“¡El mal que hacen los hombres les sobrevive! ¡El bien queda frecuentemente enterrado con sus huesos!”
(Shakespeare, Julio César, Monólogo de Marco Antonio frente al cadáver de su amigo y rival)
El mal que hacen los hombres (The evil that men do), cuarto largometraje del leridano Ramón Térmens (Joves, Negro Buenos Aires, Catalunya Über Alles), es un narco-thriller protagonizado por Sergio Peris-Mencheta (Resident Evil, Ultratumba, Los Borgia, El capitán Trueno y el santo grial), Daniel Faraldo (Ciudad del crimen, Por encima de la ley, El coche fantástico) y Andrew Tarbet (Black Out, Menu degustación).
Una mujer con rasgos orientales y una niña, que en la ficción tiene diez años, más unos cuantos sicarios malencarados, completan el reparto de esta historia sobre el mal en estado puro de la que, por encima de todo, he sacado la conclusión de que irremediablemente tiene que parecerse mucho, pero mucho, a la siniestra realidad de esos pueblos y ciudades perdidos por el mapa de México donde impera la ley de los cárteles y “el rey” (el jefe, el patrón, el que manda…) dispone solo de un tiempo limitado, y siempre efímero, para intentar conseguir su objetivo, amasar su fortuna, cargarse al mayor número posible de enemigos y adversarios –y a unos cuantos que no son ni lo uno ni lo otro, pero pasaban por allí- y perder el reinado al tiempo que la vida.
Es una historia de malos, de hombres que solo hacen maldades, de hombres psicópatas, asesinos, desgraciados, sometidos a la despiadada autoridad de un tipo inhumano.
Un sicario mexicano y un médico estadounidense, que tuvo que abandonar la profesión tras cargarse a varios pacientes en un experimento fallido, trabajan para un cártel y viven recluidos en una fábrica deshabitada (la antigua fábrica Derbi de Martorelles, Catalunya, cerrada en marzo de 2013, que en la ficción es una fábrica de “despiece de carne” humana), donde reciben “paquetes” (habituálmente cadáveres que queman en un horno) y, a su vez, también hacen envíos (en general, cabezas cortadas, destinadas a la policía, las bandas rivales o las familias de los chivatos).
Hasta ese lugar enorme y desangelado llega un día el sobrino del jefe supremo con un paquete inusual: una niña de diez años, hija del jefe de una banda rival, a la que deben custodiar hasta que alguien la recoja o les manden cortarla en pedazos. La niña, bastante más espabilada que la media, consigue ir manipulando poco a poco a sus guardianes…
El director de «El mal que hacen los hombres» –también productor, y guionista junto al actor Daniel Faraldo-ha dicho que la película, totalmente rodada en inglés, pretende “explorar los límites del ser humano y la violencia”, ver hasta donde puede llegar el horror en un mundo en que la violencia es omnipresente; y que la rodó en México porque es un excelente contexto para la historia que pretendía contar.
También ha dicho que la inspiración le ha llegado del mejor Tarantino (Reservoir Dogs), Beaking Bad y Esperando a Godot (aquí es la niña quien está a la expectativa)
Estamos ante una buena película muy dura, no apta para espíritus demasiado sensibles, en la que los cadáveres se utilizan como moneda de cambio entre las bandas de narcotraficantes y en sus relaciones con el resto de la sociedad, y en la que resulta imposible sentír la menor empatía por ninguno de los personajes… a pesar de que se trata de sicarios y psicópatas que también tienen su corazoncito, hijos y novias y allá en el fondo, muy adentro, parecen haber intuido la enorme injusticia que sería terminar con la vida de una colegiala que solo quiere que le traigan un helado.
No tengo muy claro el mensaje de tan espléndido título, aunque quizá sea éste: quedémonos con el momento, apenas décimas de segundo, en que los “malos” hubieran querido poder comprar el helado. Quedémonos con el escaso bien que van a enterrar con los huesos de todos los miembros de la banda, que se saben condenados desde la primera imagen.