Por tres notas interesantes que leí, escribiré hoy sobre gatos y ratas; animales que me chocan.
He aprendido a medio tolerar a los gatos, porque he tenido vecinas, nietas y amigos que los quieren y dada la cantidad de datos que sobre ellos encontré en Internet, deben ser millones sus adoradores.
Les han atribuido poderes para que los dientes de bebés salgan derechitos, con solo traer sus colmillos colgados; y se asegura desaparecen «humores» y dolores de muelas, con caldos de su carne o haciendo pipi sobre ellos.
La relación entre gatos y personas inició hace diez o doce mil años, cuando la humanidad dejó de ser nómada y comenzó a cultivar y almacenar alimentos… que atrajeron roedores.
Ya antes de Cristo, los gatos eran muy queridos en China y ahí empezaron las diferentes razas y combinaciones de colores.
En el imperio Romano fueron símbolos de victoria.
Egipto prohibía sacarlos del país y si alguien encontraba uno fuera, debía repatriarlo; penaba su muerte con la del dueño y la familia se enlutaba, rapaba las cejas y momificaba el cuerpo; excavaciones hechas en 1890 en Berni Hassan, encontraron trescientos mil embalsamados.
Los fenicios los llevaron a Italia; andando llegaron a toda Europa y en barcos a América, Australia y Nueva Zelanda.
Actualmente hay unos quinientos millones de gatos y entre las muchas leyendas sobre su origen me gustaron las siguientes:
Desesperado Noé por la multitud de ratones que corrían por el Arca, pidió al león que los calmara; estaba resfriado y mientras pensaba cómo hacerle, estornudó y salieron de su nariz cientos de gatos que devoraron miles de ratones.
Los animales hicieron fila para pedir a Dios un atributo; el pavo real, belleza; la gacela, rapidez; el león, coraje… el gato era el último y pidió un poco de todo.
La mitología griega afirma que Diana, creó al gato para ridiculizar al león, inventado por Apolo.
La egipcia relata que la humanidad se sublevó y el dios del sol Ra, envió a su hija Sekhnet disfrazada de leona; como se dedicó a matar, Ra pidió al guerrero Onuris que la domara y la convirtió en gatita y deidad de la maternidad y la alegría.
Para los budistas son seres de paz que trasmiten armonía y su presencia en una meditación, aumenta la concentración.
La Biblioteca Nacional de Bangkok guarda el libro de los poemas del gato, Tamra Maew; que explica que al morir quien ha alcanzado altos niveles de espiritualidad, su alma se une plácidamente al cuerpo de un gato.
Tailandés muerto sin tanta espiritualidad, era colocado en una cripta agujerada junto con un gato vivo; cuando el animal salía, era señal que llevaba consigo el alma del difunto.
En el siglo quince la Iglesia Católica, que luego les puso de patrono a San Félix de Nola, los asoció con ritos diabólicos; de los gatos negros se decía, eran familiares cercanos de las brujas y la simple posesión de uno era suficiente para denunciar a una persona.
En Inglaterra, Francia y Alemania, el día de Todos los Santos empezaba apaleando y quemando costales llenos de gatos vivos.
Esa implacable persecución eclesiástica, ocasionó la disminución de gatos y la multiplicación de ratas y enfermedades.
A Napoleón no le gustaban, pero debió alabarlos y animar su crianza como único remedio para acabar con ratas y pestes que asolaban Francia.
Para eso llegaron al museo Hermitage de San Petersburgo donde ya les conté viven como reyes, en el primer piso.
Y a la principal cárcel de Santiago de Chile, donde toman baños de sol sobre su techo metálico, son íntimos de los presos y reinan en celdas donde apenas caben diez hombres, asienta Jack Nicas en un artículo del 31 de diciembre para el New York Times.
Como sucede con los de mi vecina Martita, los gatos se reproducen con frenesí en esa penitenciaría chilena que tiene 180 años de antigüedad y gran hacinamiento.
Cumplen ahí condenas, 5600 hombres enjaulados y se mueven libremente cientos de gatos, porque los carceleros han entendido que además eliminar ratas, mejoran a los reclusos que comparten con ellos, comida y camas.
«A veces uno anda desanimado y mi Chillona, siente que ando mal; acerca su cara y se me pasa», dijo un recluso señalando una gata negra «por eso, es la jefa y cuando salga, se irá conmigo».
Desde hace siete décadas varias cárceles del mundo han implementado programas de convivencia entre convictos y animales.
En Arizona, entrenan caballos para patrullar la frontera con México; en Minnesota adiestran perros para ciegos; en Massachusetts, cuidan aves heridas.
Y están demostrado que la conexión entre presos y animales disminuye la reincidencia, y mejora empatía, habilidades y relaciones, entre reclusos y funcionarios.
Pero en la cárcel de Santiago, fueron los presos quienes sin ayuda y a veces con oposición, iniciaron amistad con gatos callejeros.
En 2016 cuando había cuatrocientos adultos y decenas recién nacidos, se permitió a Fundación Felinnos y Humane Society International, entrar a curarlos y esterilizarlos y ya hay menos.
Siempre ligadas a los gatos han estado las ratas que muchos científicos afirman, se pasan de listas.
Una nota del 23 de enero de Emily Anthes, también en el NYT, informa sobre la investigación del fotógrafo parisino Augustín Lignier.
Siguiendo la teoría del sicólogo conductista B.F. Skinner, quien descubrió que con recompensas se pueden inducir respuestas, inventó una cámara fotográfica con botones que, al ser presionados por dos ratas compradas en una tienda de mascotas, arroja azúcar de premio por las selfies que se toman.
Las ratas ven sus imágenes en una pantalla y tras la primera fase del entrenamiento, el azúcar sale solo ocasionalmente, pero las ratas se volvieron tan fanáticas de las selfies que no la comen por seguir apretando botones.
Como las viejitas frente a máquinas de los casinos o los asiduos a redes sociales que para ver si tienen likes, se mantienen pegados a sus celulares.