La cura de Yalom es el título de un documental que toma el nombre del psicoterapeuta Irving Yalom, profesor emérito de la Universidad de Standford y autor de numerosas novelas de educación que han llegado a ser best-sellers, como “El día que Nietzsche lloró” (1992) o la más reciente “Criaturas de un día” (2015) que ha sido uno de los grandes éxitos de ventas en la última Feria del Libro de Madrid.
A la vista de tan sugerente título, supongo que la gente puede acudir a ver «La cura de Yalom» con la intención de curarse, o al menos aliviarse de sus angustias e incertidumbres tratando de entender mejor lo que le pasa y ahorrarse así la visita al psicoanalista, que en cualquier parte del mundo, y más en Florida -donde ahora el profesor disfruta de su jubilación dorada-, no debe ser nada barato.
Nada más ilusorio. Más que curar propiamente, lo que hace «La cura de Yalom» es sugerir comportamientos que cambien o alivien el sentido de nuestro sufrimiento existencial y mejoren nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos. Una invitación al autoconocimiento y, al mismo tiempo, a relativizar todo aquello que nos hace sufrir. Nada nuevo bajo el sol, por tanto, a no ser que ponerle sentido común a cosas que lo han perdido sea una novedad.
Esto al menos es lo que yo aprendí viendo el documental realizado por la directora suiza Sabine Gisiger, que superó una crisis vital gracias a las enseñanzas de Yalom y que le sigue con la cámara a lo largo de su día a día en el papel de marido, padre y psicoterapeuta, particularmente en los días de vacaciones con los nietos en su casa de Florida, al lado del mar.
La terapia de grupo tiene la ventaja de que uno puede decir los mayores exabruptos, injurias, insultos incluso, y seguir allí porque los demás siguen allí. O irse de un portazo y volver, porque el grupo sigue allí. No es como en la familia, la pareja, el amigo íntimo, donde un fallo, por pequeño que sea, puede ocasionar toda una catástrofe y la ruptura definitiva. Ahora bien, ¿se puede aplicar la terapia de grupo a la familia o a la pareja? Éste sería el papel de los mediadores, un papel difícil porque a «los nuestros», a quienes amamos de verdad, no les pasamos «ni ésta».
De ahí vienen las zonas oscuras donde tanto miedo nos da entrar y ahí es donde habría que aprender a relativizar, como en casi todo por otra parte (el «casi» es importante) para seguir adelante, y es lo que ha aprendido a hacer él, que sigue unido en perfecta armonía a su mujer de siempre mientras que sus cuatro hijos (tres varones y una hembra) están ya todos divorciados, de manera que el veraneo en la casa familiar es únicamente con hijos y nietos, faltan los otros. Por eso allí no hay peleas de pareja, el protagonismo es de los abuelos con los nietos, siendo la generación intermedia una especie de invitados de piedra. ¿Dónde está el fallo?
Tanto Irving Yalom como su mujer han sufrido cada uno por su lado los destellos del amor, los fogonazos violentos del sol, pero han seguido juntos cultivando su amor, el de los dos juntos, día a día. «Los destellos cesarán porque el sol un día se apagará y entonces podremos contemplar las estrellas». No aclara si esos fogonazos del sol han dado lugar a infidelidades y reconciliaciones, pero queda claro que eran algo ajeno al matrimonio y que no han impedido que ellos dos conserven su amor.
Él concluye este apartado diciendo que, gracias a que ya no recibe esos deslumbres solares, ahora puede contemplar tranquilamente las estrellas.
Pero volviendo a las zonas oscuras, esas a las que rechazamos entrar porque sabemos que allí está el dolor, ello tiene que ver con la herencia, con nuestros padres a los que, al menos en una etapa de nuestra vida, echamos la culpa de lo que nos pasa.
Luego viene el resentimiento, y de ahí más tarde la culpa, el remordimiento. El profesor aconseja revertir el proceso, volverlo del revés. Pensar que nuestros padres también tuvieron padres que les hicieron sufrir, los cuales a su vez tuvieron padres que les hicieron sufrir. Romper así la cadena del dolor. Alguien me confesó una vez: «Empecé a perdonar a mis padres cuando me di cuenta de que eran unos críos»
¿Es tan fácil? ¿No existe también la culpa difusa y de ahí que se apele en muchas culturas al pecado original para explicarla?
El documental es ameno, su protagonista viene de una herencia dura: hijo de emigrantes judíos, su padre, que siempre había estado dominado por la madre, murió, siendo ya dueño de un supermercado, cuando él tenía ocho años de edad.
Aunque curar, curar, lo que es curar…
Pero sí es cierto que ayuda a mirar dentro de uno mismo, a reflexionar sobre temas que parecen insolubles y quizás incite también a ensayar jugando con lo que nos pasa para ver de romper esa maldita cadena. Pero esta reflexión también la provoca en nosotros cualquier libro o película u obra de teatro medianamente bien hechos, o cualquier obra de arte a secas.
http://dai.ly/x2nf3n4
Presentada en el último Festival de Locarno, «La cura de Yalom» llega a España precedida por su gran éxito de público en Alemania (100.000 espectadores) Suiza (80.000 espectadores), Grecia, Austria y más recientemente en Francia.