Se llama Luciérnagas y es una obra joven en la que Teatro del Arte ha puesto todo su juvenil empeño. Prueba de ello es que la ha producido (lo de empeñarse es literal) y está siendo un éxito desde que empezó. Tanto que, estrenada en octubre, se prolonga a noviembre.
El lleno de la sala es total, el entusiasmo domina la escena y se extiende por el patio de butacas, hay quien ya la vio y quiere repetir. La obra lo merece.
Tan hermosa es sobre ese escenario, tan bien escrita, dirigida y actuada, que deja al final -como todas las bellezas- un regusto amargo, algo así como un grito de rebeldía que pugna por salir y sacar cabeza de entre los aplausos alentadores de éxitos.
El texto es muy poético y a la vez tan realista, que se apropia de los estados de ánimo más recalcitrantes al introducir elementos de la más dura realidad trascendidos por ese toque de locura que da la juventud a las durezas y carencias de la vida. Se juega con el lenguaje a camuflar tragedias, llantos con con risas, se juega a traspasar límites y niveles mediante los tópicos más desgastados que así se renuevan, allí donde las pesadillas de uno se mezclan con la realidad de los otros, salta la risa, que no son sólo dos: hay muchas vidas en danza aunque los personajes sean sólo tres.
Son vidas jóvenes abandonadas a su suerte en medio de la llanura desolada pero cargando con un pasado a cuestas, como en esas películas americanas (Bagdad Café) en que todo transcurre en torno a una gasolinera adonde llegan personajes cargados con su fardo, pesado para ellos solos, necesitan compartirlo.
Carolina Román, quien ya destacó anteriormente por su obra En construcción, es quien firma este texto poético y neorealista a la vez, actual, que convoca a famosos en la tarde noche de un domingo a esta sala de Lavapiés para ver Luciérnagas. ¿Qué son las luciérnagas? Seres ignorados que con su luz iluminan de noche las vidas de los demás (o la noche de las vidas de los demás). Hay a quien molesta esa luz. He aquí el argumento:
«Julio y Alex son dos hermanos huérfanos que viven en una comarca apartada de todo donde se anuncia la apertura de un hostal. La llegada de Lucía (que se guía por las señales, aunque no diga una verdad) los despierta a la vida, les da el vuelo y el aire fresco que necesitan sin saberlo, y Lucía encuentra la tierra que le permite posar por un momento ese vuelo incesante.”
Lo cierto es que, al acabar el vuelo, todos encuentran acomodo menos el personaje al que yo llamo Luciérnaga. Otros lo llamarán a Lucía, nombre simbólico en el papel, pero que también encuentra su apaño y por eso no me vale. Y mi grito de rebeldía que no pudieron ahogar los aplausos, ni aún los de los famosos que allí había, es éste: ¿Por qué estos seres tan puros en sus afectos y en sus instintos, estos seres únicos, lúcidos, capaces de iluminar la realidad con su luz, que son un barómetro para captar los sentimientos ajenos -los suyos los tienen claros: amar y ser amados- no encuentran su lugar en este mundo? Hablo de Álex, al que, con un ala rota y todo, le tenemos que mandar al cielo a la fuerza, aunque sea a puñetazos.
Para mí el teatro es válido sólo si, además de divertirme, consigue arrancarme este grito de rebeldía en medio de una sociedad avanzada que aplaude. Algo que Luciérnaga consigue.
- Escrita y dirigida por Carolina Román
- Reparto: Aixa Villagrán, Fede Rey y Jaime Reynolds
- Producción: Teatro del Arte
- Fecha: Sábados y domingos de noviembre)
- Teatro del Arte (San Cosme y Damián, 3, Madrid).