La relación entre el consumo de ansiolíticos, antidepresivos y alcohol es bastante común hoy en día junto con la autoeducación de los tres juntos si la persona tiene un cambio en su vida o no puede afrontar el día a día. La banalización de la ingesta de fármacos con alcohol es ya una receta que se aconseja a propios y a extraños y realmente es muy serio el cuadro que puede desencadenar en el organismo.
Los últimos datos epidemiológicos sobre el consumo de drogas, publicados por el Ministerio de Sanidad, destacan que aumenta el consumo de tranquilizantes y se confirma el elevado número de personas que hacen “atracones” de bebida (binge drinking) en pacientes que ya están tomando medicación para controlar su ansiedad o depresión. El efecto de ambas sustancias alcohol y fármacos, produce un mayor impacto de intoxicación sobre el cerebro y es frecuente que se altere inicialmente el comportamiento, se tengan sobredosis, mayor riesgo de accidentes, caídas, hipertensión, etc. entre otros síntomas iniciales.
Cuando una persona se siente deprimida es frecuente que comience a abusar del alcohol por el mecanismo depresor de este, lo que hace que en los primeros estadios el paciente afectado se sienta bien. Por otro lado, si acude a un psiquiatra es probable que regule su estado ansioso depresivo con fármacos lo que produce una compensación de la serotonina que favorecerá su recuperación.
Si la ingesta es alta si además tomamos medicación, la desinhibición conductual combinada con los estados de euforia están presentes así como mareos, somnolencia, reflejos alterados, ralentización de movimientos, disminución de la visión, entre otros síntomas por la inhibición neuroquímica de los receptores GABAa ante la depresión del sistema nervioso central.
Las benzodiazepinas, (que son el grupo de tranquilizantes e hipnóticos más consumidos) pueden deteriorar la coordinación de movimientos y aumentar el riesgo de accidentes, caídas y lesiones, sobretodo en personas de edad avanzada. También pueden empeorar la respiración durante el sueño, deteriorar las capacidades de concentración, memoria y aprendizaje.
Además, pueden producir un efecto de “tolerancia” que conduce a un incremento progresivo de las dosis, “rebote” cuando finaliza su efecto y, cuando el cerebro se adapta a su efecto continuado, pueden aparecer síntomas de abstinencia y dependencia.
Al mezclar alcohol con fármacos existe un alta probabilidad de aumentar los efectos depresiones y sedantes sobre este, si tomamos fluoxetine, citalopram, floxamina o duloxetine, así como con antidepresivos tricíclicos tipo mirtazapina o imipramina. De igual forma se potencia la somnolencia y se tiene un aumento de los síntomas depresivos a medio plazo. En otros pacientes se exacerban los efectos conductuales y se produce una desinhibición de comportamientos violentos y sexuales además de que se altera la memoria.
De igual forma puede aparecer episodios de tensión alta y reacciones adversas como ansiedad aumentada, trastornos del sueño y daños a distintos órganos. Es frecuente que el paciente refiera insomnio y una alteración psíquica debido a que a mayor ingesta de alcohol, mayor aumento de los síntomas iniciales de ansiedad y angustia por el efecto rebote que produce aquel sobre el cerebro.
En cualquier caso si nota que necesita más alcohol y que los fármacos no le están haciendo efecto consulte a un profesional de la salud y confiese que ingiere alcohol para mejorar su estado general y poder afrontar el día. Nunca oculte que lo ingiere si está medicado, en ningún caso, pero especialmente cuando tome medicinas que alteren la función cerebral. Los riesgos son muy altos y puede que no sea consciente de ello.
[…] uso de las benzodiacepinas no controlado por un médico, puede generar dependencia, y la retirada de las mismas sin prescripción facultativa, puede […]