Esta foto dio la vuelta al mundo la semana pasada. Unas golfistas juegan plácidamente al golf impasibles ante el drama de la inmigración que tienen a la vista.
(C) José Palazón / Pro.De.In
La foto lo dice todo: Melilla, frontera sur. El escenario es el green del Club Campo de Golf de Melilla, construido con fondos Feder de la Unión Europea para corregir desequilibrios territoriales -5 millones de euros- y cuyo mantenimiento cuesta 700.000 euros anuales para disfrute y solaz de los 170 miembros del club. Dos jugadoras se disponen a abordar el sexto de los nueve hoyos con que cuenta el campo mientras un grupo de 15 guineanos, de los que en la foto pueden verse a 11, intentan dar el salto al Eldorado de España encaramados en la alambrada de seis metros de altura.
Autor de la foto es José Palazón, presidente de la oenegé Pro.De.In (Pro Derechos de la Infancia). Primero se acercó a la valla para tomar fotografías, pero la guardia civil le disuadió de hacerlo, por lo que sin excesiva pena, pues la foto que podía hacerse a pie de alambrada ya estaba muy vista, guardó su cámara y se puso a buscar un mejor emplazamiento.
Emplazamiento que encontró en lo alto de Palma Santa, a un kilómetro y medio de la alambrada. La vista que desde allí se ofrecía a sus ojos era la de una foto que va derechita a competir entre las mejores fotos del año, como así seguro se verá. La potente posición tele del zum de 50 aumentos de su Canon SX50 HS, 4,3-215 mm (equivalente a 24-1200 mm en 35 mm) haría el ‘milagro’ de comprimir los planos hasta el punto de que la alambrada pareciera estar levantada en el mismo campo.
La composición de la fotografía es sencillamente magistral. Se ajusta a la perfección a la llamada regla de los tercios, en este caso dos tercios de green, de prosperidad del mundo rico, y un tercio de alambrada que hace de muro entre dos mundos. Si no fuera porque es real como la vida misma, diríase que la fotografía pareciese un montaje de dos estampas diametralmente diferentes.
La foto clama al cielo contra la brutal diferencia entre dos niveles de vida, mejor dicho, entre un nivel de vida desahogado y un nivel de dramática supervivencia. La fallida metáfora del paraíso está desgraciadamente servida por esos doce kilómetros de alambradas, mallas y cuchillas con que la insolidaria Europa rica se defiende de lo mejor de cada casa de más allá de la frontera sur cuyo ‘pecado’ es intentar alcanzar su sueño europeo, ganarse la vida y contribuir con su trabajo a hacer una Europa más rica y, sobre todo, más sana.