En “Marea Humana” (Human Flow), el artista y activista chino Ai Weiwei analiza la crisis global de los refugiados a través de grabaciones y entrevistas en 22 países: Afganistán, Bangladesh, Francia, Grecia, Alemania, Hungría, Irak, Israel, Italia, Jordania, Kenia, Líbano, Macedonia, Malasia, México, Pakistán, Palestina, Serbia, Suiza, Siria, Tailandia y Turquía, donde ha convivido con comunidades de inmigrantes y ha recogido sus experiencias.
Tras pasar por la Mostra de Venecia 2017 y el Festival de Telluride, el documental fue galardonado en la 62 edición de la Seminci de Valladolid con la Mención Especial del Jurado.
Según el propio Weiwei, la película es, al mismo tiempo, un intento por entender las condiciones de la humanidad en nuestros días y un viaje personal ya que se trata de un tema que le afecta muy directamente: en 1961, tuvo que huir de Pekín con su familia una vez que su padre, el poeta Ai Qing, reputado intelectual y compañero de Mao en la Campaña de las Cien Flores, cayó en desgracia, fue acusado de “deriva derechista” y condenado al exilio y la “reeducación” en una región alejada de la capital, donde se vio obligado a trabajar limpiando las letrinas públicas. Ai Weiwei no regresó a Pekín hasta después de la muerte de Mao Zedong.
“Poner cara a la crisis migratoria”. Este ha sido el objetivo del artista contemporáneo polifacético (pintor, escultor, arquitecto, fotógrafo, cineasta…) Ai Weiwei, en su personal homenaje a los más de 65 millones de personas que en los últimos años se han visto obligados a abandonar sus hogares para huir de la hambruna, los conflictos militares y el cambio climático. Un flujo migratorio impresionante, la marea humana más importante después de la Segunda Guerra mundial, que afecta a todos los países del globo. Ai Weiwei ha estado con los hombres y las mujeres que se encuentras detrás de las cifras.
Para encontrarse con quienes arriesgan su vida, cuando ya han perdido todo, incluso la esperanza, para conseguir una existencia mejor, Ai Weiwei ha recorrido el globo cámara en mano, intentando humanizar una crisis que, por su envergadura, se ha vuelto demasiado abstracta. El resultado es una película documental desigual, porque está rodada en circunstancias, lugares y situaciones muy diversas, y con hasta doce operadores de cámara diferentes, pero realmente impactante y espero que eficaz. Una aproximación al dolor de las personas, solo eso, sin banderas ni estandartes políticos, apoyado en entrevistas con quienes huyen y con los responsables de organizaciones humanitarias que intentan ayudarles, en la medida de lo posible.
“Marea humana” no es una película de entretenimiento. Los hechos que relata –de Lesbos a Macedonia, al estrecho de Calais, a Gaza, México, Berlín, Jordania, Hungría y la frontera de Bangladesh- se ven avalados por los barcos que llegan sin cesar a las orillas de los mares cargados con personas desgraciadas que han dejado atrás su vida. Como ha escrito el diario británico The Guardian, Ai Weiwei ha hecho más un poema que una narración tradicional, en el que se mezclan titulares y estadísticas con citas de poetas y de diversas religiones: “Por venir de alguien que pasó su infancia como persona desplazada durante la Revolución Cultural china, no es ninguna sorpresa que en su película haya tantos momentos de empatía”.
Más artista global que cineasta, Ai Weiwei ha realizado una obra conceptual en imágenes, un documental militante que plasma el fenómeno que ha llevado a más de 60 millones de personas, y entre ellas un alto porcentaje de niños, a convertirse en “desplazados”, en una “humanidad precaria, privada de intimidad, desesperada, humillada, que vive de expedientes y de deshechos a las puertas de las democracias, en campamentos de fortuna. Una humanidad de papeles y cajas de cartón, de lonas remendadas y plásticos viejos (…) recordándonos que una injusticia sangrante, una inopia terrible y una rabia sorda están llamando a nuestras puertas” (Le Monde).
No es la primera vez que Ai Weiwei dedica una obra a los migrantes y refugiados. En 2016 construyó una colorida colección de lotos flotantes en una fuente de los Jardines de Belbedere, en Viena, formados por chalecos salvavidas. La obra, llamada Flotus, estaba compuesta por 1.005 chalecos para recordar a los miles abandonados por los refugiados cuando desembarcaban, entonces, en la isla de Lesbos y que, según el artista, en las playas y en los basureros formaban “como un paisaje”.
[…] Por Mercedes Arancibia Después de «Human Flow», el documental que en 2017 recorría veintitrés países para mostrarnos los campamentos de […]