Donald Trump y James «Jimmy» Carter: polos opuestos

Por esas extrañas coincidencias de la vida, cuando se anunciaba que Donald Trump sería condenado por sus pagos ilegales a una exactriz porno, los medios informaban la muerte de James Carter.

Y casi coincidirán también, la lectura de su sentencia en un tribunal de Nueva York este día 10 de enero 2025 y el funeral de Estado del expresidente en el Capitolio de Washington, el 9 de enero.

Sin embargo, nada más opuesto que la personalidad de estos dos expresidentes estadounidenses.

Jimmy-y-Rosalynn-Carter-Fundacion Donald Trump y James «Jimmy» Carter: polos opuestos

Carter era pastor protestante en la iglesia metodista de su Plains natal y permaneció casado con Rosalynn 77 años, desde su matrimonio en 1946; él tenía veintiún años y ella dieciocho.

Y su hija Amy asistió durante toda su presidencia a una escuela pública cerca de la Casa Blanca, con maestros y estudiantes de raza negra.

Trump saltó a la mala fama con un programa televisivo, en el que se mofaba de los participantes y ha tenido tres esposas engañando siempre, a la de turno.

Carter condenó el trato de Israel a los palestinos comparándolo con el apartheid y cuando la Suprema Corte permitió el dinero privado en las elecciones, declaró que los cargos públicos estaban fuera del alcance del norteamericano común «por esos sobornos políticos».

Trump alardea sobre los millones que tiene o colecta.

Carter devolvió a Panamá el Canal que estaba bajo jurisdicción gringa.

Trump amenaza ahora con quitárselo.

En lugar de ganar millones dando conferencias como los Bush, Bill Clinton y Barack Obama al dejar la presidencia, Carter fundó en 1982 el Centro Carter, para promover esos derechos humanos que a Trump le importan un pito y de los que entonces se hablaba poco.

No levantó torres con su nombre ni tuvo mansión en Mar del Lago, pero construyó casas para gente pobre, con su fundación Habitat for Humanity; impulsó el acceso de los más necesitados a la salud pública y erradicó casi totalmente la enfermedad que por un parásito en el agua, mataba millones de personas en Guinea.

Y para borrar el estigma del Sida, abrazó junto a Nelson Mandela dos bebés con el virus.

Rosalynn no fue famosa por su vestuario o su desdén en actos oficiales como Melania, sino por participar en reuniones de gabinete, alentar el Acuerdo de Camp David entre Israel y Egipto en 1978, y aparecer con su marido cuando en 2002 recibió el Nobel de la Paz.

En fin…

Enviada por el periódico El Día, estuve un nevado 20 de enero de 1977 en la toma de posesión y dos de los «bailes de inauguración» a los que el presidente Carter asistió para agradecer a colaboradores y periodistas.

Y dos años después, gracias a su política de derechos humanos y a su embajador para defenderlos Andrew Young, también pastor protestante, pude salir ilesa de Haití y ayudar a tres haitianos que, violando el derecho de asilo, el embajador Rafael Eugenio Morales Coello encarceló en un sótano de la embajada mexicana en Puerto Príncipe.

Como ya he contado aquí, en noviembre de 1979, El Día me envió a reportear la represión del dictador Baby Doc Duvalier y los despiadados Tonton Macoutes; con quienes topé desde el aeropuerto cuando aventaron mis maletas a un taxi, luego de esperar horas que Morales Coello acudiera a recibirme.

El taxi me llevó al hotel, situado justo frente a la embajada.

Atravesé la calle para verlo, pero no me atendió y tampoco otras seis veces.

Los niños que me seguían a todas partes buscando una moneda, señalaban cada mañana la residencia mexicana gritando «la morte, la morte», haciendo muecas y torciendo los ojos.

Y una tarde que corrieron despavoridos porque se acercaban las enormes y negras manos de varios Tonton armados con metralletas, insistí en tocar el timbre para indagar la razón para que policías extranjeros custodiaran nuestra embajada.

Abrió una sirvienta y supe que el embajador no estaba, porque relajada y sonriente me pasó a una sala.

Ayudada por un diccionario español-creole, le dije que era periodista; ella comentó que el embajador era «malísimo» y preguntó si estaba ahí por los «refugées».

No tenía idea que los hubiera, pero le dije que sí y que quería verlos…

Me condujo a una escalera que daba a un sótano y por su enrejada ventanita pude ver las sombras de dos o tres personas.

Oímos que un auto llegaba y me jaló a la sala justo a tiempo, porque entraba el embajador cargando una perrita a la que daba besos en el hocico.

Tras su sorpresa y mis reclamos, se quejó que López Portillo lo hubiera mandado «a este repugnante país de negros…»

Prendí la grabadora y le pregunté de sopetón si podía entrevistar a los asilados.

Saltó del sillón y con palabrotas y agitando los brazos, negó que los hubiera.

Para mi protección y de la muchacha que me había mostrado el calabozo, contesté que el director de mi periódico, Enrique Ramírez y Ramírez, había llamado para pedirme le preguntara por qué no había avisado a Relaciones Exteriores.

Me miró con furia, afirmando que esperaba que el gobierno haitiano dijera «lo que se podía negociar».

Recordé lo que me había chismeado una secretaria de la embajada: «el embajador cambia asilados por dólares y sacos de cemento que vende en el mercado negro y los matan los Tonton en el jardín».

Y argumenté que México jamás negociaba el derecho de asilo y con gritos más agudos que los ladridos de su animal, gritó «lárguese y cuídese, conmigo no se juega».

Como desde el hotel fue imposible hablar a México, corrí a la embajada gringa.

Me recibieron amablemente con documentos y datos sobre las violaciones del gobierno a los derechos humanos y el interés del presidente Carter y su embajador Young, en preservarlos.

Me presentaron a corresponsales extranjeros a quienes informé sobre los asilados para evitar fueran a desaparecerlos y me ofrecieron la compañía permanente de tres Marines, que cuando al regresar al hotel encontré mis maletas abiertas, mi ropa tijereteada, mi Olivetti destruida, rollos fotográficos velados, mi grabadora hecha pedazos y la cinta de los casetes de fuera, me llevaron al aeropuerto para volar a México con escala en Miami, de donde llamé a El Día.

Ramírez y Ramírez me estaba esperando para ir directamente a ver al secretario de Relaciones Exteriores, Santiago Roel.

Le conté lo visto y oído, escuchó la entrevista con su embajador y pidió esperar antes de publicarla para salvar a los refugiados; lo que se hizo, con ayuda del presidente Carter.

Teresa Gurza
Periodista. Soy mexicana, estudié la carrera de Historia y soy Locutora, Cronista y Comentarista y Licenciada en Periodismo, pero ante todo reportera. Me inicié en televisión en 1970 y fui reportera, conductora y productora de programas noticiosos; reportera de asuntos especiales de los diarios El Día, UnomásUno y La Jornada, y corresponsal en la Unión Soviética, Checoslovaquia y Michoacán. Por razones familiares, mi marido era chileno, viví en Chile más una década. He recibido muchos premios y reconocimientos, entre ellos el Nacional de Periodismo en Reportaje y ahora radico en México y escribo artículos para Periodistas en Español y otros medios.

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