Leo estos días con interés y detenimiento el voluminoso libro de Paul Preston (Un pueblo traicionado. Corrupción, incompetencia política y división social, ed. Debate), que hace una historia de la corrupción en España desde la primera Restauración hasta nuestros días.
Si hay algo que caracteriza a los protagonistas de tan denso recorrido a lo largo del último siglo y medio de España es la de veces que la apelación a la patria y a la bandera monárquica sirvieron para mataderos como los de Cuba, Filipinas y las guerras en el norte de África, sin olvidar la última confrontación incivil. También, para el robo y las corruptelas de todo tipo por parte de nuestros gobernantes, con los jefes del Estado bien pringados en ello.
A raíz de la cuestión catalana -presente en buena parte de esa historia nuestra desde hace al menos un siglo-, al nacionalismo rojigualda le ha dado un ardor patriótico proporcional con los metros de tela de la bandera española que los gobiernos municipales de la derecha (radicalizados por Vox) pretenden hacer flamear en las plazas de algunas ciudades. Oviedo es una y allí el mástil será de 25 metros (a razón de 2000 euros el metro) y los trabajos de instalación durarán veinte días. Se desconoce hasta el ahora el tamaño y coste de la enseña.
Como ‘Somos Oviedo’ denunció recientemente algunos opíparos desayunos de la alcaldía que podrían retrotraernos a los tiempos del fartódromo (fartar es comer a lo grande en asturiano), durante la gobernación conservadora (por el lugar de las comilonas), es de esperar que a la banderona no le corresponda una reedición de las facturas de todo tipo que hicieron de la política, en este país, lo que Preston tan documentadamente ilustra.