CRÓNICAS ALEMANAS
Resulta difícil imaginar una situación en cualquier lugar del mundo donde una calle de un pueblo o ciudad pueda pertenecer a un país y la de enfrente a otro. Donde familiares tengan que hablar subidos en una escalera separados por una pared con los familiares de enfrente. Sin embargo, este era el Berlín entre los años 1961 a 1989, una ciudad partida, dos países, separados por el conocido como Muro de la Vergüenza, para Occidente, y Muro de Protección Antifascista para el Este.
El próximo 9 de noviembre Alemania celebrará el 25 aniversario de la caída del Muro, de un monstruo construido a base de hormigón, hierro y otros materiales, de 3,5 metros de altura, 1,2 metros de ancho y 162 kilómetros de longitud, protegido por 14.000 soldados, 600 perros, fosas, numerosas torres de vigilancia y puestos de control. Un cartel advertía al osado que se atreviera desde el lado occidental a cruzarlo: “Actung. Si verlassen jezt Ost Berlin” (“Cuidado, usted abandona ahora Berlín Occidental”). Del otro lado, un paso más suponía que tu vida a partir de ese momento no valía nada, porque intentar cruzar el Muro, huir de la República Democrática Alemana hacia la República Federal de Alemania solía pagarse con la vida.
Más de 100.000 ciudadanos de la Alemania del Este lo intentaron con los métodos más inverosímiles, consiguiéndolo unos y dejando la vida otros muchos. Para la historia quedarán, entre las muchas miles existentes, dos imágenes imborrables, dos fotografías que dieron la vuelta al mundo, cada una con una resultado diferente: una pertenece a Conrad Schumann, un guardia de la Alemania del Este que en el año 1961, cuando comienza a construirse el Muro decide desertar y escapar con el fusil al hombro, saltándose la alambrada y huyendo hacia la Alemania Occidental, situada a pocos metros. La otra imagen, escalofriante, que hiela la sangre, pertenece a Peter Fechter, un joven alemán de 18 años que se convirtió en la primera víctima al intentar cruzar el Muro. Desde el primer momento ya era hombre muerto, diana para un fusil, porque un guardia de la Alemania del Este le disparó, y herido en la pelvis agonizó durante una hora hasta morir lentamente en la llamada “tierra de nadie”, ya que los soldados americanos, británicos o franceses no podían intervenir, al ser territorio perteneciente a otro país, y los rusos no tenían interés en hacerlo porque había que dar ejemplo.
La caída del Muro de Berlín tuvo su punto de partida tiempo atrás, con la desintegración de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), un momento en el que Mijail Gorbachov, entonces presidente de la Unión Soviética, se da cuenta de que no puede seguir manteniendo por una parte un país artificial, como era la República Democrática Alemania, y por otra a miles de soldados rusos en un suelo que no le pertenecía y con un presupuesto que no podía sostener. Inteligente el político, apostó por la llamada “perestroika”, que significó el fin de la URSS como tal y la desmembración de los países del Este, pertenecientes al llamado Pacto de Varsovia. La RDA era ya una pieza inservible, por mucho que Erich Honecker, Jefe del Estado, no fuera partidario de la “perestroika”.
Conociendo el Berlín ahora unificado, una gran ciudad en un solo país, uno se pregunta cómo pudo existir el Muro de la Vergüenza, que dividía a la ciudad en dos países que siendo hermanos, con un mismo idioma, eran sin embargo diferentes. Dos países separados por un Muro construido a veces en la mitad de la calle, donde al otro lado podía vivir tu hermano, tu padre, tu novio, pero al que no podías visitar, aunque estuviera a 30 metros de distancia. Espeluznante la foto que refleja la situación existente en un momento determinado en el conocido como Check Point Charlie, frontera entre los sectores americano y ruso, en la que los tanques de ambos países separados por una calle se miran frente a frente, dispuestos a entrar en acción en un momento latente de la Guerra Fría.
En honor a la verdad, el Muro de Berlín comenzó a resquebrajarse cuando el reloj marcaba las 14:55 horas de un 19 de agosto de 1989, momento en que un teniente coronel húngaro llamado Arpad Bella empleó un ardid para no disparar contra cientos de alemanes del Este que intentaban cruzar la frontera húngara con dirección a Austria. Como no quería convertirse en un criminal, ordenó a los guardias fronterizos que mirasen hacia la frontera austriaca, y por lo tanto no veían lo que sucedía a sus espaldas, por la que estaban pasando los alemanes camino de la libertad…
Han pasado 25 años de todo aquello, y Berlín se ha convertido de alguna manera en el corazón de Europa, una hermosa ciudad donde todavía quedan las huellas de lo que significó ser un lugar situado en dos países distintos y distantes, separados por un Muro. Una ciudad que ahora, ya sin Muro de la Vergüenza y sin necesidad de pasaporte y sellos de los sectores puede uno sentir la libertad de la que carecieron los alemanes de la RDA. La frase pronunciada por el presidente norteamericano John F. Kennedy en junio de 1963 en un discurso junto al Muro ha pasado a la historia y sigue identificando a los habitantes del lugar: “Ich bin ein Berliner” (“Yo soy un berlinés”). Curiosamente, es la frase más famosa del mandatario norteamericano, la que ha pasado a la historia, y la improvisó en alemán sobre la marcha.
[…] paralización ocurre días antes de celebrar el 25 aniversario de la caída del Muro de Berlín el próximo 9 de noviembre en la que estiman la llegada de más de dos millones de […]
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