En su acepción académica, la palabra asco es la más adecuada para definir la impresión que procura la actualidad política patria de un tiempo a esta parte, póngase al periodo la extensión e intensidad que quiera quien experimente esa sensación.
Se trata, según consta en el diccionario de la RAE, de una alteración del estómago causada por la repugnancia que se tiene a algo que incita a vómito. O una impresión desagradable causada por algo que repugna. Basta para producirlas, la alteración y la impresión, la sola escucha de los criterios del vigente gobierno para estrechar la condiciones de vida de la mayoría de la población, cuyos derechos sociales y laborales no dejan de sufrir reiteradas mermas, o la pasividad con la que el primer y agonizante partido de la oposición asiste a este deterioro y a la degeneración sin paliativos de la democracia transicional.
¿Qué pinta el escritor en todo esto?, se pregunta el autor navarro en las últimas páginas. ¿En qué puede influir? ¿En hacer circular un descontento mayúsculo? «Podría proponer, le gustaría hacerlo, pero se siente perdido; le gustaría responder con eficacia a la pregunta qué hacer o qué podemos hacer, pero no sabe; sin contar con que todo está ya muy dicho. Siente que el asunto le sobrepasa». Miguel Sánchez-Ostiz dice expresar su miedo, su incertidumbre y, dependiendo de su situación personal, ladra, arrima la bencina a una hoguera ya muy avivada, se encoleriza, pero no va mucho más allá, porque no sabe o porque no puede. Y lo lamenta. Finalmente, haciendo balance sobre sus reflexiones, el escritor considera su libro el menos personal de los que ha firmado. «Ni personal ni original -dice-, en la medida en que recoge el eco de las palabras dichas, escuchadas, repicadas, compartidas y sobre todo sufridas por muchas personas a lo largo de estos meses». Por eso -añado-, merece la pena ser leído, para que así interpretemos mejor el asco que sentimos y lo podamos hacer más decible a partir de las cavilaciones que a modo de exabrupto resumen la filosofía de sus páginas. Quién sabe si tratando de explicar ese asco indecible ponemos en marcha algún mecanismo que nos mueva más allá del lamento.