Francia, domingo 13 de diciembre de 2015. Segunda vuelta de las elecciones regionales. No tienen mucha importancia desde el punto de vista del poder operativo de las regiones en un país centralizado como Francia. Pero se han convertido en un símbolo, en el último test ‘grandeur nature’ de los vientos (aparentemente) favorables al Frente Nacional (FN), antes de las elecciones presidenciales de 2017. Sin embargo, no es seguro que las listas dirigidas por Marine Le Pen y por su sobrina Marion Maréchal-Le Pen triunfen en sus respectivas regiones al final de esta esperada segunda vuelta.
“He votado Frente Nacional, sí, pero era consciente de que no votaba en unas presidenciales; ahí no habría votado lo mismo. Y quizá tampoco lo haga en la segunda vuelta”, decía una señora entrevistada por un periodista de la cadena pública France 2 en la calle de una ciudad cualquiera de la región Norte-Paso-de-Calais-Picardía, donde Marine Le Pen obtuvo el 40,64 % en la primera vuelta. Ni siquiera está claro para Marion Maréchal-Le Pen, su sobrina, quien también sobrepasó el 40 por ciento en la región conocida por sus siglas PACA (Provenza-Alpes-Costa- Azul). Quizá ésta tampoco logre sus propósitos en una zona de Francia donde las raíces de los llamados “frentistas” son mayores.
Impacto mediático y exasperación
Algunos piensan que esos porcentajes ya no corresponden únicamente a un cierto voto de castigo, de advertencia, como sugería la ciudadana entrevistada en France 2. “Estamos al otro lado de la exasperación”, ha declarado el politólogo Jean-Yves Camus, “se trata ya de una adhesión a las ideas del Frente Nacional”. Sigo dudándolo.
Creo en un fenómeno múltiple. Confluye la ira de algunos votantes, sí, tanto de la izquierda como de la derecha clásica, junto a una dispersa marea de fondo que se movilizó contra la aprobación del matrimonio homosexual, junto a los restos del voto desesperado de las zonas y ciudadades castigadas por la desindustrialización.
Existe, sigue existiendo, un núcleo histórico de extrema derecha que siempre ha tenido raíces históricas en Francia. Desde los chouans antirrevolucionarios de la época de la Revolución Francesa a los sectores antisemitas y anti Dreyfus; que pasó luego por las ligas ultraderechistas del primer tercio del siglo XX; que representaron los partidarios de Pétain más tarde, durante el régimen fascista de Vichy, tendencia política que se orientó y se desplazó después hacia los defensores de la Argelia francesa.
El fundador del FN, Jean-Marie Le Pen, ya fue diputado en 1956 y 1958 (cuando el auge del poujadisme), precisamente cuando el discurso oficial era contrario al “abandono” de los entonces llamados departamentos argelinos. Pero ese núcleo no constituye nada más que el origen histórico. Los frentistas son mucho más que eso. Los cuadros del FN tienen hoy un origen más plural, en no pocos casos han sido -son- desertores de otras fuerzas políticas. Es hacia todos ellos hacia donde quiere dirigirse Marine Le Pen. Intenta ampliar sus bases electorales al conglomerado de la exasperación del que hablamos.
Para lograrlo cuenta con la segunda vuelta y con su estrategia habitual: un programa que entremezcla mensajes contradictorios, donde los temas sociales contienen con frecuencia promesas incoherentes; y un discurso anti-inmigración, ya más tibiamente anti-musulmán que antes. El FN de Marine no ha cambiado tanto en la apariencia, aunque es más tibio que en el pasado reciente cuando Jean-Marie Le Pen era el líder.
Pero sorprendentemente su mayor fond de commerce le sale gratis. Consiste en su victimismo reiterado, practicado ad nauseam, por una supuesta demonización pública que -dicen ellos mismos- estaría sufriendo el FN. De todo ese batiburrillo, se benefician los lepenistas, que terminan concretando sus ganancias electorales mediante un impacto mediático muy superior al porcentaje que debería corresponderles.
Votar dando un grito
El FN fue la lista más votada en seis de las trece regiones en disputa, doce continentales más Córcega (1no celebran elecciones regionales en los territorios y departamentos de ultramar). Eso muestra que la supuesta demonización no se contradice con su jugosa rentabilidad en los medios, donde las ocurrencias del FN aparecen –hasta aburrir- en los períodos de calma informativa, como si fuera el único modo que los directores y directivos de los principales medios impresos y de las mayores cadenas de televisión tienen para aumentar sus audiencias. Es un trato de favor, casi incondicional y fácilmente constatable, que termina configurando el fracaso del sistema político y mediático para frenar la mezcla de lemas duros y bobos de los lepenistas.
Otra persistente, anacrónica, incoherencia es la insistencia en aplicar el calificativo “fascista” al fenómeno FN, variopinto, múltiple y complejo. Porque el FN termina pareciendo un río, pero en realidad está constituido por diversos meandros sin clara relación entre sí. En este sentido, sí estoy de acuerdo con el mismo politólogo antes citado, Jean-Yves Camus, que lo explica de manera certera: “El gran fracaso del antifascismo militante es no darse cuenta de la complejidad del fenómeno al que responde el FN. Estamos en 2015 y ya sabemos que seguir repitiendo ‘F como fascista, N como nazi’ no sirve ya para movilizar a nadie”.
En realidad, el FN ofrece a un amplio porcentaje de ciudadanos encolerizados la posibilidad de expresarse y de mostrar su enfado en las urnas. Estúpida, contradictoriamente, si se quiere. Siguen ese camino muchos votantes que se creen abandonados por la clase política “de los privilegiados” (la ‘casta’). Y dentro de esa expresión confusa, los Sarkozy, Hollande, y hasta otros como Alain Juppé (en la derecha) o Jean-Luc Mélanchon (en la izquierda), entran en el mismo saco de los coléricos y/o incomprendidos.
El fracaso ante el ascenso del FN es también colectivo, porque pocos se explayan destripando las bobadas de su programa; menos aún desmontando las claves oscuras de la financiación del FN y de los Le Pen, antes y ahora. De modo que nos quedamos, se quedan demasiados, en un sentimiento sencillo. El de que cuando Hollande llegó al Elíseo, no sólo los franceses sino junto a ellos otros europeos, pensábamos que el gobierno francés se situaría –más o menos- en el campo opuesto a las políticas llamadas de austeridad. No fue así. De modo que el amplio desempleo, el olvido de la Francia rural y profunda y la relativa racanería gubernamental con unos servicios públicos -aunque se mantengan mejor que al otro lado del Canal de la Mancha- sirven de abono al voto al FN. La tentación de votarle para dar un grito es muy aguda.
Bajar la fiebre en la segunda vuelta
Llama la atención que durante los últimos días, y entre las voces de alarma, estén los empresarios del Norte-Paso-de-Calais-Picardía, en su mayor parte de las PIMES (pequeña y mediana empresa). Un centenar de ellos ha firmado un manifiesto denunciando las contradicciones del FN: “La cerrazón del FN ante el mundo carece de sentido económico”, señalan. “El programa del FN está desconectado de la realidad”, concluyen. Si la alarma despertada por los resultados de la primera vuelta impulsa una mayor participación en la segunda, es posible que esa reacción de los votantes sirva de freno ante la subida del FN. Casi diríamos probable.
Estamos ante un partido que se beneficia de varios fenómenos dispersos, de los errores políticos de las fuerzas democráticas y parlamentarias, de las perspectivas que ofrece un gobierno y una presidencia que -tras los atentados de noviembre- no puede brillar sino apelando a la recuperación del discurso “de la seguridad”.
En realidad, eso no funciona apenas. Está demostrado que termina abonando las malas hierbas. Si Hollande y Valls esperan lograr que el FN no suba más, deben reorientar sus miradas hacia quienes tienen ese sentimiento de incomprensión y abandono. Deberían tener claro que las políticas sociales no deberían ser incompatibles con el desarrollo económico, si la voluntad política existe. Eso vale para París, pero debería valerles también cuando viajan o negocian con ese pulpo de múltiples brazos obstinadamente neoliberales que llaman Bruselas. La firmeza ante el Dáesh no tiene por qué ser incompatible con el abandono de la sumisión ante la armada neoliberal europea. Los votantes lo intuyen, pero Valls y Hollande no parecen percibirlo.
La crisis y las rutinas de la clase política francesa son siempre el vivero confuso del lepenismo. Al repasar los picos de ascenso del FN en el pasado, vemos que el FN fue fundado durante la primera crisis del petróleo, que subió otras veces cuando otras presidencias giraron hacia el rigor económico. Resurge de nuevo en esta etapa de crisis global.
Domingo 13 de diciembre, ¿otra oportunidad para entender que la subida del FN no es ni incomprensible, ni inexorable? La República Francesa no puede seguir conformada únicamente por sus élites políticas. Y a veces da la impresión de que es así. De ahí brota la fiebre.