Al comenzar la guerra, la lealtad de los poetas a la República fue casi unánime. Muchos escritores sudamericanos y extranjeros se identificaron también con esta causa. Se generó una sintonía entre los intelectuales y la mayoría de un pueblo que agradecía que los intelectuales estuvieran de su parte y cantaran la valentía y la resistencia popular.
Inocencia Soria1
El escritor cubano Alejo Carpentier en Crónicas de España (1925-1937), cuenta que, con ocasión del Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en julio de 1937, “una anciana […] se me acercó y me dijo estas palabras que no olvidaré jamás: «¡Defiéndannos, ustedes que saben escribir!»
Autores consagrados contribuyeron con sus versos a la defensa de la República y, junto a ellos surgen infinidad de poemas de autores nuevos, muchos anónimos, otros firmados sólo con iníciales, con seudónimos o con nombres colectivos. No es ajena a este movimiento la labor de organismos como Cultura Popular y Milicias de la Cultura que, continuando el esfuerzo de La Segunda República para multiplicar bibliotecas, escuelas y maestros, promovieron en los frentes clases de alfabetización, bibliotecas ambulantes, boletines y representaciones teatrales con el convencimiento de que el soldado que sabe por qué combate es más eficaz.
Además de las publicaciones periódicas de excelente nivel como Octubre, Nueva Cultura, Hora de España o El mono azul (semanario de poesía y propaganda de Rafael Alberti), columnas, batallones, brigadas y regimientos se dotaron de sus propios órganos de expresión escrita. Centenares de poemas aparecen en las abundantes publicaciones políticas, sindicales, militares, etc. Se imprimen en periódicos murales, en octavillas y, en ocasiones, se emiten en las radios y por medio de megáfonos a las trincheras enemigas.
El general Lister cuenta que él alcanzó a comprender la fuerza de la poesía cuando los poetas iban a las trincheras a recitar. Afirma en sus memorias que “una poesía capaz de llegar al corazón de los soldados valía más que diez discursos”.
Los poemas más numerosos adoptan la forma poética más popular: el romance en verso octosílabo que tiene, en opinión de Antonio Machado, la cualidad de “contar cantando”. La poesía oral y el espíritu de los romances sobreviven desde la Edad Media para cantar historias cotidianas y sobre todo episodios épicos de bandoleros, la guerrilla anti-napoleónica, las guerras carlistas, las campañas de África o los desastres de Cuba. El éxito que había alcanzado El romancero gitano de García Lorca colaboró también en el impulso y modernización del romance.
El especialista Serge Salaün cuantifica en unos quince mil lo romances publicados entre 1936 y 1939 en las más de 500 revistas y periódicos que florecieron en todo el territorio republicano, escritos por unos cinco mil autores, entre los cuales cerca de un tercio eran poetas noveles y anónimos. Se llegaron a hacer incluso concursos de poesía en las trincheras, en especial durante el asedio de Madrid. Se trata de un fenómeno sociocultural probablemente único por sus dimensiones.
Buena parte de esta abundante y desperdigada producción literaria nunca ha vuelto a editarse, otra ha sido recopilada en diversos Romanceros impresos durante la guerra, en el exilio y en el postfranquismo. Una de las más importantes colecciones es la titulada Romancero General de la Guerra de España, publicado en 1937 que incluye trescientos poemas. Otras recopilaciones responden a los títulos: Poesía de guerra, Romancero de la Defensa de Madrid, Romancero del Ejército popular, Romancero libertario, Romancero de la tierra, Poemas de guerra, Poetas en la España Leal.
Aparte de la actividad de los frentes, los temas más tratados del romancero son los bombardeos, homenajes a los héroes, los campesinos, las mujeres, las brigadas internacionales y las madres aunque también se utilizan poemas pedagógicos sobre intendencia militar o principios básicos de higiene. Pero sin lugar a dudas, el tema que se lleva la palma es la defensa de Madrid.
Contra todo pronóstico, con el ejército rebelde a las puertas de la capital en lo que parecía una ofensiva final, cuando hasta el Gobierno de la República había abandonado abandonó la ciudad, dándola por perdida, la Junta de Defensa fue capaz de detener al enemigo desde el 7 de noviembre de 1936 hasta el 29 de marzo de 1939. Los versos de Antonio Machado, firmados en Madrid ese mismo 7 de noviembre de 1936 constituyen el homenaje más preciado al talante con que el pueblo de Madrid afronta la ofensiva:
¡Madrid, Madrid; qué bien tu nombre suena,
rompeolas de todas las Españas!
La tierra se desgarra, el cielo truena,
tú sonríes con plomo en las entrañas.
Desde el humilde combatiente a los más ilustres representantes de las letras españolas (Rafael Alberti, Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Miguel Hernández, León Felipe y la misma María Luisa Carnelli) componen tiernos homenajes a Madrid y la llenan de piropos: “Ciudad eterna”, “Madrid, abierto a todos los vientos”, “la más hermosa ciudad del mundo” “ciudad heroica” “invicta” “capital de la gloria” y mil más. Incluso El Manzanares, hazmerreir de los poetas del Siglo de Oro, en especial de Quevedo que lo trata de minúsculo “arroyo, aprendiz de río”, al que se le “mueren de sed las ranas y los mosquitos”, es elogiado en los romances por su papel central en la defensa de Madrid. Así lo engrandece un poeta anónimo:
“¡Ay arroyo de Madrid,
cuántos ríos caudalosos
tienen que aprender de ti”
Y Miguel Hernández, en el poema Las puertas de Madrid:
“¡Ay río Manzanares
sin otro manzanar
que un pueblo que te hace
tan grande como el mar!”
Pero a medida que la guerra se prolonga, en la ciudad sitiada y con problemas de abastecimiento cada día más acuciantes, se debilita la euforia popular. Así, el diario madrileño La Voz del 25 de noviembre de 1937 se hace eco de las quejas por las desigualdades en la alimentación que se dan en las distintas zonas de la República y en el propio Madrid “Mucho cante heroico, mucha literatura bonita; pero de comer, qué? Cambiamos un saco de romances por medio kilo de patatas. Porque de romances tenemos ya atestada la despensa.”
Pese a todo, durante los casi tres años de asedio, los versos y las canciones ayudaron a sostener la moral bajo los bombardeos. En palabras del profesor Víctor Fuentes “quizá no haya habido en toda la historia de la poesía una ciudad más cantada, en el espacio de apenas tres años, que Madrid durante la guerra”.
La ciudad más cantada, pero también la ciudad más aborrecida. La contrapartida a tanto cariño y canto heroico es el aborrecimiento que despierta Madrid al otro lado de las trincheras. En la zona sublevada se desarrolla una profunda aversión hacia Madrid. En el discurso anti-madrileño de los escritores falangistas predomina la preocupación por la estética. Buena parte de sus páginas se dedican a la indumentaria de sus habitantes, identificando a las clases populares con la fealdad física.
Así describe Tomás Borrás, en su obra Checas de Madrid, una manifestación: “los barrios bajos vomitaban en el lujoso centro de la capital sus heces turbias. Mujeres aviejadas, saco liado al esqueleto, pingo en la pelambre, manos encarnadas de coger ladrillos en el tejar, vendedoras de verduras y aguardiente y gallinejas, comadres de casas de vecindad con críos al pecho…”
Por su parte En Madrid de corte a checa, Agustín de Foxá enumera las profesiones que le inspiraban más terror: “El enemigo era la criada de nuestro cuarto, nuestro portero, el lavacoches de nuestro automóvil, el guarda del Retiro de nuestra niñez, el lechero, el panadero, el maquinista del tren de nuestros veraneos”.
En septiembre 1937, en la recién estrenada revista Vértice, editada por Falange, Antonio de Obregón, que formaba parte en Salamanca del equipo de propaganda de Millán Astray, publica el artículo Nuestros verdugos. Ejemplo de esteticismo clasista tan del gusto de los fascistas italianos.
“Sí, nos habían declarado la guerra a muerte, porque nuestras casas eran alegres y risueñas, porque teníamos libros y tomábamos el té, porque recibíamos a nuestros amigos con decoro, porque llevábamos buenas corbatas y habíamos nacido en casas confortables, porque hacíamos viajes, porque éramos universitarios […], el descamisado contra el cuello duro del que era señor porque sí, la suciedad contra la limpieza, el que se afeitaba los sábados contra el que lo hacía a diario; el cerebro estúpido y tarado, lleno de bazofia socialista y de partidas de tresillo, contra el noble talento del estudioso y del lector” […] “plebe vil, abyecta y chabacana de Madrid ¡tú nos has perdido! […] Tú, chusma la peor y más irritante de todas las chusmas”.
Pero, con diferencia, donde más se concreta y crispa el sentimiento de animadversión que despertaba Madrid entre los enemigos de la República y la democracia es contra los suburbios donde vivía la población obrera inmigrante. Así se manifiesta Edgar Neville en el número de diciembre de 1937 de la revista Vértice: “esos isidros […] esas gentes de fuera que habían transportado, como gitanos, sus pueblos a tus alrededores, a Tetuán, a Vallecas, a Las Ventas, y con ellos su rencor y su envidia”.
Contra esos suburbios y su población obrera se vuelca Agustín de Foxá en Madrid de corte a checa: “La multitud invadía Madrid. Era una masa gris, sucia, gesticulante. Rostros y manos desconocidos que subían como lobos de los arrabales, de las casuchas de hojalata […] Mujerzuelas de Lavapiés y de Vallecas, obreros de Cuatro Caminos…”
“En la Gran Vía, en Alcalá, acampaba la horda; visión de Cuatro Caminos y de Vallecas, entre los hoteles suntuosos de la Castellana, bajo los rascacielos de la avenida del Conde de Peñalver”.
Los barrios obreros de Madrid, los más castigados por los bombardeos, lo más despreciados por la buena sociedad, estaban ahora pletóricos de orgullo por la firmeza y dignidad con la que defendían Madrid. Y por los cantos con los que los poetas reconocía su resistencia. María Luisa Carnelli es autora de cuatro romances en los que aparecen personificados los barrios donde viven y de donde salen las fuerzas que defienden Madrid, “Cuatro Caminos”, “Puente de Vallecas”, “Ventas” y “Puente de Segovia”. Los cuatro, aparecen en Romancero de la guerra de España y fueron publicados en un folleto titulado Cuatro Caminos. Poemas Populares de Guerra, editado por el Socorro Rojo Internacional.
Felicitaciones por tu extraordinario artículo, Inocencia. Como soy del sur, donde termina el mundo (Chile), únicamente quiero recordar los conmovedores versos del peruano César Vallejo contenidos en ‘España, aparta de mí este cáliz’, y de mi compatriota Pablo Neruda y su ‘Explico algunas cosas’. Gracias por tu trabajo, Inocencia. Tu texto sobre la argentina María Luisa Carnelli es inmejorable. Mi abrazo, mi afecto. AFC
Muchas gracias, Andrés. Inocencia Soria