Las opiniones más generales dan la bienvenida a la película Perdida como una revitalización de las claves del suspense.
Y es cierto si por ello entendemos una puesta al día de las doctrinas misóginas de los autores del medievo (Alfonso X y El Arcipreste de Talavera a la cabeza), quienes a su vez las traducían de libros árabes por hallarlas sumamente interesantes y aleccionadoras para la educación de los hombres de su tiempo.
Una joya de esta literatura la constituye El Corbacho, del citado Arcipreste, quien allá por el siglo XIV y albores del XV (siglo de La Celestina para que vayamos orientándonos), además de advertir de los peligros del amor mundano, ensayó y se explayó sobre los vicios y embustes, engannos e assayamientos de las mujeres para enredar al hombre y perderlo. Assayamientos viene de saya, y equivalía a lo que siglos más tarde don Benito Pérez Galdós llamaría alegremente juegos faldamentarios en sus novelas realistas
Tal es lo que se cuenta en Perdida, último thriller del director David Fincher, y esto es así por muy hollywoodienses que nos queramos poner. Un assayamiento de mujer del que es víctima un varón desprevenido -incauto marido enamorado otrora pero ya no-, con el apoyo inexcusable de su propio sentimiento de culpabilidad (ay, que él tampoco era ni ningún bendito, ni su hogar el jardín que nos quiere hacer creer) y todo ello vehiculado muy bien por los mass media que, como una sola persona, ya han decidido de antemano quién es el culpable y quién la víctima.
Un estado de cosas que retrata muy bien a la sociedad actual sin cuyo concurso sería impensable un desenlace tal como el que aquí se da. Son los mass media los que marcan a cada instante la pauta, no dándole tregua al «culpable», adelantándose a la policía y a los jueces, creando la noticia y profetizándola, no limitándose a contarla sino poniendo la soga al cuello. Y la sociedad entera entra por el aro.
Se juega mucho con la psicología del espectador, como vemos que hacen a diario las televisiones, y en este tiovivo de vueltas y revueltas, engaños y desengaños (assayamientos), a medida que las pesquisas avanzan y aparecen nuevos datos, nadie se queda al margen. En este punto se advierte de manera nítida que lo verdaderamente importante es cómo nos ven los demás y no cómo nos vemos nosotros mismos, y el pobre incauto, que para colmo no era ningún santo, cae en la trampa.
A ver quién se resiste ante este estado de cosas. ¿Que los ajenos saben antes y mejor que los propios lo que pasa en una casa? Miren al pobre Pleberio cómo lloraba -tarde- y díganme si no. Un tópico que se repite en el seno de cualesquiera familias de las consideradas normales, ya sean las drogas, la infidelidad, el fracaso escolar o el acoso a secas lo que allí se dilucide, siempre los de casa serán los últimos en saberlo.
Es quizás la concentración de elementos que en otras partes suelen aparecer dispersos en situaciones que consideramos normales lo que aquí, en Perdida, deja sin aliento. La inexpresividad del Ben Afflek, la cara de monja cartujana de Rosamunde Pike (un elenco muy bien elegido) ponen el resto para que saltes en la butaca y alguno hasta se tire de los pelos.
Perdida (Gone girl) es la adaptación por parte del director David Fincher del best seller de Gillian Flynn. Un melodrama desconcertante (para quien no haya leído a nuestros clásicos) sobre la maldad femenina y el sentimiento de culpa del hombre y de toda la sociedad que quiere lavarlo en él.
La conclusión -triste, triste- es que nosotros hemos dejado de lado a nuestros clásicos mientras otros los están poniendo al día con mucho éxito y sirviéndolos en bandeja de plata.