Mi casa en París: es hora de perder el miedo

Quien vaya al cine a ver Mi casa en París esperando encontrarse con la disputa por una casa ocupada, por mucho que la casa sea una verdadera mansión con jardín y esté en el corazón del Marais, se verá gratamente sorprendido por este drama emocional de largo alcance que, además de permitirle disfrutar de esa preciosa mansión, hunde sus raíces en lo más indefenso del hombre, su infancia abandonada y el auténtico «cuarto de atrás» de las pesadillas y los miedos.

mi-casa-en-paris-cartel Mi casa en París: es hora de perder el miedoDe ahí la importancia que tienen las viejas casas y lo que se guarda -o se guardaba- en ellas, los secretos y los recuerdos que se atesoran en el desván y cuartos trasteros a los que sólo vamos si necesitamos algo o tenemos que estar recluidos en ellas porque no nos dejan o no tenemos dinero para salir.

Esto último es lo que le pasa al protagonista principal de la cinta, Kevin Kline. un novelista americano fracasado y exalcohólico que está sin fondos en París, a donde ha llegado para vender la casa que le ha dejado su padre y volverse rápido a New York.

Su única esperanza es vender pero la casa está en régimen «viager», un sistema francés endiablado de propiedad vitalicia, y por ello la revuelve toda entera y se revuelve dentro de ella como un animal hasta que, tras la consiguiente bajada a los infiernos, da con el cuarto trastero de lo que ha sido su vida, una vida de fracasos profesionales y sociales en vísperas de cumplir los cincuenta.

De manera que su llegada a París para hacerse cargo del testamento del padre resulta providencial y la casa se convierte en algo más que una herencia envenenada o, como él había pensado al llegar, en un castigo. Es entonces cuando resuena con fuerza la sintética frase de Béckett sobre el amor y sus consecuencias que sólo al final adquirirá todo su significado.

Pero toda esta carga emocional y este intríngulis con la casa no bastarían para hacer de Mi casa en París una obra de arte si el director, Israel Horovitz, procedente del mundo del teatro (Mi casa en París fue antes teatro con el título de My Old Lady), no hubiera escogido a tres monstruos de la escena para interpretarla en sus tres personajes protagónicos: el referido Kevin Kline, ganador de un Oscar, en el papel de Mathias, el neoyorkino arruinado; Maggie Smith, ganadora de dos Oscar en el papel de Mathilde, la inquilina nonagenaria, y Kristin Scott Thomas, con un Bafta y la nominación al Oscar en el papel de Chloé, la hija de Mathilde.

Y tampoco sería lo mismo si lo duro de la historia no estuviera salpicado de grandes dosis de humor a cargo de secundarios de lujo que componen el más fantástico guiñol, de manera que cada nueva aparición es un respiro, como Dominique Pinon en el papel de Lefevbre, el agente inmobiliario que familiariza a Mathias con el endiablado sistema “viager”; la guionista, directora y actriz Noémie Lvovsky, la doctora de Mathilde; el actor y director Stéphane Freiss, codicioso hombre de negocios decidido a hacerser con la casa para convertirla en un hotel, y Stéphane De Groodt, el amante casado de Chloé.

La historia de la casa ocupada que el propietario quiere vender a toda costa, aunque sea con el inquilino dentro, las ideas que se le ocurren para acabar con él, sería tema para una comedia de costumbres. Y si a ello añadimos las peculiaridades francesas de la fórmula «viager», que hace depender el éxito de la esperanza de vida del comprador al que se debe pagar una fuerte mensualidad hasta su muerte, el enredo nos puede llevar a eternizarnos en el trámite y volvernos a la botella, como Mathias.

Pero ése es el pretexto utilizado por el director Horovitz para hablar de la familia, sus secretos y de cómo nos enfrentamos a las dificultades que surgen por el camino. Allá cada uno con el sentido que le dé a la maravillosa frase de Samuel Béckett.

Mi casa en París es la primera película del dramaturgo y guionista estadounidense Israel Horovitz quien, con 75 años, su mundo ha sido el teatro. también ha escrito el guión de las películas «Autor, autor”,” Fresas y sangre”, “Sunshine”, “New York, I love you”, del telefilm “James Dean” y del documental “3 Weeks After Paradise”. Sus memorias, Un New-Yorkais à Paris, se han publicado hace poco en Francia, donde es el dramaturgo estadounidense más producido en la historia del teatro francés y donde fue condecorado con la Orden de las Artes y las Letras.

Nunci de León
Doctor en Filología por la Complutense, me licencié en la Universidad de Oviedo, donde profesores como Alarcos, Clavería, Caso o Cachero me marcaron más de lo que entonces pensé. Inolvidables fueron los que antes tuve en el antiguo Instituto Femenino "Juan del Enzina" de León: siempre que cruzo la Plaza de Santo Martino me vuelven los recuerdos. Pero sobre todos ellos está Angelines Herrero, mi maestra de primaria, que se fijó en mí con devoción. Tengo buen oído para los idiomas y para la música, también para la escritura, de ahí que a veces me guíe más por el sonido que por el significado de las palabras. Mi director de tesis fue Álvaro Porto Dapena, a quien debo el sentido del orden que yo pueda tener al estructurar un texto. Escribir me cuesta y me pone en forma, en tanto que leer a los maestros me incita a afilar mi estilo. Me van los clásicos, los románticos y los barrocos. Y de la Edad Media, hasta la Inquisición.

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