Juan de Dios Ramírez-Heredia[1]
Reunidos en Zagreb (Croacia) los días 3 a 5 de noviembre de 2009, gitanos y gitanas de quince países tomaron la decisión, con el amparo de la Unión Romaní Internacional, de declarar el 5 de noviembre como Día Internacional de la Lengua Romaní.
Con este motivo, permítanme ofrecerles algunos datos para ilustrar el conocimiento de este vehículo de comunicación, fundamental para la identificación cultural de cualquier pueblo o comunidad.
Población gitana mundial y estado de su lengua universal
Vivimos en el mundo, aproximadamente, catorce millones de personas gitanas que se distribuyen de la siguiente forma: dos millones en América del Sur y otros dos millones entre Estados Unidos y Canadá. Los diez millones restantes viven en Europa, de los cuales, ocho millones están presentes en los 27 Estados que forman la Unión Europea y los dos millones restantes en los países situados más al Este del territorio comunitario. No dispongo de datos suficientemente fiables de la población gitana residente en Turquía, que podría aumentar en un millón la cifra total de esta comunidad residente en todo el mundo.
El rromanó es el nombre oficial y universal con que se conoce este idioma, que es de origen sánscrito y que se inscribe en el conjunto de lenguas distintas ―el prácrito― que se hablaban en la India varios siglos antes de que naciera Jesucristo y que se mantuvieron hasta el siglo XI después de Cristo, época en que se produce el éxodo gitano desde la India hasta el último rincón de la Europa continental.
A groso modo yo me atrevería a decir que el nivel de conocimiento e implantación del rromanó en el mundo sería el siguiente: diez millones de personas gitanas tienen el rromanó como su lengua madre. Es el idioma que usan todos los miembros de la familia en su vida diaria y con el que se comunican con el resto de los integrantes del grupo que viven en su entorno más inmediato. Evidentemente, todos son bilingües, porque conocen y usan el idioma del país en que residen para relacionarse con el resto de la ciudadanía.
De los cuatro millones restantes, la mitad conocen y usan el rromanó de forma natural en su vida diaria, aunque esta lengua haya dejado de ser para ellos la lengua madre. Hablan rromanó con naturalidad porque lo han aprendido de sus padres o de sus abuelos, pero usan indistintamente el idioma oficial del país, también en el seno familiar.
Finalmente, quedan dos millones de personas para las cuales el rromanó ha dejado de ser la lengua vehicular a través de la cual se comunican con el resto de los miembros del grupo, y del que tienen un conocimiento muy limitado y fuertemente mediatizado por el idioma oficial del país en que viven. Por desgracia para nosotros, los gitanos y gitanas españoles, estamos incluidos en este tercer grupo.
El rromanó, una lengua a la que hay que proteger
El Consejo de Europa redactó la Carta Europea de las Lenguas Minoritarias o Regionales y la ratificó en Estrasburgo el 5 de noviembre de 1992. Su objeto es la defensa y promoción de todas las lenguas de Europa que no son oficiales, o que siéndolo en un Estado miembro no es reconocida en alguno otro de los Estados firmantes.
En estos momentos, el rromanó ha sido reconocido como lengua que merece una especial protección por Alemania, Austria, Eslovaquia, Eslovenia, Finlandia, Montenegro, Países Bajos, Rumanía, Serbia y Suecia. Son muchos todavía los países en los que los gitanos están presentes y cuya lengua no ha merecido la protección de sus respectivos gobiernos.
Una de las causas a las que achacar esta desidia por parte de España tal vez sea la consideración que el idioma gitano tiene, de acuerdo con la propia terminología de la Carta, de “Lengua sin territorio”, es decir, cuando el habla está circunscrita a porcentajes minoritarios de personas que viven en todo el territorio del Estado. Esa diferencia es evidente cuando contemplamos, por ejemplo, el catalán, el euskera o el gallego que sí tienen un territorio concreto y delimitado donde se habla.
En el punto 4 de la Declaración de Zagreb, los firmantes manifiestan que “Los Estados deben financiar la promoción de la lengua rromaní, así como todas aquellas acciones que ello conlleva. Y en el punto 5 reclaman que “Las instituciones de Europa deben hacer un exhaustivo seguimiento y control sobre las acciones que realicen los Estados implicados tanto en la lengua como en la cultura rromaní.”
El rromanó en España, un milagro de supervivencia
En España los gitanos hablamos en kaló, que es una rama muy limitada y casi puramente testimonial del rromanó universal. Siento la tentación de explayarme ahora en una explicación rigurosa y académica del habla de los gitanos españoles, pero desisto de ello por razones obvias: ni tengo espacio para ello ni cumpliría con el carácter periodístico y divulgativo que pretenden tener mis artículos. Invito, eso sí, a quien quiera saber más sobre la lengua gitana que se ponga en contacto conmigo en la siguiente dirección electrónica: [email protected]
El uso del kaló en España depende en gran medida del territorio. Obviamente, donde más se usa es en Andalucía, en cuya habla se evidencia las muchas aportaciones del kaló popular. Luego me atrevería a decir que es en Cataluña donde los gitanos tienen un mayor conocimiento del rromanó universal, porque incorporan a su habla muchas expresiones de uso corriente entre todos los gitanos del mundo y que para mí eran desconocidas hasta que viví en Cataluña.
Desde que nací, y de forma absolutamente natural, en el habla de mi familia se usaban palabras clave en la conversación como: “naquerar, dikar, villar, chalar, jamar, jallipen, kalladó, lachó, chorró, jundunar, pestañí, báto, mui, pesti, chukel, chavó, romí, kher, etc. etc.”. Y así hasta un centenar escaso de palabras que debidamente entreveradas con el castellano hacían imposible que cualquier ciudadano pudiera entender con precisión cualquier conversación de mis abuelos con mis tíos y mis tías. Es más, todavía hoy me produce una sensación de maravillosa admiración, comprobar que mi pobre madre, gitana analfabeta como lo eran todos los miembros de mi familia, sabía declinar algunos de los casos de los pronombres personales tal como se hacía hace mil años, cuando los primeros gitanos iniciaron su éxodo desde la India hacía lo desconocido y tal como lo hacen ahora los diez millones de gitanos y gitanas que tienen el rromanó como su lengua madre.
La cultura gitana en su conjunto, así como nuestras costumbres y tradiciones milenarias, han sufrido y siguen experimentando cambios sumamente importantes que jamás habrían sospechado nuestros padres y mucho menos nuestros abuelos. Y la lengua gitana no ha quedado al margen de esa realidad.
Recuerdo que hace unos cincuenta años ―¡Señor, como ha pasado el tiempo!― dirigía yo unas palabras a un numeroso grupo de familias gitanas en uno de los pueblos más importantes de la provincia de Valladolid. Trataba de animarlos para que no decayeran en su legítimo orgullo de ser gitanos y en la necesidad de que revalorizaran todo aquello que constituía para nosotros las mayores muestras de nuestra identidad cultural. Y ¡cómo no!, dediqué una buena parrafada insistiendo en que debían recuperar el kaló que aprendieron de sus antepasados y enseñarlo a sus hijos. Les dije que cuantos más hablaran el kaló, mejor sería para todos. Pero, he aquí que, al terminar, se me acercó un gitano de avanzada edad para decirme lo siguiente:
―Sobrino, me ha gustado mucho todo lo que has dicho y puedes contar con nosotros para lo que haga falta, pero quiero advertirte de una cosa: No se te ocurra facilitar que los “payos” aprendan nuestra lengua. Te lo advierto porque si lo haces tendrás graves problemas con nosotros mismos.
Salí del apuro como buenamente pude, porque yo sabía que para aquel viejo gitano, como para la mayoría de nuestra gente de aquella época, el kaló era un arma de defensa frente a la marginación y la persecución que veníamos sufriendo desde siempre, tanto de la sociedad mayoritaria como de los poderes públicos.
Un grito a la esperanza
Cincuenta años no han pasado en balde. Hoy tenemos una juventud gitana que valora su lengua como uno de los símbolos más palpable de su pertenencia a una comunidad muy grande, esparcida por todo el mundo, y que ha sabido guardar su idioma como el más preciado tesoro.
Por eso queremos que cuanta más gente lo sepa, mejor. Esa sería la mejor garantía de su supervivencia. Tanto es así que los poderes públicos deberían comprometerse en la elaboración de programas que hicieran posible que en las escuelas donde haya un número significativo de niños y niñas gitanos se impartieran clases de rromanó a las que deberían asistir tanto los niños gitanos como los que no lo son y tengan interés en aprenderlo.
Esta es una petición que hacemos al Gobierno de la nación y a los de las comunidades Autónomas. Salvo al Gobierno andaluz a quien reclamamos su implicación directa en este asunto. Que no en vano la población gitana supera en aquella tierra el cinco por ciento, lo que supone una población gitano-andaluza de más de 350 000 personas.
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Juan de Dios Ramírez-Heredia es abogado y periodista. Presidente de Unión Romaní