Es la noticia de la semana. Mal lo tienen quienes hayan programado actos el próximo sábado 26 a las 18 horas, porque a esa hora en España, las doce del mediodía en la Costa Este y las nueve de la mañana en la Costa Oeste de Estados Unidos, las ocho de la noche en los Emiratos Árabes Unidos y la una de la madrugada del domingo 27 en Japón, tachán, tachán, el Barcelona y el Real Madrid se batirán en un enésimo duelo en el que todo apunta que puede ser “el partido del año».
Es El Clásico. El partido que hace más grandes a los dos grandes de España, de Europa, del mundo mundial. En esta ocasión los focos informativos estarán centrados en las nuevas súper-súper mega estrellas de ambos equipos: Neymar y Bale, por encima incluso de las ya súper mega estrellas Messi y Cristiano Ronaldo.
Bienvenida sea esta nueva edición del Clásico si al menos sirve para que, fieles a un pacto no escrito de silencio, en el fragor de alcance planetario previo al partido ambas aficiones aparcan consensuada y civilizadamente la cuestión de fondo, la madre del cordero del debate soberanista del nacionalismo independentista catalán en el terreno futbolero: ¿y contra quién rayos jugaría el Barça un Clásico si sacan a Cataluña fuera de España?
Lo dicho: no es políticamente correcto plantear tal cosa. Mejor tomémoslo por la siempre saludable vía de la distensión. Seguro que hasta los menos aficionados al fútbol no podrán negar un secreto placer estético cuando durante la semana siguiente al partido los espacios de información deportiva de las cadenas de televisión repitan una y otra vez los lances del partido y sobre todo los goles.
Seguidores culés y merengues queremos lógicamente que gane nuestro equipo, y si pudiera ser por un puñado de goles de diferencia, mejor que mejor. ‘Lógicamente’ soy merengue -Real Madrid-, pero conste que en Europa apoyo al equipo culé -Barcelona-, como a los restantes equipos españoles… hasta que les toque enfrentarse al Real, que así es como se conoce al Realmadrid fuera de España, no hace falta más; un respeto.
Dicho lo dicho, no passa ná, solo es fútbol. El mayor espectáculo del mundo, que tan atinadamente dejó descrito para la historia el alcalde Tierno en su archifamoso Bando del 11 de junio de 1982 con motivo de la celebración de la Copa del Mundo de Fútbol en España:
“(…) renuévanse los tiempos, se alteran o cambian las costumbres y se introducen novedades que, sin prejuicio de que sobreviven los antiguos usos y públicos espectáculos, ocasionan nuevos modos de esparcimiento y distracción, tales como el llamado ‘Football’, expresión anglicana, que en nuestro común castellano equivale a que 11 diestros y aventajados atletas compitan el esfuerzo de impulsar con los pies y la cabeza una bola elástica, con el afán, a veces desmesurado, de introducirla en el lugar solícitamente guardado por otra cuadrilla de 11 atletas, y viceversa.”
La cosa sería como para dibujar un panorama de los pajaritos cantan, las nubes se levantan, pero lo cierto es que si bien las luces del deporte rey son cada vez más espectaculares, las sombras crecen proporcionalmente, sino más: mercantilización total, cantidades obscenas que se manejan por los fichajes, irregularidades de tipo fiscal, etc. etc.
Un dato aparentemente insignificante o de compromiso, pero de hecho nada banal y desde luego nada ejemplarizante une por igual a ambos equipos. Barça y Real Madrid tienen en común no solo en positivo el necesitarse uno al otro en El Clásico sino en negativo el haber consentido en que se eliminen en el mundo musulmán las cruces que lucen respectivamente en ambos escudos.
“Cruces de quita y pon”, titulé el 5 de mayo de 2012 un artículo que publiqué en este medio. Ponía sobre el tapete los ‘retoques’ de ambos escudos eliminando la cruz para no ‘molestar’ en Oriente Medio.
Por una parte, al escudo del Real Madrid le eliminaron la cruz sobre la corona en el diseño del gran complejo turístico-deportivo en la isla artificial de Al-Marjan en Ras-al-Khaimah, uno de los siete Emiratos Árabes Unidos, que llevará el nombre del emblemático club de fútbol número 1 del mundo.
“El Real Madrid”, venía a decir en mi a artículo, “‘quita’, ‘borra’, ‘elimina’, ‘prescinde de’ la diminuta cruz sobre la corona del escudo en la imaginería de su majestuoso desembarco asiático ‘urbi et orbe’.”
El Barça, tres cuartos de lo mismo:
“Seguidores del Barça -y cabe suponer que fabricantes de camisetas no licenciadas-“, argumentaba, “ya cambiaron en países árabes la gran cruz de San Jordi del escudo culé por un simple palo rojo.”
“Barça y Real Madrid”, concluía, “ya son clubes de dos escudos. Cruces de quita y pon.”
Sobre el escudo del Barça volví a insistir en otro artículo en el que, a propósito del logotipo de la bandera suiza de la cerveza Cruz Blanca con la cruz en su configuración original blanco sobre rojo, saqué a relucir otro “invento” protestante de otra entidad española fundada por ciudadano suizo, ahora en versión rojo sobre blanco: la Cruz de San Jordi que no es sino también la bandera suiza en el escudo del Fútbol Club Barcelona.
Cierto que la heráldica no sirve para mucho. Eso pensábamos. Ahora, por lo que vemos, para ser amiguitos de los petrojeques los emperadores del fútbol venden lo que haga falta y hasta les regalan la retirada de la cruz. Ay, Señor.
- Español de calidad. El clásico, en minúsula y entre comillas
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