Voy a ser mamá: ¡enhorabuena!

Últimamente tengo la impresión de que las películas francesas del género comedia incorporan más y más toques almodovarianos. Sin bucear mucho, me vienen a la memoria títulos recientes del cine galo como Llévame a la luna, Dos días en N.Y. y la que ahora comento Voy a ser mamá, que me han recordado los toques de humor grueso y surrealista de la familia española más garbancera. ¿Por qué será?

cartel-voy_a_ser_mama Voy a ser mamá: ¡enhorabuena!Será que han visto en las salidas de tono del manchego la formula del éxito, será que su manera de tratar la psicología familiar para aflorar los traumas les dispara la creatividad… Ya me dirán si no, de dónde les viene eso de meter a toda la familia junta en un sitio cerrado y ponerles a hablar sin cortarse como si se hubiesen inflado a barbitúricos con gazpacho en plena noche…

Unos toques garbanceros que, en el caso francés, se dan al lado de las finezas más parisinas, como ocurre en Voy a ser mamá cuyo título en el francés original es nada menos 100% Cashemere, o sea, la elegancia y punto y aparte de una editora de revista de modas experta en buscar titulares llamativos y que no dejen ninguna duda. Ella va a ser la mamá.

Sin embargo, el tema de Voy a ser mamá (que dirige, escribe y protagoniza Valérie Lemercier) es nuevo en el cine, pues trata en tono de comedia -fina y gruesa a la vez- lo que suele ser un hecho dramático: las peripecias de un matrimonio que se prepara para recibir a su primer hijo en adopción internacional, con todo lo que ello supone de dineros (negros), tráfico de influencias y de personas, control exhaustivo de las vidas privadas, el stress más grande, las ganas de tirar la toalla antes y de devolver al niño después, etc.

Tal es el inicio de una película llena de aventuras, viajes y sorpresas, con personajes excéntricos que cacarean la verdad por debajo de sus mentiras en un escenario dominado por una neurótica disparatada y perfeccionista aspirante a mamá, capaz de someterse por un fin noble -o ennoblecedor- a lo que sea aunque, por suerte, tiene un límite. Y ese límite resultará ser una bendición.

El matrimonio adoptante formado por Aleksandra y Cyrille es una familia simple pero compleja, donde cada uno tiene su amante que aporta un granito de arena a la trama y todos son amigos entre sí, como una familia extensa más el perro. Además, están los parientes cercanos que, por parte de él (Gilles Lellouche), ensanchan la familia con unas sobrinas cotorras y una matriarca viuda y abuela que pide y da mucha guerra. Es quizás el mejor personaje de Almodóvar, y en todo se tiene que meter con la mayor incorrección política posible. 100% Cashemere, en cambio ella (Valérie Lemercier), no hace más que poner cara de higo y no se habla ni con su padre, único familiar directo, desde hace la tira, aunque al final será el viejo quien aporte la solución al conflicto cuando al angelito haya que ir a buscarlo de nuevo a la madre Rusia. Y como una cosa parece que llama a la otra, resulta que la que se creía estéril, ¡zas! Las músicas situarán el tema cada vez que nos desplacemos a la estepa rusa, que son físicamente dos y muchas más con la imaginación.

Pero ellos al niño lo han traído con las mejores intenciones, están dispuestos a gastar con él su fortuna, aunque nada es suficiente. Sólo un deus ex machina, uno más, hará sacar de lo peor lo mejor y todos se convierten al altruismo, empezando por el rusín que le ha visto las orejas al lobo de dejar París por la estepa.

Por su parte, los vecinos de la pareja en París (una corrala de lujo, muy rancios) forman un delicado plantel cuyos avatares corren paralelos a los de la familia extensa de Aleksandra y Cyrille, oponiéndose a todo; de donde resulta que nuestros protagonistas, tan cool en un principio, son punta de lanza de la modernidad y el aperturismo más manchego.

Voy a ser mamá se estrena en cines de España el 18 de julio

Nunci de León
Doctor en Filología por la Complutense, me licencié en la Universidad de Oviedo, donde profesores como Alarcos, Clavería, Caso o Cachero me marcaron más de lo que entonces pensé. Inolvidables fueron los que antes tuve en el antiguo Instituto Femenino "Juan del Enzina" de León: siempre que cruzo la Plaza de Santo Martino me vuelven los recuerdos. Pero sobre todos ellos está Angelines Herrero, mi maestra de primaria, que se fijó en mí con devoción. Tengo buen oído para los idiomas y para la música, también para la escritura, de ahí que a veces me guíe más por el sonido que por el significado de las palabras. Mi director de tesis fue Álvaro Porto Dapena, a quien debo el sentido del orden que yo pueda tener al estructurar un texto. Escribir me cuesta y me pone en forma, en tanto que leer a los maestros me incita a afilar mi estilo. Me van los clásicos, los románticos y los barrocos. Y de la Edad Media, hasta la Inquisición.

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