Acerca de una posible evolución en el homo sapiens

Hoy más que nunca, se torna imperativa una reflexión acerca de la enigmática y paradójica condición existencial del ser humano. Decimos paradójica, porque es asombroso que exista una especie que albergue en su psique la capacidad de ser plenamente consciente de que su comportamiento actual esté tan manifiestamente encaminado hacia un anunciado suicidio colectivo y que permanezca en su empecinado caminar.

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Hemos de asumir, que, dado el alto nivel de cerebralización como especie, se pueda estar dando un factor circunstancial que pueda estar obstaculizando una posible evolución ontogenética del ser humano y que mientras este factor no sea resuelto e impulsado de una manera activa, el camino hacia una auto extinción quizá no tarde en tornarse en irreversible ; la aberración evolutiva de la que hablamos se trata de una paralización, de un ralentí reflexivo que ha tornado al Homo Sapiens en» Homo Económicus» y que mucho tiene que ver con la captación de la mayor parte de su atención por una deliberada mediatización tecnológica.

Dando consideración a aquella antigua relación del hombre para con la naturaleza y en la que éste se contemplaba como parte de ella atestiguando directamente las consecuencias de sus acciones y asumiendo que ésta su relación tiempo ha que desapareciera, podemos decir que desde entonces la humanidad comenzara a perder las riendas de su destino. No se trata de enunciar el famoso mito del «buen salvaje», sino antes bien de denunciar la instrumentalización de la naturaleza como único modus vivendi de nuestra cotidianeidad.

Cuando hace apenas un siglo las hordas de miles de Sioux eran conducidas hacia sus comparativamente diminutas reservas, aquellos exclamaban con la transparencia prístina de su salvaje inocencia «que no entendían como el hombre blanco podía erigirse en dueño de la naturaleza, porque ellos entendían que era el hombre quien pertenecía a la naturaleza».

Tan sabias como agoreras resultarían sus palabras.

Quizá el hombre moderno en su prepotencia tecnológica y en su afán globalizador carezca de la humilde predisposición de que tal vez tenga mucho más que aprender de las tribus salvajes que aun sobreviven en consonancia con su entorno de lo que pueda plantearse con sus criterios actuales.

El factor catalizador del Homo Sapiens hacia su transformación en «Homo Económicus «vino determinado por la intermediación de la preposición «para», entrepuesta como un obstáculo en su contemplación del medio natural. En el mismo momento en que la naturaleza se dejó de considerar como la cuna en la que se mecía la integridad de nuestra biología y la del resto del planeta para considerarse como un simple medio que podía concretarse en un entramado para generar beneficios económicos, dieron nacimiento las primeras pautas evolutivamente aberrantes del comportamiento humano. El «excedente» de la producción que podía utilizarse para intercambiarse por bienes materiales innecesarios para la supervivencia humana pero representativos de status, daría consigo un paso más hacia la ambición. El visionar a la naturaleza en sí y por sí, se cambiaría por el «para», y toda la perspectiva del hombre hacia su entorno se empañaría por la enfermiza instrumentalización del medio natural, trocando su visión de la misma por la de un producto de consumo.

Nuestra cultura de la necesidad y de las finanzas, nuestra ciega confianza en ese abstracto parámetro económico que ciegamente se esgrime en regulador de la política internacional y que paulatinamente establece los cimientos de un feudalismo transnacional financiero de naturaleza progresivamente dictatorial, adolece de un algo que lo convierte en gigante con pies de barro; adolece de la visión del largo plazo. Se enquista en la idiocía de los beneficios del corto plazo concibiendo los últimos recursos naturales del planeta como meros productos de mercado, como aquel comerciante que gozoso contemplaba sus monedas de oro en medio del océano pretendiendo ignorar que su barco hacía agua.

El planeta, ya no concibe mas políticas humanas insostenibles ni aquel viejo dicho de que «la historia se repite», sencillamente porque ya no tiene recursos como para permitir que la vanidad del «Homo Sapiens» vuelva a repetir sus mismos errores: se hace imperativo cambiar de protagonistas.

La cuestión de fondo que pretendo alzar en este artículo es la de si verdaderamente el ser humano, en su estado de evolución actual pueda darse la circunstancia de que esté absolutamente incapacitado para la tutela del planeta. Si toda la evolución que se ha dado en el hombre ha sido la tecnológica pero resulta que no ha ocurrido una evolución paralela en sus protagonistas, que siguen esgrimiendo los mismos valores de la tribu pero llevados a una macro escala transnacional, entonces tenemos que concluir que los mismos brutos simiescos que antes esgrimieran lanzas, ahora esgrimen misiles y que cuando antes esgrimían pieles y collares de dientes de animales cazados para mostrar su estatus, ahora lo hacen con lujosas mansiones, yates o cuentas bancarias abultadas de dígitos.

Todo ello -claro está- no supondría ningún problema sino porque su actuar lo derivan del alto grado de poder establecido que implica el monopolio de la violencia por parte de unos pocos y de restar a la suma total de los recursos disponibles y limitados; limitados en un planeta de rendimientos decrecientes. Cuando unos pocos restan, restan al resto de la humanidad y del planeta. No es lógico, concebible ni moral que mientras los niños de muchos países en vias de desarrollo trabajan como esclavos o hurgan en un basurero para procurarse su sustento cotidiano, otros seres «humanos» se vanaglorien por ocupar un puesto en la revista Forbes.

Tampoco es lógico que justifiquen su riqueza en base a las donaciones que efectúan de vez en cuando para hacerse ver como los grandes benefactores de la humanidad. Por otra parte, hemos de asumir, que el estado hipnótico de idiocía tecnológica mediática de la humanidad esté deliberadamente inducido. Al igual que en todas las dictaduras los primeros en caer son los intelectuales, no se puede ejercer impunemente la bota del poder sobre seres reflexivos; los seres reflexivos son por naturaleza díscolos y además tienen el poder de hacer reflexionar a su entorno. El primer paso que hemos de dar hacia una posible evolución del hombre es una humilde autopercepción y aceptacion de que pueda ser que en nuestro sueño de libertad estemos atrapados por cadenas invisibles; esas mismas cadenas que nos hacen una y otra vez volver al ordenador, encender nuestro teléfono androide o cambiar como autómatas el canal de nuestra televisión.

Volvamos a cuestionarnos humildemente; ¿Cuantas excusas nos hemos inventado hoy para no tener tiempo de leer un libro, pasear por la naturaleza, tener una charla tranquila con algún amigo o hacer algún tipo de ejercicio para poder estar algo de tiempo más interaccionando o visionando una pantalla electrónica?

Para Focault, la historia de la humanidad equivale a la transformación del poder, y hasta ahora, el poder más tajante e invisible jamás esgrimido ha sido el de ejercerlo de manera absolutamente dictatorial guarecido bajo una ilusión y sueño de libertad. La pregunta es; ¿Somos libres para qué? ¿Para pasearnos con nuestras zapatillas deportivas de marca por la superficie de un gran hipermercado como diría Gilles Lipovietsky?

La Evolución empieza desde el interior de cada uno de nosotros y es imposible sin nuestro despertar.

Javier Sánchez-Monge Escardo
Fotoperiodista, mis circunstancias personales me han llevado a viajar y vivir la mayor parte de mi vida en diferentes países y brindado la oportunidad de aprender y expresarme en diferentes idiomas y culturas. Mi objetivo, convertirme en un transmisor del espíritu de la multiculturalidad,

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