Señor Manglehorn: Al Pacino y sus manos gastadas de cerrajero

Señor Manglehorn (Manglehorn a secas en el título original), del director americano David Gordon Green, está protagonizada por Al Pacino en el papel de un exconvicto que ejerce de cerrajero (profesión que se relaciona netamente con su anterior oficio de ladrón) y que no quiere a nadie más que a su gato, por lo que se ve a escondidas con su única nieta para no darle a su hijo la menor demostración de debilidad.

Manglehorn Señor Manglehorn: Al Pacino y sus manos gastadas de cerrajeroNo tiene más hijos ni más parientes, todos sus desvelos son para el gato que, encima, está enfermo.

Pero el cerrajero guarda en su baúl secreto una canción triste, un recuerdo doloroso que cultiva y al que se aferra culpable, sin que ese dolor logre engrandecer su vida, al contrario, le añade mayor mezquindad.

Es como si, ante este jardín que cultiva en secreto, dijera al resto del mundo: yo para vosotros no me lavo ni me cambio, ni adecento mi casa ni quito un trasto. Vosotros sois tan porquería como yo y en lo que no aparezca ella, así me aguantáis así porque yo, a vosotros, ni agua, todo para la que me abandonó (por mi culpa, eso sí).

¿A cuántos conoceremos en el día a día que bajo ese aspecto nada poético cultivan un jardín secreto?

Al Pacino, en este papel de anciano pringoso, está magistral. Ya le habíamos visto quemando los últimos cartuchos en Tipos legales pero aquí se supera. La tragedia de su vida es que, 40 años atrás, renunció a la mujer que amaba por dar un golpe definitivo que cambiaría la vida de los dos. Desde entonces espera que ella vuelva.

Anclado como está en aquella relación excluyente, él conserva todos los detalles. Sobre todo, mira de tanto en tanto un papel arrugado y sucio, todo en sus manos lo es, la carta de despedida en que ella le dice bien claro que nunca más. Pero esto no le sirve, anteponiéndola -a ella o a su flagelo- a cualquier relación que pueda surgir.

Porque surgirle le surgen, ahí la gracia y el imán que le descubrimos al estar rodeado de gente mucho más solitaria que él. Como la maravillosa Holly Hunter, su cajera del banco, su vocecita amiga de cada viernes cuyo único amor, semejante a él en esto, es su perrita, pero que le echa miradas golosas al cerrajero. Ella no está cerrada como él a cal y canto.

Él es un avaro que sólo acude al banco cada viernes, con el pretexto de meter «algo», por el café y los cruasanes que dan (a ver cuándo aprenden los de aquí), pero también y de paso, como quien no quiere la cosa, él con el gato, ella con el perro, hablan de sus animalitos y ésta será durante un tiempo su forma de contacto. De hablar, pasarán (¿por iniciativa de quién?) a quedar para cenar. Ella le presupone erróneamente lo de siempre: que cualquier persona que ame y cuide a un animalito, es buena.

Pero durante la cena ella comprueba el terrible egoísmo que se esconde en tan aparente abandono, que él se cisca en todas las buenas maneras de ella ante una cena que se suponía galante o por lo menos discreta. Es entonces cuando ella, dejando aparte su insignificancia y sumisión, su educada complacencia, ha de hacerle reaccionar. Porque si no es ella, ¿quién? A partir de ahí, a Manglehorn no le quedará más remedio que enfrentarse con sus poderosos y -hasta ahora- cómodos fantasmas. Cuando él vuelva a pisar el banco, no será ya sólo para zamparse los cruasanes.

El papel del único hijo, interpretado por Chris Messina, anodino en apariencia, exasperante de prepotencia al principio, íntimo y desgarrador al final, contribuirá a catalizar las reacciones del padre, aunque sin saberlo. Magistral.

Gordon Green («Superfumados», “Prince Avalanche”, “Joe” se apoya en el guionista Paul Logan para narrar esta historia de caída y capacidad de levantarse del ser humano, con sus sorpresas, misterios, melancolía y magia redentora de vidas gastadas.

La película se presentó en el Festival de Venecia 2014 (sección oficial) y en el Festival de Toronto 2014

Nunci de León
Doctor en Filología por la Complutense, me licencié en la Universidad de Oviedo, donde profesores como Alarcos, Clavería, Caso o Cachero me marcaron más de lo que entonces pensé. Inolvidables fueron los que antes tuve en el antiguo Instituto Femenino "Juan del Enzina" de León: siempre que cruzo la Plaza de Santo Martino me vuelven los recuerdos. Pero sobre todos ellos está Angelines Herrero, mi maestra de primaria, que se fijó en mí con devoción. Tengo buen oído para los idiomas y para la música, también para la escritura, de ahí que a veces me guíe más por el sonido que por el significado de las palabras. Mi director de tesis fue Álvaro Porto Dapena, a quien debo el sentido del orden que yo pueda tener al estructurar un texto. Escribir me cuesta y me pone en forma, en tanto que leer a los maestros me incita a afilar mi estilo. Me van los clásicos, los románticos y los barrocos. Y de la Edad Media, hasta la Inquisición.

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