Alexeï Navalny critica al Kremlin desde hace tiempo. ¿Por qué le envenenan ahora?

William Partlett¹

Alexeï Navalny, cabecilla de la oposición en Rusia, se encuentra actualmente entre la vida y la muerte tras haber sido presuntamente envenenado en Siberia.

A petición de su familia, el sábado 22 de agosto de 2020 fue trasladado a Alemania en un avión medicalizado tras un pulso de veinticuatro horas con las autoridades rusas, que no querían autorizar su traslado asegurando que «era intransportable» (una afirmación desmentida por el entorno del opositor, que asegura que las reticencias se debían a la voluntad de ocultar el hecho de que habían envenenado a Navlny).

La víspera, en Tomsk, unos simpatizantes le preguntaron cómo era que todavía no estaba muerto. Respondió que su muerte no serviría a los intereses de Putin porque le convertiría en un mártir.

¿Quien es Alexeï Navalny?

El opositor, que al filo de los años ha sufrido numerosos ataques, es el principal líder de la oposición rusa. Con apenas 44 años, este abogado moscovita se dio a conocer con las entradas en un blog donde denunciaba la corrupción. Después dio un paso más transformando su activismo en las redes sociales en una organización financiada de forma participativa, el Fondo de Lucha contra la Corrupción, que habitualmente publica en Youtube vídeos e informes muy documentados sobre la corrupción que mancha al gobierno ruso al más alto nivel.

En 2017, «No tenéis derecho a llamarle Dimon», una de las investigaciones que levantaron más clamor del Fondo de Lucha contra la Corrupción, sacaba a la luz la colosal fortuna de Dmitri Medvedev (expresidente y primer ministro ruso).

Abiertamente opuesto a Vladimir Putin fue él quien, en una fórmula afortunada que después ha sido muy repetida, calificó a Rusia Unida, el partido en el poder, de «partido de ladrones y estafadores».

En 2013 se presentó candidato a la alcaldía de Moscú (consiguiendo el 27 por ciento de los votos, un resultado que consideró ampliamente inferior al real, por lo que exigió, sin éxito, que se repitiera el recuento de los sufragios), y en 2018 intentó desafiar a Putin en la elección presidencial, pero fue declarado «no elegible» a causa de una condena por corrupción cuyo carácter político deja pocas dudas.

Para dar vida al movimiento, Navalny ha creado una amplia red de oficinas en toda Rusia y actualmente dirige el partido Rusia del Futuro, que siguen sin dejarle que lo registre.

De todas maneras, no todo el mundo está de acuerdo con Navalny. Algunos de sus posicionamientos son criticados por otros miembros de oposición moscovita, notoriamente dividida, sobre todo su apoyo a la anexión de Crimea así como sus relaciones con los nacionalistas.

Pero no hay ninguna duda de que sus opiniones y su militancia han atraído la atención de las autoridades que le han encarcelado varias veces sobre la base de acusaciones de orden administrativo, y mantuvieron encarcelado a su hermano durante tres años. También han registrado varias veces sus locales y en una ocasión le arrojaron pintura verde al rostro, lo que le dañó la vista.

Los últimos meses se había intensificado la presión ejercida por las autoridades. En julio pasado le obligaron a anunciar el cierre de  la Fundación, a causa de  las numerosas multas recibidas. Pero nada de esto ha impedido a Navalny emplear en las redes sociales un tono sorprendentemente ligero y llevar una vida normal, como atestiguan las fotos familiares y las que le muestran haciendo jogging en un parque de Moscú.

Incontestablemente, Alexeï Navalny es uno de los heraldos de una nueva generación de rusos que no temen criticar al régimen y que, tras un siglo de cambios de pesadilla, aspiran a vivir en un «país normal». Una normalidad que se alcanzará mientras Rusia no renuncie a su postura retrógrada y post-imperial heredada de la Guerra Fría, y se convierta en un país que mira al futuro, dotado de escuelas, infraestructuras y sistemas sanitarios dignos de tal nombre.

Putin está enfrentado a muchos desafíos

El presunto envenenamiento de navalny ha ocurrido en un momento crítico para Putin y el Kremlin. Desde la elección de 2018 la popularidad del presidente, en franco declive, alcanzó en el pasado mes de mayo el nivel históricamente más bajo del 59 por ciento, según el sondeo de un instituto independiente. La Pandemia del coronavirus ha acelerado esta caída, el virus ha puesto de manifiesto el deplorable estado de los servicios de sanidad en todo el país. Reciéntemente se ha visto un ejemplo de la «lasitud hacia Putin» en el extremo oriente ruso, donde la decisión del Kremlin de encarcelar al gobernador desencadenó manifestaciones de una magnitud desconocida el pasado mes de julio.

El Kremlin  ha reaccionado a esta caída de la popularidad poniendo en marcha una reforma constitucional bien orquestada, destinada a renovar el apoyo de la población a Putin y su régimen.

Al mismo tiempo, se ha endurecido la represión contra la oposición, manifestada entre otras cosas en una purga de los principales profesores de derecho constitucional en la Universidad más prestigiosa de Moscú. Además, en la Bielorrusia vecina, uno de los aliados indefectibles de Rusia, se ha extendido un movimiento de protesta generalizada como consecuencia de la sospecha de que las elecciones han sido trucadas. Más de doscientas mil personas llevan varios fines de semana manifestándose para exigir la dimisión del presidente Alexandre Loukachenko.

Este movimiento contestatario no solo ha galvanizado a muchos jóvenes rusos, que piden los mismos cambios en su país, sino que probablemente ha sembrado el pánico en el Kremlin, donde las manifestaciones masivas se ven como una amenaza existencial para el control que ejercen los dirigentes sobre el sistema político.

¿Quién ha podido envenenar a Navalny?

Difícil, en este contexto, saber quién es el responsable del presunto envenenamiento de Navalny. Si realmente se trata de envenenamiento, indudablemente forma parte de la serie de enfermedades «dudosas» que afectan a las personas que el estado ruso considera una amenaza.

Entre los ejemplos más conocidos, citemos la probable utilización que los servicios de seguridad rusos hicieron del agente neurotóxico Novitchok para envenenar a Sergueï Skripal y su hija Yulia en Salisbury, en el reino Unido, en 2018. Otro caso menos conocido, también en 2018, es el Piotr Verzilov, uno de los principales miembros del grupo contestatario Pussy Riot, quien al parecer también fue envenenado.

Y si el hecho de convertir a Navalny en un mártir no le viene bien al Kremlin en este momento, es posible que el ataque proceda de elementos incontrolados en la seguridad del estado, amenazado por las revelaciones anticorrupción de Navalny. Como ha dicho un comentarista británico: «¿Qué es más espantoso, un Estado que asesina o un Estado incapaz de controlar a sus asesinos?»

Si finalmente se demuestra que se trata de envenenamiento, es poco probable que lleguemos a saber con certeza quién lo ordenó. Pero el mensaje dirigido a quienes critican el régimen actual es terrorífico. Y, de manera lúgubre, recuerda a la siguiente generación rusa que no vive (todavía) en un «país normal».

  1. William Partlett es profesor asociado en la Escuela de Leyes de la Universidad de Melbourne. Anteriormente fue asistente en la Universidad China de Hong Kong y desarrolló sus estudios en la Universidad de Oxford y los de postdoctorado en la escuela de Leyes de la Columbia University.
  2. El artículo se ha publicado originalmente en inglés en The Conversation
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