La vida, en su complejidad, no necesariamente mala, ofrece una variedad que nos imprime, como reza el aserto, un gusto espléndido por lo que nos sucede cada día, incluso cuando caemos en un cierto afán o desdén por la rutina. La existencia es ese milagro ponderable por el que hemos de esforzarnos en lo propio y en lo colectivo para mejorarnos.
El derecho a la diferencia, a la discrepancia, no sólo es un hecho natural, sino que también se perpetúa con una cuestión democrática y una garantía de fermento social, y, antes que eso, desde la genética y lo natural. Los complementos, los coloridos, nos brindan ocasiones de avance.
El respeto, en este sentido, es la matriz de la convivencia. Los contrarios, los opuestos, los que opinan o ven distinto, aportan su grano de arena para que el universo esté abierto de par en par y presto a educarse en lo que merece la pena desde lo individual a lo societario. La historia se hace sumando y no restando, y eso supone dispersión y pluralidad desde unos cánones básicos de relación, claro.
La originalidad es, indudablemente, la oportunidad para aprender y formarnos en una perpetua fermentación que nos considere desde lo crucial hasta lo más ponderablemente óptimo, desde la perspectiva de la ayuda y en la búsqueda de una trayectoria que nos añada cotidianamente una dosis más o menos densa de felicidad.
Deambular en el dolor, en la envidia, en lo que hacen los otros para tener una crítica mordaz es enfrascarnos en unos hábitos que generan discordias y conflictos, en vez de entendimientos, que tanto nos regalan. La paz de la comprensión nos reporta un beneficio impagable. No todo lo que tiene precio tiene valor, pero lo que alberga este último concepto sí que nos otorga una riqueza incalculable.
Nos hemos de exponer a los eventos y alzarnos con ellos. Imaginemos que podemos, y asumamos el destino como causa y consecuencia en la pretensión de unos resultados que sumen distingos como cimientos de una verdad que es siempre poliédrica. No hay bondades superiores a otras. Cuando lo pensamos así las adulteramos.
Simplifiquemos la existencia haciéndonos una llamada a querer al otro: esto sólo se consigue cuando nos ponemos en su piel, cuando lo conocemos, cuando lo comprendemos, cuando asimilamos sus fines y objetivos. No hay enfrentamiento cuando hay empatía, y ésta nos viene del recorrido en común, que no ha de ser concordante por necesidad.
Las estaciones del año
Es bueno, aunque seamos personas de la Primavera, que nos vengan el resto de estaciones en el año, para sacar lo mejor de cada una de ellas, para que disfrutemos lo que ostentan, para que valoremos la llegada de la que más nos deleita, para que la echemos de menos cuando no está y para que caractericemos la partida desde la óptica más embellecida sin caer en hastíos vacíos de contenido.
Marquemos, pues, como premisa que hemos de contribuir a que todos y cada uno, dentro de las normas establecidas, seamos en la justicia de proteger y de defender a los otros, al tiempo que les contamos a los demás nuestras cariñosas verdades en el proyecto de crecer y multiplicarnos sin quehaceres desmedidos, entre las olas del mar y con paciencia y humildad. Si hay esfuerzo serio, firme y dialogante, todo vendrá por lo suyo. Será cuestión de tiempo.