La suerte está echada; la plana mayor del emirato islámico afgano ha decidido inaugurar en nuevo Gobierno provisional de Kabul a finales de esta semana, más concretamente, el próximo día 11 de septiembre, fecha en la que se conmemora en vigésimo aniversario del atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York. La alusión a los héroes y mártires del 11S es patente.
Los talibanes pretenden retomar el hilo de la historia un día señalado, rindiendo homenaje a quienes hicieron temblar los cimientos de la civilización occidental, humillando al prepotente Imperio ateo que trató poner de rodillas a los valedores del Islam puro y duro, ideado por Sayyd Qutb, Hasan al Banna u Osama Bin Laden.
¿Simple casualidad? No, en absoluto. Maktub; todo estaba escrito. Los tratados de los padres del islamismo moderno, los premonitorios mensajes del líder de Al Qaeda, vaticinaban la victoria del Dar al Islam – las tierras del Islam –sobre el Dar el Harb– la morada de la Guerra –es decir, la cristiandad.
Los mensajes enviados al mundo occidental después del 11S eran inequívocos: volveremos para derrotaros. El presidente Bush no dudó en declarar la guerra permanente a los islamistas en 2001. Mas, se trataba de un error de cálculo que muchos politólogos occidentales criticaron. Al confundir el mundo islámico con el terrorismo, Bush no hacía más que ensanchar la brecha entre Oriente y Occidente. El seguidismo de los gobernantes del primer mundo fue la gota que hizo colmar el vaso.
El escaso, por no decir, nulo conocimiento del Islam en los países occidentales, sólo sirvió para acentuar las diferencias. Los trasnochados proyectos de algunos politólogos occidentales, partidarios de exportar la democracia a los países musulmanes, tropezaron con el contundente rechazo de sus interlocutores islámicos. ¿Democracia? Pero, ¿qué modelo de democracia?
En el caso concreto de Afganistán, cabe suponer que el recién creado Gabinete no estará en condiciones de cumplir sus promesas de encaminarse hacia el modernismo, el respeto de los derechos humanos, la aceptación de la mujer, el reconocimiento de los derechos de las distintas etnias y corrientes religiosas. Lo más probable es que trate de emular el sistema de gobernanza de los años noventa, cuando los talibán y Al Qaeda sumergieron a la sociedad afgana –emancipada desde mediados del siglo veinte– en el más negro período de oscurantismo de su historia.
De hecho, el actual Gabinete está integrado por veteranos de la época del régimen de 1996–2001 o por herederos de los sanguinarios señores de la guerra.
El Gobierno del 11S está presidido por el mulá Muhammad Hassan Akhund, quien ostenta el cargo de primer ministro. Su mano derecha es el mulá Abdul Ghani Baradar, quien ocupa la función de viceprimer ministro. Baradar, cofundador original de los talibanes en 1994 y jefe de la oficina política de Doha, ocupó varios cargos gubernamentales entre 1996 y 2001.
El ministro del Interior en funciones, Sirajuddin Haqqani, figura en la lista de los terroristas más buscados el FBI.
El ministro de Defensa en funciones, Mohammad Yaqoob, es el hijo del fallecido mulá Omar, también fundador del movimiento talibán.
Los actuales dueños de Afganistán buscan el reconocimiento internacional. De momento sólo hay cuatro países islámicos dispuestos a reconocer el Gobierno de Kabul.
Los Estados Unidos, interesados en borrar de nuestra memoria los errores, las mentiras y la mala gestión de la reciente crisis, atribuible a la torpeza del presidente Biden, tratan de ofrecernos una imagen amable del nuevo Gobierno afgano.
Si la memoria no nos falla, es lo que trató de hacer en 2002 George W. Bush, cuando se precipitó en presentarnos al vencedor de las elecciones generales turcas, Tayyep Recep Erdogan, como un islamista moderado que convenía acoger sin dilación en el seno de la UE.
Lo que pasó después…