo presidente-florero de la UE.
¿Qué impide a los ciudadanos europeos votar directamente a quien quieran, y consideren más apropiado, para ejercer de Presidente de los Estados Unidos de Europa? ¿Qué cualidades caracterizan a los ciudadanos USA para que, ellos sí, puedan elegir directamente a su máximo gobernante? ¿No es este el principal factor que hace de la UE un enano político en el escenario de las relaciones internacionales y la diplomacia?
Es una ficción más para seguir haciéndonos creer, a los ciudadanos, que las instituciones europeas se refuerzan en detrimento de los múltiples intereses nacionales, y que el anhelo de una Europa unida, demócrata y solidaria se va haciendo realidad. La comparación con el sistema formalmente más parecido: la Republica francesa, es delatora del espejismo; Ni el Presidente del Consejo Europeo va a ser equivalente al Jefe del estado francés, ni el Presidente de la Comisión es equiparable con el primer ministro galo, sobre todo porque estos cargos políticos no quieren que así sea; ni los homólogos de Alemania, del Reino Unido, de Italia, de España, etc…
Las circunscripciones para las elecciones europeas se corresponden con los ámbitos nacionales de los 28 países miembros, y para cada una de estas se presentan listas cerradas y bloqueadas, por parte de los distintos partidos políticos que desean concurrir. Este tipo de listas solo deja en la voluntad de los electores la capacidad de decidir entre siglas, y la supuesta línea política que encarnan, y los miembros que las integran son irrelevantes a la hora de pesar en la elección de los votantes. Incluso los “cabeza de lista” son poco significativos en realidad y, en los escenarios nacionales de cada uno, se perciben como segundones de la política interna y totalmente sometidos a los “aparatos burocráticos” de las formaciones políticas.
El puesto de europarlamentario es una “bicoca” que sirve tanto para agradecer “servicios prestados” y, en especial, lealtades incondicionales, como para aparcar a “santones” de la política nacional que resultan “quemados” o comienzan a ser impertinentes para sus jefes de filas. A la abultada retribución (6.000 euros netos/mes) se une la disposición de fondos reservados sin justificación (4.000 euros/mes) y dietas más que generosas (300 euros/día), sin contar los pluses que se pueden obtener al formar parte de algunas misiones más especificas y otras apetitosas “gabelas” inherentes al puesto (tercera acepción de la RAE) en relación con vivienda, transporte en clase superior, etc…
Pero es que, además, este puesto, se desempeña en la lejanía, y no me refiero a la distancia de Bruselas respecto de un punto geográfico europeo concreto, hablo del desconocimiento que el común de los ciudadanos tiene de los hechos de sus supuestos representantes; de la imposibilidad de que estos puedan seguir y calibrar su esfuerzo, su talento, su coherencia y, lo que es fundamental, de la ausencia de mecanismos que permitan la interacción, la intercomunicación, la coordinación, entre representantes y representados.
Las listas amplias, cerradas, bloqueadas y elaboradas discrecionalmente por los aparatos políticos, anulan el sentido de responsabilidad del electo ante los electores. Solo se debe -porque es a quien realmente debe el puesto- a los jefes de su Partido. Carece de autonomía personal, está sujeto estrictamente a la disciplina de voto y a los pactos coyunturales que sus líderes quieran concertar. El europarlamentario no es más que una marioneta de una organización, en suma.
Si el sistema de listas se percibe, en los ámbitos participativos nacionales, como represor de la responsabilidad personal de los representantes políticos, y reforzador de la imposición de los intereses partidarios sobre cualquier otro, en el ámbito de la UE estos efectos nefastos son aún peores y se multiplican por el gigantismo del sistema. Solo la elección directa de los representantes mediante distritos unipersonales, puede generar un “a modo” de fuerza centrípeta que contrarreste la acción centrífuga del procedimiento actual.
A mayor abundancia de esta representación, viciada de partida, hay que observar a los llamados Partidos Políticos Europeos. En su número y definición ideológica ya muestran un catalogo abultado y confuso, faltos de declaraciones doctrinarias rigurosas y fundamentadas intelectualmente, son “popurrís” de formaciones nacionales, con programas de acuerdos coyunturales, que no resistirán si entran en contradicción con intereses locales, ya que llegado el momento de la verdad, cada uno atenderá, prioritariamente, los designios de los gobiernos del mismo color allí donde estén establecidos en el poder.
Unos, los más importantes, organizados en Internacionales doctrinales, tratarán de soslayar estas confrontaciones con trapicheos y mercadeos de todo tipo, aguando finalmente el vino hasta perder su sustancia. Otros, pequeños, peleones, limitados, y algunos sectarios, jugarán a la subasta de sus votos, ofreciéndolos a los grandes para sumar votaciones ganadoras o al testimonialismo anti-sistema. Pero siempre, muy lejos, a años luz, de los ciudadanos y sus necesidades reales.