Con el título Antes de que sea tarde, ha presentado sus «Memorias descosidas» Víctor Manuel San José Sánchez, nombre completo del cantautor asturiano (Mieres 1947) conocido mundialmente como Víctor Manuel.
El libro ha sido editado por el sello Aguilar y con él celebra Víctor Manuel sus 50 años de profesión con la música, su vida al lado de Ana Belén desde que se conocieran en el año 1971, los discos y las canciones que lo han consagrado, los éxitos y los amigos que ha cosechado en sus giras por España y América.
Pues bien, como las he leído antes de ponerme a escribir, puedo afirmar que, además de muy amenas, perfectamente escritas y narradas con maestría, estas Memorias descosidas contienen anécdotas y datos prácticos que pueden ilustrar al que empiece en el mundo de la música o se encuentre inmerso en sus vicisitudes.
Como ejemplo, valdría lo que cuenta de Drexler cuando le habló de firmar con un sello entregando todos los derechos de sus canciones, y concluye: «Creo que me lo agradeció». O su trato durante una gira por España con Pablo Milanés que éste dejó inconclusa y en la que tuvo que hacerle de viuda saliendo a disculparle (actuaban juntos). Siguen siendo amigos, amigos del alma y de la música. Víctor Manuel es una persona sólida al que no le cambian el numen esas circunstancias, aunque Joaquín Sabina, cuando se enteró de que iban a girar juntos, había dicho: «¡Ufff!» Las anécdotas que acompañan cada capítulo son innumerables.
Para colmo, y esto ya lo destacó Iñaqui Gabilondo allí (durante la presentación en la Fundación Bertelsmann, que tomó la forma de una entrevista) y yo lo he comprobado después, tiene tal habilidad Víctor Manuel al distribuir los contenidos de sus Memorias descosidas, que lo más íntimo, tal vez lo más doloroso también, sus pérdidas más sentidas, lo deja para casi el final cuando ya como lector te has hecho con el personaje y no te importa nadar en sus intimidades porque quisieras, llegado ese punto, saber más.
Esos recuerdos de su infancia en el Puente de la Perra (Mieres) en una familia humilde pero en la que, «siendo pobres, nunca nos faltó un trozo de pan»; de cuando le llamaban Lolín y veraneaban todos en León con la parte leonesa de la familia para secarse de las nieblas de Asturias (todos menos el padre que era ferroviario y no tenía vacaciones); los personajes tan peculiares de su familia extensa, los sucedidos y dichos del vecindario, el Efrén, la intriga del ratu… no tienen desperdicio.
Precisamente para que se vea esta sabiduría suya a la hora de distribuir los materiales, cuando habla del final de su madre con la terrible enfermedad, ya conocemos al personaje de Tita desde el principio, sabemos lo que hace, cuántos hijos ha tenido, quiénes eran sus padres, cómo es su prodigiosa memoria, su laboriosidad y sus ganas de cantar cerniendo en medio de la tristeza… Y es entonces, al conocer su final, cuando nos coge desprevenidos y sin escapatoria. Y fue precisamente el alzheimer que acabó con su madre lo que le hizo a él plantearse escribir sus memorias «antes de que sea tarde».
El aprendizaje primero y su temprana vocación por la música los da al principio, pero el plato fuerte de sus recuerdos los reserva al final, cuando ya le hemos visto y seguido en sus giras por los Festivales de España, por Latinoamérica (con especial énfasis en Cuba y Chile) donde conoció de primera mano a las grandes figuras de la canción de allí, y a personajes como la viuda de Allende, Doña Tencha, o la viuda de Neruda, Matilde Urrutia. Esto da envidia a secas, sin más, también el viaje por la Rusia soviética «pagado, supongo, por la URRS», aunque no es tan interesante como su pertenencia al PCE y su posterior salida del partido, que resumieron en un comunicado conjunto (Ana y él) así de conciso: «Nos vamos porque seguimos estando en el mismo sitio».
El álbum de fotos que centra el libro es también envidiable, por los fotógrafos excelentes que lo han retratado (Schommer, Vallhonrat) y por quienes lo acompañan en las fotos, lo que habla de un éxito absoluto en la profesión y en la vida.
Pero, a cada uno lo suyo, Víctor Manuel también retrata con precisión el carácter imposible de alguno de ellos y pone en su sitio a figuras que tenemos más o menos borrosas y embarulladas entre tanta información. Sus giras nacionales e internacionales, así como el haber pertenecido a la directiva de la SGAE, hacen que Víctor Manuel conozca de primera mano circunstancias en que se han visto envueltas algunas personas que, después de tanto humo, es posible que queden sin ser restituidas nunca en su imagen, como Teddy Bautista, cuyo mayor delito es haber llevado a la SGAE de una recaudación de doce millones de euros (2.000 millones de pesetas) a trescientos; de haber ido siempre con la cabeza muy alta, consciente de su valía como gestor en lugar de rebajar su perfil público; de haber comprado teatros y salas y edificios para aprendizaje de los socios en un contexto de muy mala prensa a causa de los derechos de autor. Algo que en toda Europa está asumido, resulta que aquí no, a pesar de lo cual la SGAE sigue funcionando, menos mal. ¿Qué pasaría si en las bodas al final del banquete en lugar de música se leyeran un par de capítulos de El Quijote?
Una de las anécdotas más divertidas del libro se debe precisamente a Teddy Bautista, ilustre inventor del mellotrón que otros luego le quisieron copiar para pasar la aduana y, cosa que muy pocas empresas declaran, la SGAE con Teddy Bautista a la cabeza, aunque apoyado por la directiva en pleno, cayó en la trampa y buscó el apoyo del Instituto Noos, a cuyos gestores pagaron 300.000 euros en tres campañas para mejorar la imagen, con este resultado: «la SGAE tiene mala imagen» escrito en un folio.
Esto al hijo de un ferroviario no le puede sentar nada bien.
Sus incursiones solidarias (de ambos, Ana siempre con él) en Ghana de la mano de Aureliano, fraile de Burgos con mucha retranca, piensa volver a repetirlas este mismo año 2015 porque los niños del poblado que cantan sus canciones le están apremiando con cartas y dibujos hechos al margen del pozo de agua potable, y eso a Víctor le puede.
Va sembrando al albur de las fechas y las canciones sus primeros amores antes de trasladarse a Madrid, los otros amores de juventud, concretamente el platónico por una bailarina, hasta que apareció Ana en 1971 y arrasó con todo… Ana Belén se llamaba de verdad Pilar y de ahí la Canción para Pilar, que puso a todo el mundo a discurrir para quién sería. Precisamente a Ana la conoció estando en La Coruña de gira con Julio Iglesias, ella hacía teatro en esa misma plaza, y Julio Iglesias le anunció que en cuanto tuviera 50 millones (de pesetas) se retiraba. Anécdota sabrosísima con Julio, la del matrimonio nórdico que había ganado un fin de semana con él en Palma de Mallorca.
Son 50 años de profesión con la música que merecen ser contados, de ahí que uno de los títulos de sus giras se llame Vivir para cantarlo. Alguien le hizo saber que ese título se parecía al de García Márquez y él le hizo saber a su vez que no era García Márquez quien lo había inventado sino el poeta gaditano Caballero Bonald al editar su poesía. Aclara muchas cosas Víctor Manuel, como la autoría de Paquito el Chocolatero, confesada en el lecho de muerte por su «reputado» creador hasta el momento.
Gran visitador de mercados de abasto, lleva la nómina de los que más le gustan, pues es un hombre al que le encanta recibir en casa para preparar las giras, para lo cual es necesario hacer la compra, cargar las bolsas ¡y cocinar! para todos. Disfruta cocinando, sobre todo lo hacía en domingo cuando el domingo era el único día de fútbol.
Los títulos de sus canciones son hitos de su vida que la recorren señalando lo que por nada del mundo quisiera olvidar, las cosas que ha vivido y compartido: El abuelo Víctor, El perro del garaje, y el recuento de sus giras activa la nostalgia de los que vivimos aquellos años: Dos en la carretera, Mucho más que dos, El gusto es nuestro, El hijo del ferroviario, Una canción me trajo aquí, Canciones regaladas… Produjo, además de música, unas cuantas películas, casi todas con Ana de protagonista. Se arruinó con Divinas palabras y aún produjo más recientemente el corto Hay motivo, que es más bien un corto de cortos en el que participaron muchos amigos.
Los hijos, pero más aún lo que dicen los nietos, la familia, su pasión. De hecho, el libro va dedicado a estos seis personajes: Ana, David, Marina, Paloma, Olivia y León. Adivinen ustedes quién es cada cual.
A propósito del título de su libro, yo le hubiera sugerido que quitara la «de», como ya hizo el autor de Antes que sea tarde (el cubano Reinaldo Arenas) que también queda correcto y resulta más ligero, pero me lo pensé dos veces porque a lo mejor me hubiera mirado con esos ojos de la foto de cubierta sin contestarme, como ya me hizo una vez en el Ateneo de Madrid cuando le pregunté algo. Entonces se me quedó mirando así, como en la foto de la tapa del libro, y yo me quedé con la cosa de si le había preguntado algo muy bueno o una solemne tontería.